Cuando Bob Macke investigó por primera vez las estrellas, dentro de él comenzó a crepitar ese fuego secreto del espíritu que sólo crece en los sutiles mundos interiores de los filósofos, de los artistas, de los devotos y de los locos. La pasión por el misterio del cosmos, por comprender los orígenes de la vida, por adentrarse en el delicado mundo de lo infinitamente pequeño; todo aquello no era suficiente. Había algo más. Una necesidad que se traducía en un rumor que reverberaba en su alma. Entonces aún sólo se hacía llamar amigo de sus amigos y no hermano de la Humanidad; todavía caminaba engalanado en las batas blancas de los laboratorios y no en las sotanas negras de los religiosos jesuitas. Pero durante un retiro espiritual todo cambió. El fuego de la fe le devoró las entrañas y lo arrodilló ante el Misterium Magnum al que le rezaba Jakob Böhme: se encontró con lo que denominó 'la llamada de Dios'.
Corría el año 2001 y ya había terminado su formación en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y su doctorado en Física en la Universidad de Central Florida, una de las más prestigiosos del estado. La ciencia era su pasión, pero la fe lo había atrapado en la carrera que todos emprenden para huir de la incertidumbre. Los números, los microscopios y los telescopios le habían ofrecido las respuestas del mundo físico, pero la sed de saber el para qué de la matemática celeste lo forzó a tomar aquel camino del que ya nadie vuelve. Deseoso de seguir los pasos de Ignacio de Loyola, comenzó su retiro en el Centro Católico de Estudiantes y se enamoró de su otra vocación.
"En aquella época entraba en el laboratorio, miraba el reloj y me preguntaba: ¿He hecho lo suficiente para decir que este día ha merecido la pena? Con esa actitud no puedes hacer ciencia. Tienes que estar completamente involucrado. Yo, por aquel entonces, no lo estaba. Así que comencé a perseguir la idea de una vida espiritual e ingresé en la Compañía de Jesús para renacer como jesuita. Después volví a la ciencia como hermano", explica Bob Macke a EL ESPAÑOL | Porfolio. Fue durante su paso por Roma para formarse con los ignacianos cuando conoció al legendario astrónomo, físico y jesuita Guy Consolmagno, que por aquel entonces era el comisario encargado de velar por los más de 1.200 ejemplares de meteoritos que guarda en sus almacenes el Observatorio Astronómico del Vaticano, la más longeva y prestigiosa institución de investigación astronómica del papado. Fue una de las personas que más lo inspiró. Paradójicamente, allí, entre devotos y curas, arrancó un viaje que lo llevaría a las puertas de la NASA.
Hoy el hermano Macke es uno de los astrónomos de referencia del estado vaticano. A sus 49 años, este doctor nacido en Fort Worth, Texas, cosecha galones, títulos y publicaciones que decorarían un despacho entero. A sus estudios en Física suma sendos másteres en Filosofía y en Teología. Forma parte de la Unión Internacional Astronómica, de la división de Ciencias Planetarias de la Sociedad Astronómica Estadounidense y de la Sociedad Meteorítica.
Como científico, ha formado parte de los equipos que han investigado para la NASA los restos lunares de las seis misiones Apolo y hoy trabaja codo con codo con la agencia espacial estadounidense analizando los restos de polvo extraterrestre del asteroide Bennu traídos a la Tierra por la sonda OSIRIS-Rex, donde se han hallado algunos de los componentes básicos de la vida. En la fortaleza de fe papal, el hermano Macke es, además, el curador y custodio de la colección de meteoritos del Vaticano y uno de los 15 científicos, también jesuitas, que forman parte de su Observatorio Astronómico.
"Tal y como lo conocemos en su imagen moderna, el Observatorio Astronómico, que es una institución de investigación esponsorizada por el Vaticano, fue fundada en 1891 por el papa Leo XIII", explica Macke a este diario. "Su objetivo es tratar de hacer compatibles la fe y la ciencia y apoyar al mundo científico a través de la Iglesia. Por eso, todos los astrónomos del observatorio somos religiosos jesuitas, pero también científicos". El director del centro es su buen amigo y mentor, el hermano Consolmagno.
En su día a día, Macke estudia las composiciones de los meteoritos, su susceptibilidad magnética, sus propiedades térmicas. "La mayor parte de mi trabajo consiste en hacer experimentos de laboratorio. Soy experto en medir la densidad y la porosidad meteorítica. Recibo muchas muestras en el laboratorio para analizarlas. Por eso colaboro con numerosos programas de investigación internacionales, cuyos resultados han salido en papers publicados en revistas científicas de todo el mundo".
Donde realmente brillan Macke y su equipo de científicos es, precisamente, en la investigación de las propiedades físicas de los meteoritos. Porque el Vaticano, aunque muy pocos lo saben, tiene una de las mayores colecciones de ejemplares de rocas extraterrestres. Alrededor de 150 kilos de material. En gran parte recolectados gracias a los esfuerzos de Adrien-Charles, el marqués de Mauroy, un noble francés, científico y agrónomo del siglo XIX que fue miembro y vicepresidente de la Sociedad Francesa de Minerología y cuya colección de minerales, donada al Vaticano tras su muerte, incluía más de 1.000 ejemplares de meteoritos. Tantos, que la suya está considerada la segunda mayor colección privada de este tipo de rocas estelares del mundo.
"Yo habré analizado más de 2.000 ejemplares, tanto de la colección del Vaticano como de otras colecciones que nos llegan desde fuera. Con ello, hemos desarrollado una base de datos de mediciones de densidades y porosidades que se ha convertido en algo verdaderamente valioso para los científicos que tratan de comprender la conexión entre los meteoritos y los asteroides, y sobre cómo la información que nos dan los meteoritos nos puede hablar de cómo se forman las estructuras asteroidales".
Entre sus rocas predilectas está una que recogió la NASA en las misiones Apolo, concretamente en la Apolo 17, y que fue entregada al Observatorio Astronómico del Vaticano en uno de los programas de buena voluntad del gobierno estadounidense. Al hablar de ella, el hermano Macke recuerda que participó en el proceso de análisis de resultados de la misión GRAIL, el Laboratorio Interior y de Recuperación de Gravedad, el proyecto científico lunar estadounidense del Programa Discovery que realizó una cartografía del campo gravitatorio de la Luna para determinar su estructura interna. Ahí comenzó su romance con la agencia espacial estadounidense.
PREGUNTA.– ¿Qué ve la NASA en el Observatorio Astronómico del Vaticano? ¿Qué tienen ustedes que no tengan ellos?
RESPUESTA.– Realmente no es que la NASA esté directamente interesada en nosotros, sino que ellos están abiertos a permitir colaboraciones con otros proyectos de investigación prometedores. Cualquiera que tenga un buen programa de investigación, puede aplicar para investigar junto a la NASA. Las colaboraciones que hemos hecho en el pasado fueron propuestas por mi colaborador, Walter Kiefer, del Instituto Planetario Lunar, que me invitó a formar parte de proyectos como GRAIL debido a mi experiencia en las mediciones. Él sabía interpretar los datos estadísticos, pero necesitaba alguien para hacer las mediciones. Y ahí es donde entra en juego mi experiencia.
P.– Ha colaborado con la NASA en GRAIL, en APOLO y esta vez está en el equipo que analiza las muestras estelares de OSIRIS-Rex.
R.– En este caso soy parte del equipo de análisis de muestras que mide la densidad y porosidad de los especímenes del asteroide Bennu. Como parte de ese proyecto, he construido un nuevo picnómetro de gas [un instrumento de medición de la densidad de las muestras que garantiza que no entren en contacto con material terrestre] que se instala en la caja de guantes [donde se manipula el material celeste] y en la sala blanca del laboratorio de OSIRIS-Rex [situada en el Centro Espacial Lyndon B. Johnson de la NASA, en Texas]. Con ella, vamos a comenzar a hacer mediciones dentro de poco.
P.– Resulta que la NASA no puede abrir parte del contenedor principal, el denominado 'TAGSAM', en el que se encuentran las muestras recogidas en el asteroide. Dicen que se han quedado enganchados dos tornillos. ¿En qué punto se encuentra el proceso?
R.– Hubo un problemilla abriendo el contenedor porque dos de los tornillos se han quedado enganchados. Parte del cerramiento del contenedor utilizado para el mecanismo de recolección tenía una solapa, lo que se conoce como solapa mylar, que es lo que se ha obstruido. Han podido mover esa solapa y recolectar al menos 70 gramos de material, que es suficiente para cumplir con los requisitos de la misión. El resto, de momento, se queda almacenado. Cuando terminemos con el análisis de esos 70 gramos, se procederá a ver cómo se puede recuperar ese material de la sonda de forma segura sin comprometer los ejemplares que hay en su interior.
P.– ¿Cómo es posible poder enviar un cohete espacial para recuperar restos de asteroides y no poder abrir el contenedor al llegar a Tierra?
R.– Bueno, hay muchas cosas inesperadas con las que uno no cuenta. Con las misiones espaciales piensa que la exposición al entorno espacial puede generar efectos inesperados. Una de las cosas que creemos que ha ocurrido es que uno de los tornillos se ha fusionado en las roscas en las que estaba montado. Es algo que puede ocurrir en un ambiente muy frío. En cualquier caso, tampoco estoy al tanto de todos los detalles de ingeniería del proceso.
P.– ¿Muestra mucho interés el papa Francisco por su trabajo en el Observatorio?
R.– Bueno, Francisco sigue muy de cerca todo lo que hacemos. Nos ha visitado varias veces. No regularmente. Como tampoco lo hace a Castel Gandolfo [la residencia papal de verano]. De vez en cuando tenemos alguna audiencia con él, generalmente anual, igual que las tiene, de forma más habitual, con el presidente del governatorato y con el secretario de Estado del Vaticano. Todos muestran un gran interés por el trabajo que hacemos.
Reconciliar la fe con la ciencia
En un presente cada vez más materialista en el que la fe y la ciencia parecen enemigos irreconciliables, el doctor y hermano Bob Macke trata de demostrar cómo no debería ser incompatible considerarse una persona profundamente religiosa o espiritual capaz de creer en los milagros con tratar de ser objetivo a la hora de aplicar el método científico. "A mí siempre me encantó la Física. Me parece algo fundamental para comprender cómo funciona el universo y el verdadero mecanismo de las cosas; las reglas por las que opera el mundo real. Especialmente todo lo relativo a la astrofísica. Siempre he querido saber más de las galaxias y del universo".
En ser humano es, en sus palabras, demasiado pequeño comparado con la "inmensidad grandiosa" del cosmos pero, al mismo tiempo "dentro de esa insignificancia, somos muy importantes", y eso es algo que le desconcierta. "¿Estamos solos en el universo?", es inevitable preguntarle. "No quiero especular sobre los alienígenas", se ríe. "Es muy posible. No hay razón alguna para pensar que no. Es algo que debemos descubrir". "¿Pero cómo sería esa vida?". "De eso es de lo que no quiero hablar. Porque no lo sé. De momento, sólo comprendemos, y no del todo, la vida en la Tierra. Puede que sea representativa o completamente diferente a lo que haya en otro lado".
"La razón y la fe son como los zapatos", concluye. "Puedes ir más lejos con los dos que sólo con uno. La ciencia no es algo que dependa de tu perspectiva científica. De hecho, tiene una raigón metafísica. Hay principios básicos de la ciencia que no pueden ser probados con el propio método científico, sino a través de la fe, incluyendo el hecho de que el universo mismo siga una serie de normas que no son arbitrarias. Debemos confiar en ellas de alguna manera, como un acto de fe, para poder hacer ciencia. La ciencia es perfectamente compatible con Dios. Los milagros, por ejemplo, son signos; una indicación de una presencia suprema, pero no violan las leyes de la ciencia. Aunque yo no diría eso de que 'Dios es un científico', porque lo que hacen los científicos es tratar de descifrar cómo funciona el universo. Y eso, me temo, Dios ya lo sabe".