En 1859, mientras el explorador y aventurero Henri Mouhot perseguía una mariposa por la jungla camboyana, se topó con la maravillosa imagen de unas torres con forma de flor de loto. Sorprendido, observó con incredulidad lo que había a su alrededor descubriendo decenas de sonrisas talladas en la piedra. Acababa de redescubrir Angkor Wat, un templo hinduista considerado como la mayor estructura religiosa jamás construida y uno de los tesoros arqueológicos más importantes del mundo.
Según la documentación occidental, este lugar había sido visitado por primera vez en 1586 por el monje portugués Antonio da Madalena, quien registró su ubicación y se olvidó del hallazgo, hasta que Mouhot, y sus exploraciones, sacaron a la luz de nuevo las maravillas de este templo, emplazado en la capital sagrada del extinto y todopoderoso Imperio jemer, Angkor.
Situada en la actual Camboya, la civilización Jemer fue una de las más avanzadas de la historia, dominadora durante siglos del sudeste asiático y origen de varios de los países actuales de la región. Pero en 1431 todo terminó con la huida del último monarca de la ciudad sagrada, tras la invasión de una tribu china que había emigrado a su territorio huyendo de los mongoles: Siam.
Aquel reino, más de un siglo después del fin del Imperio jemer, a punto estuvo de tener como rey a un español: Blas I de Camboya.
Blas Ruiz de Hernán González fue un valeroso hombre de quien se ignora su origen y naturaleza y cuyas acciones se han olvidado en los polvorientos libros de Historia de España. Sin embargo, sus hazañas fueron tales que brillaría entre los héroes si el azar le hubiera concedido vivir en una época distinta. Porque este hombre, dotado de una ambición tan grande como su arrojo, recorrió los reinos del sudeste asiático, sostuvo guerras, conquistó provincias y dispuso a su antojo de los príncipes y monarcas con el fin de que aceptaran ser vasallos del imperio más grande de todos los tiempos, el español.
Al servicio del rey
Se cree que Blas llegó a las islas Filipinas desde Nueva España en busca de fortuna, hasta que, en 1594, aparece en la historia conocida en Chordemuco (Pnom Penh), capital de Camboya, al servicio del rey Prauncar Langara, que estaba en guerra con el vecino reino de Siam.
Prauncar envió como embajador ante el gobernador de Filipinas al inseparable compañero de aventuras de Blas, el portugués Diego Veloso, con la esperanza de conseguir de los españoles protección contra el agresivo rey de Siam a cambio de convertirse al cristianismo y en vasallos de España. Pero el gobernador rechazó la alianza formal con Camboya, ya que estaba más interesado en las Molucas y decidió, simplemente, actuar de observador.
Mientras tanto, los peores presagios de Prauncar se hicieron realidad y Siam invadió Camboya con 800.000 hombres, haciendo prisioneros a Blas y Veloso, que ya había regresado de Manila con las malas nuevas.
Blas fue embarcado en un junco con tripulación china a la que convenció para amotinarse, hacerse con su control y tomar rumbo a Manila. Veloso persuadiría al rey de Siam de que lo enviara a Manila, donde podría saber lo ocurrido con el junco desaparecido e intentar ganarse la amistad del gobernador de Filipinas, travesía que también aprovechó para fugarse y llegar libre a Manila, donde se reencontró con su compañero.
Ambos aventureros propusieron al gobernador Gómez Pérez Dasmariñas la conquista de Camboya apoyando a Prauncar contra el rey de Siam, pero el gobernador no creyó oportuno desprenderse de hombres y les prometió que, en cuanto fuese posible, reuniría fuerzas para apoyar al rey camboyano. Tras la muerte de Gómez, su hijo Luis armaría, en 1595, una pequeña flota de tres naves con no más de 150 soldados, al mando de Juan Suárez de Gallinato.
Mientras el barco de Gallinato fue desviado al estrecho de Singapur debido a un temporal, los otros dos barcos, con Blas y Veloso de capitanes, llegaron a las costas de Camboya y comenzaron a remontar el río Mekong hasta la ciudad de Pnom Penh, donde descubrieron que el rey de Siam había instalado en el trono a un hermano de Prauncar, que había provocado que el reino estuviese dividido en multitud de facciones en permanente guerra.
Blas decidió aprovechar la oportunidad para anunciar al usurpador la próxima llegada de Gallinato con un formidable ejército que arrasaría todo el reino y para reunir bajo su mando a todas las fuerzas contrarias al rey títere. Solicitaron audiencia al rey y se presentaron con 50 soldados en palacio donde, en vez de ser escuchados fueron hechos prisioneros, por lo que decidieron ejecutar una huida nocturna, durante la cual descubrieron que el palacio real estaba muy mal vigilado y decidieron asaltarlo, hiriendo de muerte al rey.
Tras saquear la ciudad y demostrar un valor, pericia y organización militar digna de los tercios, iniciaron la retirada a sus dos barcos, pero las fuerzas del rey se habían reagrupado y comenzaron a atacarles. Milagrosamente, cuando creían estar ya perdidos, apareció en el río el jefe de la expedición, Gallinato, que había conseguido llegar a Camboya tras el temporal y que se sumó con más de 60 hombres al hostigado destacamento español en retirada.
El hombre que pudo reinar
Ya a salvo, Blas propuso regresar a la capital y tomar el poder aprovechando la confusión, donde se convertiría en el rey español de Camboya, Blas I, pero Gallinato, molesto con él por no haberle esperado antes de realizar alguna acción, juzgó que la empresa era demasiado peligrosa, ordenó retirarse y la expedición quedó disuelta poco tiempo después.
Pero Blas y Veloso no regresaron a Manila, sino que, enfurecidos, emprendieron solos el viaje rumbo a Laos, donde estaba el rey depuesto, Prauncar Langara. Al llegar allí, les comunicaron que había fallecido con dos de sus hijos y que su último hijo era el sucesor legítimo, a quien llevaron de vuelta a Camboya para proclamarle rey tras vencer a la poca resistencia con la que se encontraron.
El nuevo monarca, agradecido por los servicios prestados, les nombró comandantes militares y gobernadores de las provincias de Ba Phnum y Treang, además de otorgarles permiso para introducir misioneros católicos, en lo que se consideraba el primer paso para su integración bajo el dominio español.
Sin embargo, la situación en el país seguía siendo muy inestable y en la nueva corte, celosa del español, se tejía una madeja de intrigas que con dificultad conseguía desenredarse. Además, el nuevo rey se había entregado al alcohol, el opio y el desenfreno sexual, dejando de lado decisiones administrativas y políticas fundamentales para la buena gestión de Camboya.
Viendo que nuevas revueltas se alzaban por todo el país y que la mayoría musulmana conspiraba para deshacerse de los cristianos, Blas Ruiz formó un ejército permanente formado por tropas españoles y japonesas. En las acciones en que tomaba parte cuando el rey lo solicitaba, el triunfo era seguro, lo que le valió para ganar gran prestigio y reputación, mientras hacía crecer sin límites el odio de los vencidos, lo que provocó que enviara a Manila una petición de auxilio de refuerzos urgentes.
Desgraciadamente su solicitud se topó con poco interés por parte de la corona, que ya veía de poco provecho a las Filipinas en comparación con el riquísimo México, como para dedicar más recursos bélicos a aventuras de difícil defensa en el continente asiático.
A pesar de todo, el exgobernador Luis Pérez Dasmariñas, cuando fue informado de la petición al nuevo gobernador y de su decisión, decidió financiar él mismo una flota de apoyo a los aventureros, que partió en 1598, y de la que solo llegaron a Camboya dos buques.
La venganza que lo cambió todo
Y mientras Blas luchaba por su rey, el de Siam vio la oportunidad de aprovecharse de un país en pleno caos y atacó el cuartel general español junto con aliados malayos, donde mataron a más de una treintena de heridos y enfermos. Tras conocer aquella masacre, los aventureros decidieron que su venganza sería terrible y atacaron un campamento musulmán en las afueras de Phnom Pehn. No dejaron ni un alma viva.
Y se desató la histeria.
El pueblo se levantó en masa lanzándose contra los extranjeros, que pelearon con bravura ante un enemigo que les superaba ampliamente en número. Tan solo algunos sobrevivieron a la masacre escapando por el Mekong para poder contar la historia de lo que allí había sucedido.
Aquel día, Blas Ruiz de Hernán González y Diego Veloso terminaron juntos sus aventuras sucumbiendo como habían vivido, a lo grande. Con ellos concluyó la cristianización y la intervención española en Camboya, uno de los menos conocidos, pero bien documentados episodios de nuestro país en el continente asiático.
Y con la muerte de los aventureros, como si fueran el único sostén que mantenía el orden en el caos del reino de Camboya, cayó también el rey. En julio de 1599, el país quedaba bajo dominio tailandés.
Quizá si los gobernadores de Filipinas hubieran tenido una actitud más confiada en el criterio de aquellos aventureros y exploradores, España se habría instalado en el sureste asiático muchísimo antes que franceses, holandeses o estadounidenses, cambiando el curso de la historia.
En 1934, cristianos camboyanos levantaron un sencillo monumento en la frontera con Vietnam, junto a la carretera que une ambos países, en memoria de aquellos dos aventureros que pudieron cambiar el mundo: Diego Veloso y su compañero Blas Ruiz, el español que casi fue rey de Camboya.