En 1942, entre las ruinas de la ciudad soviética de Stalingrado sitiada por los nazis, un joven soldado ruso logró sembrar el caos entre el ejército de ocupación, ya que cada día eliminaba a media docena de alemanes con su fusil Mosin-Nagant modificado con mira telescópica.
La noticia de lo que hacía aquel francotirador, llamado Vasili Záitsev, llegó a oídos de Hitler, quien envió a su mejor baza, el mayor Koenig, director de la escuela de francotiradores de la Wehrmacht a las afueras de Berlín, para darle caza y acabar de una vez por todas con aquel héroe soviético que estaba diezmando a sus tropas y, sobre todo, acabando con su moral, pero Koenig fue incapaz de cazarlo y él mismo fue abatido por el soviético.
Durante la batalla de Stalingrado, Vasili acabó con cerca de 242 alemanes, además de entrenar a un equipo de élite de tiradores que mataron a más de 400 enemigos y que contribuirían de forma decisiva a la derrota de Hitler en el asedio más legendario de la Segunda Guerra Mundial.
Años antes de aquella legendaria batalla, otro joven francotirador tuvo que tomar una decisión: entregarse o luchar. Sus actos acabarían poniendo en jaque a toda una división del ejército franquista durante la Guerra Civil española en la batalla del Jarama. Un héroe anónimo del que jamás se supo su identidad real: el Duende de Gózquez.
Madrid bajo asedio
Franco anhelaba hacerse con Madrid, pero las Brigadas internacionales defendían la capital con todo lo que tenían. Tanto soviéticos como republicanos sabían que Madrid era el mayor símbolo del gobierno republicano, por lo que estaban dispuestos a defenderla hasta el último hombre, convirtiéndola en inexpugnable.
A pesar de ello, Franco organizó una serie de ofensivas para intentar hacerse con aquel estratégico lugar, pero resultaron inútiles, por lo que los rebeldes decidieron cambiar de estrategia y rodear Madrid por el noroeste, cortando el sur de la carretera de Valencia, la única vía por la que llegaban refuerzos, armas y municiones. Pero para poner en práctica su plan, debían superar las defensas republicanas a orillas del río Jarama y atravesarlo cruzando alguno de sus escasos puentes.
La ofensiva comenzó el 6 de febrero de 1937 con cinco brigadas nacionales que avanzaron sobre las posiciones republicanas del Jarama, superándolas y poniéndolas en fuga para cruzar el río por el puente del Pindoque. Pero en su camino debían hacerse con el control Gózquez. El Real Sitio de Gózquez era un conjunto de dehesas que Felipe II había agrupado a finales del siglo XVI con el objetivo de crear un Bosque Real con vistas al ocio, con edificaciones intermedias y refugios de caza, atravesado por el Real Canal del Manzanares, una infraestructura que pretendía unir Madrid con Aranjuez por agua y que nunca llegó a terminarse.
La lucha por Gózquez duró poco y los nacionales barrieron a los republicanos que defendían el pequeño pueblecito, donde instalaron un puesto de mando junto al caserío de la aldea y levantaron un campamento para pasar la noche del 6 al 7 de febrero. La moral estaba por las nubes pues, a pesar de la lluvia caída durante todo el día, la ofensiva estaba siendo un éxito y estaban ganando terreno a las fuerzas de la República. Pero aquella alegría duraría poco.
El duende de Gózquez
A última hora de la tarde sonó un disparo cuyos ecos resonaron por todo el lugar. De repente un soldado cayó desplomado, cundiendo el desconcierto y la alarma entre los presentes. ¿De dónde había salido? Instantes después, el tiempo necesario para cargar un cerrojo de fusil, otro disparo sonó y otro hombre cayó al suelo, y comenzó la desbandada entre las tropas en busca de refugio tras muros, barriles y vehículos.
Un francotirador los tenía a tiro, quizá alguien muy resuelto a morir matando o muy desesperado para no haber huido y decidir perder la vida acabando con un nacional tras otro. Porque aquello era una misión suicida, aquel hombre sabía que jamás escaparía de Gózquez con vida, pero amparado por la oscuridad siguió repartiendo su justicia hasta acabar con la vida de 6 franquistas y sembrar de heridos el embarrado suelo del campamento nacional.
Cuando cesaron los disparos, los asediados comenzaron a registrar casa por casa el pueblo durante toda la noche, pero la lluvia, la oscuridad y la cantidad de posibles escondrijos les impidió dar con el francotirador al que las tropas comenzaron a llamar el "Duende de Gózquez".
Al alba del 7 de febrero se reanuda la búsqueda y, tras revisar una vez más todos los rincones de Gózquez, esta vez sí se encuentra en un desván a este joven francotirador republicano quien, sorprendido por el avance franquista, no había podido replegarse cuando sus compañeros habían abandonado el pueblo. Así que decidió esconderse en la buhardilla de una pequeña casa de labranza, desde donde sembró el caos disparando por medio de la hendidura de uno de sus muros vendiendo cara su vida.
El inicio de una leyenda
Los oficiales franquistas tomaron de inmediato una contundente decisión: había que fusilarle. Y así lo hicieron a media mañana contra el muro de esa pequeña casa, donde fue ejecutado sumariamente el Duende de Gózquez, de quien jamás se conoció su identidad.
Durante las siguientes semanas las tropas rebeldes lograron cruzar y conquistar las posiciones republicanas en el río Jarama y empujar a los defensores en dirección a la ciudad, sin embargo, los contraataques republicanos consiguieron evitar que cumplieran su objetivo de cortar la carretera de Valencia. Las tropas franquistas tardarían más de dos años en entrar en Madrid, el 28 de marzo de 1939, y lo hicieron sin encontrar resistencia alguna, tras la rendición incondicional del Ejército Popular Republicano.
La historia de este tirador, conocida tiempo después, enseñó al mundo la tenacidad que pueden llegar a alcanzar las personas cuando creen en su causa y fue una temprana prueba que evidenció a los mandos franquistas que las batallas que todavía tenían que librar serían feroces. Tras lo vivido en la lluviosa noche del 6 de febrero de 1937, sabían que los soldados republicanos venderían muy cara su vida, al igual que aquel joven francotirador que puso en jaque a todo un ejército, el Duende de Gózquez.