En la Navidad de 1956 Rudolf Graf von Schönburg aterrizó por primera vez en la Costa del Sol. Lo que no sabía en ese momento este aristócrata alemán, que hoy ya suma 91 años, es que se iba a quedar para siempre en Marbella. Conocido popularmente como el conde Rudi, junto al príncipe Alfonso de Hohenlohe fue uno de los artífices de la creación y expansión del exclusivo Marbella Club, uno de los hoteles de referencia entre los más ricos y famosos del planeta.
Todo empezó por casualidad. "Tras haber estudiado en l’École Hôtelière de Lausanne, que aún hoy es la mejor escuela de hostelería del planeta –Irene Urdangarin y Borbón empezará su primer curso tras el verano–, me fui a hacer las prácticas al hotel Palace de St. Moritz, que había sido uno de los lugares predilectos en los que pernoctaba mi familia", relata a EL ESPAÑOL | Porfolio el aristócrata.
"Empecé fregando platos, sirviendo en el comedor y luego pasé a ser ayudante de camarero y a encargarme de la parte de recepción. En uno de esos días en los que trabajaba mucho me encontré con mi primo Alfonso de Hohenlohe, que no daba crédito a lo que estaba haciendo. Nos pusimos a charlar y me ofreció la dirección de un hotel de 18 habitaciones que acababa de abrir en Marbella", añade, con naturalidad, el conde Rudi, casado desde 1971 con la princesa María Luisa de Prusia, bisnieta del último emperador alemán Guillermo II igual que la reina Sofía.
A principios de la década de los 50, Marbella era un territorio virgen donde los pescadores eran la principal fuente de ingresos de una localidad que estaba predestinada a ser una de las paradas obligatorias en el circuito de la jet set internacional. Todo empezó también a raíz de una conversación casual entre el príncipe Max von und zu Hohenlohe-Lagenburg y Ricardo Soriano, marqués de Ivanrey, quien era primo hermano de María de la Piedad Yturbe, II marquesa de Belvís de las Navas, esposa del aristócrata alemán.
El matrimonio Hohenlohe-Yturbe vivía en un enorme palacio de 8.000 metros cuadrados ubicado en la finca El Quexigal, en Ávila, de 1.800 hectáreas. El príncipe se quejaba del dineral que le costaba mantener la propiedad caliente en invierno porque la leña tras la Guerra Civil había subido de precio. Un ávido Soriano le comentó que con todo lo que gastaba podía comprarse una propiedad en el Mediterráneo.
"Mi abuelo recorrió el trayecto desde Ciudad Real a la costa en su Rolls Royce Phantom acompañado de mi padre, el príncipe Alfonso, que enseguida se quedaron encantados con el paisaje de Marbella, que aún estaba por desarrollar" confiesa Hubertus de Hohenlohe (64), el segundo hijo del príncipe Alfonso e Ira de Fürstenberg (83).
Y añade que "inmediatamente compraron una finca llamada Santa Margarita, que fue el germen del Marbella Club". Al estar resguardada por la montaña de La Concha se crea un microclima ideal. En 1954, el idealista Alfonso de Hohenlohe levantó un motel sencillo para dar servicio a los viajeros que iban por aquellas tortuosas carreteras de Málaga a Gibraltar.
Siete décadas después, el conde Rudi mira con orgullo esta obra maestra que en la actualidad consta de 131 habitaciones y bungalós. Como director trabajó de sol a sombra y de sombra a sol, ya que los primeros años había que darlo todo para dar a conocer el hotel.
"Durante toda mi vida he respetado y valorado al cliente ya que es fundamental para nuestro negocio. Por ello, solía trabajar desde las ocho de la mañana hasta las dos de la madrugada para que todo estuviera en orden, porque la máxima premisa que teníamos entre todo el personal era que el huésped se encontrara como en casa. No quisiera pecar de vanidoso porque el príncipe Alfonso fue crucial en esta aventura, pero creo que tengo el mérito de haber convertido aquel motelito en uno de los mejores hoteles de lujo del mundo", admite satisfecho.
El día a día del conde Rudi y la princesa María Luisa de Prusia transcurre en la serenidad más absoluta. Aunque muchos no se lo crean, ella compra como cualquier mujer en los supermercados "porque las princesas sólo están en los cuentos", ha afirmado en alguna ocasión la descendiente del káiser alemán.
El matrimonio ya no acude a aquellos saraos que copaban las revistas del corazón en los que los lectores admiraban a algún miembro de los Rothschild, Cristina Onassis, la exemperatriz Soraya, Elizabeth Taylor, Deborah Kerr, la familia Bismarck, Sean Connery y a Audrey Hepburn junto a su esposo Mel Ferrer. Fueron de las primeras estrellas en construirse una mansión en la finca Santa Margarita, concretamente, entre las residencias del conde de Meran y los barones de Rothschild.
“Aquellos años fueron inolvidables, llenos de glamour, lujo, buenos modales, diseños de alta costura y conversaciones muy interesantes. Lamentablemente –sentencia el conde– todo esto se fue desvaneciendo a medida que pasaron los años. Ya no queda nada. Entre otras cosas, porque la mayoría de esos personajes han fallecido".
Recuerda con nostalgia a su primo lejano Alfonso de Hohenlohe, con el que ejerció de Cupido a petición del príncipe Tassilo von Fürstenberg. "Un día me llamó por teléfono para decirme que su hija Ira de Fürstenberg se iba a instalar a Suiza, donde yo estaba trabajando en el hotel Palace. En aquel momento era una joven preciosa de 14 años, un poco tímida, con quien solía quedar para que conociera diferentes lugares" y añade que "la invita al enlace de mi prima Netti en Alemania donde le presenté al príncipe Alfonso. Tuve que convencerla para que viniera porque no conocía a nadie".
La joven frecuentaba las altas esferas en Italia ya que su madre era la socialité Clara Agnelli, heredera del imperio Fiat y, por tanto, una de las mayores fortunas del país transalpino. Algo debió pasar durante la boda de Netti ya que Alfonso e Ira fueron inseparables. Se casaron en Venecia al año siguiente, en 1955, lo que provocó un escándalo debido a la gran diferencia de edad entre los novios porque ella tenía 15 años y él 31.
Su primer vástago no tardó en llegar, Christoph (1956-2006), fallecido en una cárcel tailandesa en extrañas circunstancias. Ninguno de sus hijos ha hecho abuela a Ira, que cada año agasaja a sus íntimos amigos en su cortijo de Las Monjas en Ronda (Málaga), ajena a los photocalls.
El matrimonio duró poco ya que cinco años después Irá decidió dejarlo todo e irse a vivir a Brasil con su nueva conquista, el playboy Baby Pignatari, nieto del conde Francesco Matarazzo y Filomena Sansiveri fundadores de uno de los mayores conglomerados de Brasil, Indústrias Reunidas Fábricas Matarazzo (I.R.F.M.). El conde Rudi siempre ha hecho gala de una exquisita educación, jamás se ha inmiscuido en las vidas de sus amigos, nadie le ha visto con una copa de más y siempre se ha vestido de manera elegante incluso en los calurosos y húmedos veranos.
Admite que "siempre lo he llevado bien, aunque es cierto que algunos días son difíciles. Como aún tengo mi despacho en el Marbella Club donde me pongo al día sobre todo lo que acontece, aunque ya no trabajo como antes –ríe de forma afable– y estoy a gusto con el aire acondicionado".
Es de una calidad humana que no tiene parangón en ningún otro sitio y cualquier persona que le necesite ahí está para ayudar de la mejor manera posible. Se enorgullece porque ese segundo hogar que es el Marbella Club no sería lo que es sin el toque de su esposa. No le avergüenza decirlo, más bien al contrario, quiere pregonarlo a los cuatro vientos. "Es una mujer muy elegante y hermosa que ha sabido embellecer este lugar de una manera simple y armónica. Me siento tremendamente afortunado de estar a su lado porque es lo mejor que me ha pasado en la vida. Una de sus mejores cualidades es su altruismo. Siempre ayuda al prójimo sin esperar nada de nadie".
La pareja tiene dos hijos, Sophie y Frederick, que les han hecho abuelos. Además, los jóvenes le regalaron algo especial el año pasado con motivo de su 90º cumpleaños. Se trató del libro El conde Rudi. Un hombre afortunado (Edinexus), del escritor y editor José María Sánchez-Robles, que hace un exhaustivo repaso de la dilataba vida de aquel niño de 12 años que en febrero de 1945 escapó en carruaje con lo puesto y algunos objetos de plata para vender.
Poco antes del fin de la II Guerra Mundial, concretamente en febrero de 1945, la conferencia de Yalta dividió Alemania entre los cuatro países aliados: Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Rusia. La peor parte se la llevó su familia, los Schönburg-Glauchau, quienes durante 10 siglos pertenecieron a la alta nobleza alemana en Sajonia, donde poseían tres hermosos castillos, Glauchau, Wechselburg y Rochsburg. Esa parte del territorio alemán se la quedaron los rusos que, lamentablemente, odiaban a los aristócratas. De ahí que tuvieran que exiliarse. De no haberlo hecho habrían acabado prisioneros en Siberia. "Fue una de las épocas más duras de mi vida", relata con cierta tristeza.
Su voz cambia de tono y su mirada se ilumina cuando recuerda a algunos de los clientes más ilustres del Marbella Club. Inevitablemente, hay que hablar de los duques de Windsor, una de las parejas más insignes de la jet set internacional que gozaban de cierto desprecio por parte de muchos otros ya que siendo rey, Eduardo VIII de Inglaterra abdicó del trono por amor a Wallis Simpson.
Tal y como afirma a quien escribe estas líneas, "su sencillez y delicadeza me impresionaron muchísimo ya que la duquesa era muy amable y cortés y el duque era todo lo que te puedes imaginar de un caballero. Tenían su mesa en el comedor con el resto de los clientes donde estaban acompañados por el secretario del duque y la doncella de la duquesa. El personal les trató con todos los honores, pero sin ser pesados. No querían ningún teatro. Cuando los duques entraban al comedor y pasaban por las mesas, los clientes ingleses se levantaban en señal de respeto".
De aquella Marbella envuelta en celofán, no podía faltar el cariñoso recuerdo hacia Jaime de Mora y Aragón –hermano de la reina Fabiola de Bélgica– y Gunilla von Bismarck, biznieta de Otto von Bismarck, cerebro para la creación de un Estado nación unificado del que llegaría a ser el canciller de hierro. "La madre de Gunilla, Ann-Mari Tengbom y su esposo, Otto Christian Archibald, príncipe de Bismarck, compraron el mejor terreno de Santa Margarita porque se extendía desde los pinos hasta la playa", reconoce el conde Rudi, que recuerda con claridad cuando todos los niños Bismarck recorrían la zona alborotados.
De Jaime asegura que interpretó muy bien su rol de "bon vivant que se hizo famoso no por ser pianista, sino porque era un famoso que tocaba el piano. Tuvo la genialidad de inventarse su propio personaje con el monóculo, el bastón, el pelo engominado y su característica barba. Solía sentarse en una especie de trono en el bar Antonio para dejarse ver y que la gente le fotografiara". Y, por supuesto, en su memoria todavía perdura la emoción de la primera celebridad que le impresionó: "Fue la actriz Merle Oberon –protagonista de Cumbres borrascosas y Lo que piensan las mujeres– de la que destacaría su elegancia y amabilidad".
No quiere olvidar uno de sus inventos más populares, las burradas, que consistían en pequeños paseos en los que los turistas se subían a los burritos para llegar a la pineda del Marbella Club. En una de las miles de imágenes que posee se les puede ver a él y a su esposa encima de uno de esos animalitos, y otra foto popular que ha dado la vuelta al mundo ha sido la de Audrey Hepburn, "que tenía tanta clase hasta para montar en burro".
Al personaje de esta entrevista reportajeada le gustan las mujeres afectivas, con clase y leales, y de los hombres valora la valentía, el sentido de la responsabilidad y el positivismo. Ha saboreado todos los lujos que uno pueda imaginar, pero "la lección más grande que me ha dado la vida ha sido no atarme a los bienes materiales ya que los que más he valorado por encima de todo ha sido la calidad y calidez humana". Se le hace feliz si le invitas a una caipirinha, adora las películas de Audrey Hepburn y Omar Sharif, se siente muy orgulloso de su colección de porcelanas, le encanta charlar y no se olvida de darle gracias a Dios por todo lo que ha vivido. En la actualidad, el conde Rudi es presidente de honor del Marbella Club.