En el año 2013, un estudio francés presentaba la cuarta entrega de una exitosa serie de videojuegos que se desarrollaba en el Caribe, durante la época de oro de la piratería, en el año 1765. Mientras se documentaban para reflejar la realidad histórica en la trama del juego, se toparon con la historia de un corsario español muy conocido en la época y que tenía la misma reputación y popularidad que los legendarios Barbanegra o Francis Drake.
El estudio de videojuegos decidió financiar una expedición arqueológica para la exhumación de este corsario y su familia, cuyos restos reposaban en una cripta de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán, en San Cristóbal de La Laguna (Tenerife) para realizar estudios de ADN y completar -su árbol genealógico.
El estudio que tan solo buscaba promocionar las ventas de su último videojuego, pero lo que finalmente consiguió fue traer al presente la memoria de una figura muy desconocida fuera de las Islas Canarias, un legendario corsario cuyo tesoro sigue todavía perdido: Amaro Pargo.
Entre los años 1620 y 1730, se emplaza la conocida como “Edad de oro de la piratería”, un periodo de la historia durante el cual los grandes imperios europeos de la época (Gran Bretaña, España, Holanda, Francia y Portugal) pugnaban por el comercio y la colonización de nuevas tierras, provocando el auge de la piratería, el saqueo marítimo organizado.
Es en este contexto es cuando nace Amaro Rodríguez Phelipe de Varrios Machado Lorenzo de Castro y Núñez de Villavicencio, que será más conocido como Amaro Pargo, debido al sobrenombre con el que era conocida su familia materna.
Amaro nace el 3 de mayo de 1678 en la localidad de San Cristóbal de La Laguna, en Tenerife, en el seno de una familia acomodada de ocho hijos. Sus padres tenían varias propiedades en La Laguna, donde el joven Amaro aprendería a gestionarlas.
El lobo de mar
Con tan solo 14 años, su padre ya se mostraba satisfecho por su capacidad para encargarse de las tierras, ganaderías y haciendas, que ya tenía en propiedad, pero el joven Amaro quería probar fortuna en el mar.
En aquella época, la piratería era una amenaza constante para los habitantes de las Islas Canarias. Su ubicación estratégica, clave en la ruta transoceánica entre Europa y América, y parada obligatoria para los navíos que la realizaban, convirtió al archipiélago en objetivo constante de ataques piratas y potencias marítimas enemigas.
Por ello, Amaro decidió contribuir a acabar con aquella amenaza enrolándose en las galeras reales, donde pronto demostró su destreza, valentía y habilidad en el arte de navegar y combatir durante un incidente con piratas. Tras ser abordados, Amaro pidió al capitán que simulara que se rindiese para sorprender luego al enemigo una vez estuviera a bordo. Aprovechando la confusión, saltó al barco enemigo para inutilizar los cañones enemigos tapándolos, dando aviso a su propio barco para que disparasen, haciéndose con un gran botín.
Nace el empresario
En agradecimiento por su ingenio, el capitán de la galera le regaló su primer barco, con el que se independizó e inició su legendaria vida en el mar que comenzó participando en, en 1703, en la Carrera de Indias al mando de la fragata “El Ave María y las Ánimas”, con la que navegaba desde Santa Cruz de Tenerife hasta La Habana, una ruta que realizaría con varios barcos y que le permitió obtener grandes beneficios y que se ampliaría a Caracas y La Guaria.
Amaro exportaba vino y aguardiente de sus propios viñedos y traía de vuelta tabaco cubano y cacao venezolano, que vendía en Génova, donde compraba tejidos que luego vendía en Santa Cruz de Tenerife, conformando una exitosa carrera comercial gracias a la cual adquirió, a lo largo de su vida, múltiples haciendas, propiedades y tierras de cultivo con las que aumentar todavía más su negocio. Llegó a tener varias bodegas y destilerías, más de 400 hectáreas de tierras de cultivo y un famoso inmueble, ubicado en el barrio de Machado, municipio de El Rosario, que está catalogado como Bien de Interés Cultural, aunque en la actualidad se encuentra en estado ruinoso: la Casa Machado o Casa del Pirata.
Amaro también aprovechaba sus viajes para traficar con esclavos y una de sus personas más cercanas fue durante mucho tiempo su esclavo, Cristóbal Linche (su fiel Cristóbal), que fue enterrado en la cripta familiar.
El punto de inflexión en la actividad comercial del tinerfeño fue cuando formó parte de la Compañía de Honduras, una empresa que había sido creada por Felipe V en 1714 para modernizar la relación comercial entre España y sus posesiones americanas y que generó grandes beneficios para él, permitiéndole llegar a ser propietario de una gran flota. La Compañía nombró a Amaro capitán del barco “Nuestra Señora de la Concepción” con una Real Orden promulgada en el Palacio de El Pardo el 26 de septiembre de 1714: “Os nombro a vos, don Amaro Rodríguez Felipe, para que vayáis sirviendo de capitán de mar en el navío destinado a Caracas, nombrado Nuestra Señora de la Concepción”.
Pero a Amaro no se le recuerda como gran comerciante, ni como benefactor de los pobres, ni como devoto religioso, sino como corsario.
El corsario tinerfeño
La patente de corso de Amaro Pargo nunca ha sido encontrada, sin embargo, sí han sido hallados documentos de su época en los que se aluden a que este hombre llegó a participar de manera individual y colectiva en la actividad corsaria, capturando navíos pertenecientes a potencias europeas enemigas. Estos textos dejan entrever que se trataban de flotas hostiles a España y que los buques apresados eran normalmente destinados a su venta.
Entre esos documentos, destaca uno en el que fue autorizado por el rey Felipe V para la construcción de un navío en Campeche con el nombre de “El Potencia”, un fabuloso buque con 58 cañones, 30 metros de eslora y 8 de manga del cual sabemos que, en 1722, saqueó un navío holandés, el “Duynvliet” bajo su mando.
Otro documento de 1729 indica que Amaro recuperó un pago que había tenido que depositar al capitán general de Canarias como fianza para poder ejercer legalmente su actividad corsaria, así como la necesidad de armar varios de sus navíos para el corso.
La tradición oral nos cuenta que, gracias a su dominio de la ruta entre Cádiz y el mar Caribe, Amaro era el azote de cualquier barco cuya bandera fuese hostil a la corona española, convirtiéndose en uno de los corsarios con mayor reputación y más famosos de su época, al mismo nivel que nombres legendarios como Barbanegra o William “Captain” Kidd.
Pero Amaro no solo buscaba riqueza, también el reconocimiento social, motivo por el cual fue declarado por el rey Caballero hijodalgo, el 25 de enero de 1725. Dos años después recibió la real certificación de Nobleza y Armas, creando su escudo propio, así como la declaración de Señor de Soga y Cuchillo, lo que demuestra la extraordinaria repercusión que este personaje ostentó en vida.
Devoción religiosa
Con el fin de garantizarse el respeto de sus vecinos y de la iglesia, dedicaba parte de su capital a obras de caridad, mandó construir iglesias, era patrón de varias capillas y el mayordomo de distintas cofradías. En la iglesia del convento de Santo Domingo, en La Laguna, lugar donde se encuentra su cripta, costeó el retablo de la virgen, fundó la capilla y el altar de San Vicente Ferrer, construyó la capilla de San Francisco de Paula y donó una urna de plata que todavía se utiliza en la actualidad en la procesión del santo entierro del Viernes Santo.
Para combatir la pobreza que había en las calles y que las personas pudieran ayudar con sus limosnas solicitó al Cabildo que la moneda se fraccionase en cuartos y octavos, también financiaba a los niños que se encontraban en el hospicio e incluso donó parte de su fortuna para mejorar la vida de los presos encarcelados.
Amaro también mantuvo una relación de devoción con Sor María de Jesús, apodada ''La Siervita'', enterrada en 1731 en La Laguna. El corsario le profesaba una gran admiración y su muerte le provocó un fuerte impacto vital. De hecho, constantemente hacía referencia a la mujer para que le concediera fuerza y energía antes de iniciar cualquier actividad.
Tres años después de su muerte, Amaro solicitó exhumar su cadáver, que fue encontrado incorrupto, por lo que mandó hacer un lujoso sarcófago ornamentado con orlas con cinco poemas dedicados a exaltar las virtudes de sor María de Jesús. Las iniciales de los dos primeros versos, leídas de arriba abajo, esconden el nombre de AMARO PARGO. El sarcófago se abre cada 15 de febrero, para contemplar y venerar el cuerpo incorrupto. Existían 3 llaves que lo abrían, una de ellas custodiada por él.
Un tesoro jamás encontrado
Amaro falleció el 4 de octubre de 1747 en La Laguna. Durante el traslado de su cuerpo, la comitiva fúnebre tuvo que demorarse varias horas para permitir a los habitantes de la villa despedirse de una de sus figuras más queridas. Fue enterrado en la capilla de San Vicente, en el convento de Santo Domingo de Guzmán. En la lápida de mármol está grabado su escudo de armas y una calavera guiñando el ojo derecho sobre dos tibias cruzadas.
Dejó una considerable herencia a parientes cercanos y gente de su confianza, pero todavía hay quien cree que su tesoro corsario aún no ha sido encontrado. En su propio testamento se acredita su existencia: un cofre que guardaba en su camarote y que empleaba como caja fuerte en el que guardaba documentos, objetos preciosos y dinero y que contenía plata labrada, joyas de oro, perlas, piedras de valor, porcelana china, telas, cuadros y 500.000 pesos.
La búsqueda de este tesoro provocó que la casa de Amaro en Machado padeciese constantes saqueos con el objeto de encontrarlo, causando que se encuentre en la actualidad en estado ruinoso. Todavía hay quien sigue buscándolo en lugares como las cuevas marinas de Punta del Hidalgo.
En la actualidad, Amaro Pargo es conocido como “el Pirata”, algo que nunca fue, y pocos le recuerdan como empresario, comerciante, marino, filántropo ni corsario. Al menos así ha sido, hasta hoy.