Marbella Club: el hotel donde Liz Taylor hizo 'topless' que ha sido testigo del desfase de la 'jet set'
EL ESPAÑOL habla con los protagonistas de la época dorada de Marbella, cuando la llegada de la aristocracia y las estrellas de Hollywood transformaron para siempre la localidad malagueña.
9 agosto, 2021 01:11Noticias relacionadas
Antes de que los quilates asfaltaran las calles y de que los Rolls-Royce rodaran sobre ellos, Marbella era algo más que un pueblecito de pescadores cuya historia reposa sobre pilares paleolíticos. A finales del XIX se construyeron los primeros altos hornos de España y tras la crisis económica de la Guerra Civil, el salvavidas estaba en el turismo. Ricardo Soriano y Scholtz von Hermensdorff, II marqués de Ivanrey, heredó 90 millones de pesetas que invirtió en bienes en 1943 atrayendo a Edgar Neville y su esposa Conchita Montes y Antonio ‘el Bailarín’, que construyó junto a las olas del mar El Martinete, la lujosa mansión de 1.900 metros cuadrados desde la que salían muchas mañanas los jóvenes amantes del dios de la danza.
Intrépido aventurero, Soriano diseñó un motor fueraborda que utilizaron las lanchas americanas en el Desembarco de Normandía, inventó el bobsleigh antes de que fuera deporte olímpico y fabricó el primer scooter del sur de Europa, adelantándose a la Vespa que paseó a Gregory Peck y Audrey Hepburn por Roma o las Lambretta de los paparazzi de la Dolce Vita.
El aristócrata quedó encantado con el microclima de la zona gracias al Pico de la Concha. Le aconsejó a su prima carnal María de la Piedad de Yturbe y von Scholtz-Hermensdorff, II marquesa de Belvís de las Navas, y a su marido, el príncipe Maximiliano Egon von Hohenlohe-Lagenburg que, con lo gastado en leña en invierno para calentar su palacio de 8.000 metros cuadrados en la finca El Quexigal (Ávila) de 1.800 hectáreas (dote que aportó la novia al matrimonio) podrían comprarse una propiedad a pie de playa.
En 1947, los Hohenlohe-Yturbe adquirieron una inmensa finca de higueras y pinos denominada Santa Margarita. Aunque solo tenía 23 años, su primogénito Alfonso de Hohenlohe -a quien llamaban Oleole- era tan inquieto “que al aburrirse abrió un motel para que los viajeros de Málaga a Gibraltar pudieran parar para telefonear, comer o pernoctar -afirma su hijo Hubertus- y poco después empezó a diseñar los jardines”. Aquellas 20 habitaciones fueron el preámbulo del elitista Marbella Club, inaugurado en 1954. Las juergas de los duques de Windsor, Lola Flores, Cayetana de Alba o James Stewart fueron antológicas.
El joven príncipe y su amigo Rainiero III de Mónaco figuraban en la lista de los solteros más cool del mundo de Cholly Knickerbocker, cronista social cuyo nombre real era Igor Cassini (hermano de Oleg, exesposo de la actriz hollywoodiense Gene Tierney y futuro diseñador de cabecera de Jackie Kennedy y Grace Kelly) y a quien a veces ayudaba la periodista Liz Smith, que se convertiría en la periodista de cotilleos escritos mejor pagada del mundo gracias a la célebre Page Six. Pero aquella mención duró poco, ya que el príncipe español de origen germano de 31 años, ahijado del rey Alfonso XIII y de la reina Victoria Eugenia, desposó en 1955 a la virginal Ira von Fürstenberg de 15, hija del príncipe Tassilo von Fürstenberg y de Clara Agnelli, hermana mayor de l’Avvocato Gianni Agnelli.
Aquel enlace fue un escándalo entre la aristocracia europea debido a la gran diferencia de edad de unos novios que fueron los primeros príncipes en ser portada de Time. Desde su pequeña finca marbellí, Hubertus enfatiza que “cuando mis padres fueron a Los Ángeles les agasajaron con muchas fiestas porque las estrellas estaban fascinadas al estar con unos príncipes de verdad. Mi padre aprovechó para hacer contactos para que invirtieran aquí, pero le costaba convencerlos. Cuando mis padres tuvieron su primera pelea, mi padre tuvo un flirteo con Ava Gardner que amplió su red de contactos”.
Como el principesco matrimonio volvió a discutir, Ira se fue a Brasil con su amante y futuro esposo, el playboy Baby Pignatari, y Alfonso regresó al Marbella Club junto a su primo Rudolf Graf von Schönburg, conocido popularmente como el 'conde Rudi', casado con la princesa María Luisa de Prusia, prima de la reina Sofía. Los dos hijos se quedaron en España, Christoph ('Kiko'), nacido en 1956 y fallecido en misteriosas circunstancias en una cárcel tailandesa a los 49 años, y Hubertus (1958).
Entre risas, Hubertus aún considera al conde Rudi y a su esposa como “unos santos contra lo que significó aquella Marbella. Sin ser un personaje es el único que sobrevivió a los desfases porque nunca le vi tomar drogas ni emborracharse, no iba de Versace por Puerto Banús y jamás le han fotografiado en bañador”. Al príncipe de Hohenlohe le costó mucho persuadir a la gente. No querían invertir en ladrillo. Pero al final, el boca a boca funcionó. El hotel se amplió por un lado porque la gente buscaba un lugar tranquilo y, por el otro, “los Bismarck (el príncipe Otto von Bismark y la socialité sueca Ann-Mari Tengbom) compraron un gran terreno hasta la playa”.
Gunilla von Bismarck recuerda que “no llegamos a vivir en Marbella hasta el año 1961. En aquella época todo era muy simple, se organizaban cenas íntimas en las casas, nos bañábamos en el mar porque no había paparazzi y vino cómo iba cambiando la localidad”. No tardó en llegar el desembarco hollywoodiense. Las primeras estrellas en comprar fueron Gina Lollobrigida y Mel Ferrer con su esposa, Audrey Hepburn (ambas amigas íntimas de Ira de Fürstenberg), Stewart Granger, Deborah Kerr y su esposo Peter Viertel y el director Jean Negulesco, que tras dirigir a Jane Wyman en Belinda (1948) y a Marilyn Monroe y Lauren Bacall en Cómo casarse con un millonario (1953), decidió migrar a este paraíso mediterráneo donde falleció en 1993.
La sencillez a la que hacía referencia Gunilla, la reina de Marbella sin trono “y aún lo sigo buscando, pero no lo encuentro”, asegura riéndose, es compartida por Sean H. Ferrer, primogénito de Audrey y Mel: “En 1962 mis padres decidieron construir villa Santa Catalina en la pineda ubicada entre las casas de los barones de Rothschild y el conde de Meran. En Santa Margarita solo había un bonito jardín y un beach club donde un señor preparaba con una bombona huevos fritos y chanquetes y para beber solo había Fanta de naranja y de limón”.
Cuando en 1962 se construyó la Champagne Room en el Marbella Club, no tardó en convertirse en el búnker de la jet set internacional capitaneada por Onassis y María Callas o Brigitte Bardot y su marido Gunter Sachs. El príncipe Alfonso fue un idealista que hizo realidad lo que parecía utópico, ya que durante su estancia en México como responsable de la filial de Volkswagen se fijó en un deporte nuevo que implantó frente a su casa. Inauguró la primera cancha de pádel de España. Desde su villa en Florencia, Sean rememora que “jugaba con Luis Larisch (hijo del conde de Larisch-Mönnich) alrededor de ochos horas al día y como los viejitos que bebían demasiado por la noche querían movimiento, nos pagaban 1.000 pesetas la hora. Era mucho dinero y ambos vivíamos como reyes”.
A finales de los sesenta se gestó lo gordo. Tras almorzar en el palacio algecireño de la marquesa de Bute, Manuel Fraga, ministro de Información y Turismo, le dijo al joven reportero José Luis Yagüe que tenían que ir a Marbella porque le tenía que firmar un crédito turístico a don José Banús (egregio constructor franquista) “para la construcción del puerto, la plaza de toros, el club de golf las Brisas, el hotel Andalucía Plaza y el Club de Tiro Pichón”, revela a sus 86 años el único periodista sobreviviente de antes del comienzo de la época dorada. El multimillonario Banús contrató a Pierre Canto para diseñar el puerto (ya lo hizo en Cannes) y a Noldi Schreck (artífice de gran parte de Beverly Hills) para la urbanización Andalucía la Nueva.
En 1970 se inauguró Puerto Banús con los príncipes de España, Rainiero III de Mónaco y Grace Kelly, María Callas, Hugh Hefner, el Aga Khan, Christian Barnard y un jovencísimo Julio Iglesias que amenizó la velada meses antes de su matrimonio con Isabel Preysler. Ese mismo año se creó un grupo de playboys alocados llamados Los Chorys (Luis Ortiz, Yeyo Llagostera, Jorge Morán y Antonio Arribas) que pusieron Marbella patas arriba. “Siempre fueron unos caballeros educados, divertidos y muy respetuosos. Querían disfrutar de la vida y hacer felices a los demás”, puntualiza Gunilla. Entre la aristócrata alemana y Luis Ortiz (hijo del censor de TVE durante el Franquismo) hubo una química especial. Se casaron en 1978 y dos años más tarde nació su único hijo, Francisco José. Poco a poco fueron abriendo en el puerto los bares y restaurantes de Menchu, el Beni, Christian o el Jockey, cuyo maître terminó trabajando como responsable de banquetes en el Palacio Real de Madrid. Por allí era fácil que se dejaran caer la tacañería de Sean Connery, los bailecitos de la duquesa de Alba o Deborah Kerr, que más de una mañana en la peluquería aún arrastraba los síntomas de la embriaguez.
Uno de los más íntimos amigos de Gunilla y Luis fue 'tío Jimmy', como se conocía popularmente a Jaime de Mora y Aragón, un dandy con mucha jeta porque, según Jaime Peñafiel, “aprovechó su influencia como hermano de la reina Fabiola de Bélgica para traer a todas las celebridades. Ejercía de secretario de Khashoggi”; para Hubertus “quiso ser el otro Alfonso con su barbita y su monóculo. Era egocéntrico y competía con mi padre, pero no era muy trabajador. Eran íntimos”, pero durante un tiempo su amistad se resquebrajó “ya que el príncipe estaba con el agua al cuello, por lo que se asoció con el constructor sevillano Tulio Pina para edificar en un terreno de Alfonso en Puente Romano. A Jaime le gustaba tanto el dinero que les presentó a ambos a Al Milani -asegura Yagüe, que compró la finca. Jaime quería su comisión de 300 millones de pesetas como intermediario, pero Alfonso y Tulio se negaron. El príncipe y Jaime fueron enemigos a muerte que terminaron reconciliándose poco antes del fallecimiento de Hohenlohe”.
Tras aquella fachada de dandy inglés se ocultaba un oportunista cuyas palabras recogió el diccionario de la Real Academia de la Historia tras organizar un festival taurino en 1972 en el coso de Nueva Andalucía: “De lo que a mí me pertenece voy a entregar un regalo a los pobres de Marbella y el resto, para otro pobre que se llama Jaime de Mora”. A principios de los ochenta, la Costa del Sol fue territorio árabe. Khashoggi compró una finca 5.000 hectáreas a Henri Roussel, el empresario farmacéutico más importante de Francia cuyo hijo Thierry se casó con Cristina Onassis. La bautizó como Al-Baraka (suerte en árabe). Y vaya si la hubo. Sus fiestas no eran quimeras. Rappel recuerda el último cumpleaños de Khashoggi en 1985 “cuando los criados llevaban en alto un pastel gigantesco con paso de semana santa, empezó a cortarlo con un sable y advirtió que había sorpresas. En cada trozo te encontrabas con una piedra preciosa. A mí me tocó un rubí que llevo en una sortija”.
Uno de sus vicios era el juego. Yagüe nunca olvidará la noche en la que en “en una sala privada del casino encubierto del Club de Tiro Pichón vi a Khashoggi, Antonio Asensio (presidente del Grupo Z y de Antena 3) y Abutaka (el rey de los diamantes de Sierra Leona) jugándose a las cartas los 700 millones de pesetas que había sobre la mesa”. Tres años después acabó en prisión por ayudar a evadir 100 millones de dólares que Ferdinand e Imelda Marcos robaron del erario filipino. Todos le dieron la espalda. Vendió gran parte de sus propiedades. Al-Baraka es hoy en día La Zagaleta, la urbanización más exclusiva de Europa. Atrás quedaba la oronda figura del tío de Dodi Al-Fayed (último novio de lady Di) a bordo del yate Nabila cuyas letras eran de oro macizo: “Juan Carlos y Sofía fueron a Puerto Banús a ver el yate y salieron llenos de regalos”, recuerda Peñafiel. Murió a los 81 años en 2017.
A sabiendas de que el conde Rudi, actual presidente de honor del Marbella Club, le disgustaba que se hiciera topless, quedó desconcertado cuando en 1987 se enteró que un paparazzi había pillado desnuda tomando el sol en la terraza a Elizabeth Taylor y su entonces pareja, el eternamente bronceado George Hamilton. Hay dudas sobre quién hizo clic. En la biografía del actor americano titulada Don’t mind if I do escribe que el paparazzi fue José Manuel Otero; en el último libro de Enrique Herreros Los dos Herreros. Cuando Hollywood brillaba en la Gran Vía asegura que fue Juan Santiso y en boca de muchos estuvo Juan Carlos Teuma.
Al final, las fotos de este último se publicaron porque la estrella de los ojos violeta aparecía por primera vez con los rulos puestos: “Taylor y Hamilton vinieron a inaugurar una nueva suite al Marbella Club y como todos los fotógrafos estaban esperando, me escaqueé y me subí al tejado de una casa. Observé que Liz se levantaba con rulos y se abrochaba pareo, por lo que deduje que cuando se tumbaba hacía toples. Al anochecer hubo un cóctel en su honor en el Champagne Room donde Gunilla me preguntó si había hecho el robado. Regine (la reina de las discotecas) se metía en todo y logró localizarme, se presentaron cuatro Mercedes negros a las cuatro de la madrugada en mi casa y me llevaron a la habitación de la Taylor. Con su bata puesta las miró y exclamó: ‘Pues no estoy mal del todo, ¿no?’ Y al día siguiente durante el almuerzo el abogado me dijo que las usara”. Fue un exclusivón mundial.
Quique Herreros comenta a EL ESPAÑOL que “en la cena estaba al lado de Ann-Mari -madre de Gunilla- que me chivó que había captado a Liz con los pechos al aire y por si fuera poco la cena la terminó de estropear Regine porque pretendía hacer una foto publicitaria poniendo la marca de un champán. Cuando Hamilton se lo dijo a Liz se levantó y se fue. Nos fuimos a casa que Santiso tenía en la curva de la carretera que iba San Pedro de Alcántara y le pillamos revelando los carretes. Afortunadamente el toples no se publicó jamás”.
Por aquellos saraos sin fin fecha de caducidad siempre aparecía la exemperatriz Soraya, repudiada por el sha de Persia por estéril. Tras fracasar como actriz en la Roma de la Dolce Vita y de perder a su segundo amor, el director cinematográfico Franco Indovina en 1972, deambuló como alma en pena. ¿Cómo recaló en Marbella? Su amigo el príncipe Hohenlohe le tendió la mano. Yagüe lo explica: “¿Sabes a quién tengo en el hotel?’ -me comentó el príncipe- así que no tardé en organizar unas fotos robadas-pactadas para publicitar la localidad. El titular fue Soraya, la mujer de los ojos verdes más bonitos del mundo, se refugia en el último paraíso de Europa. Salimos en todos los medios del mundo”.
Gunilla recuerda que “tenía unos ojos verdes muy tristes, era muy dulce e intentaba disfrutar de la vida” mientras que su marido, Luis Ortiz, se despacha a gusto: “Cenaba a su lado y no recuerdo que nos hablara a los que estábamos a su alrededor. Igual era muda. Era más sosa que la hostia. No te puedo decir si era simpática o antipática porque parecía una figura de cera”. En cambio, Rappel, tiene unos recuerdos míticos: “su mirada gris malva tirando a lila, como la de Elizabeth Taylor, taladraba. En una fiesta se quitó una medalla de brillantes y me dijo: ‘Nunca te he regalado nada. Esto me lo dio el Sha y detrás pone la bendición de Alá. No me la quito jamás”. El sha no le dio tanto como se dijo y gracias a unos amigos de la banca BNP Paribas puedo vivir en Casa Maryam, un palacete de 800 metros cuadrados que acabó sitiado por los okupas tras su muerte en 2001.
Aunque el rey Fahd continuó viniendo a su palacio Mar-Mar (una réplica de la Casa Blanca), contratando a gente de la ciudad por 3.000 al mes y llegándose a gastar hasta 90 millones de euros en un verano, la llegada de Jesús Gil al poder (1991-2002) desvirtuó el rumbo del glamur porque el exalcalde se presentaba a las fiestas descamisado, en chanclas y en bañador. Luego vino Julián Muñoz, el caso Malaya… Pero aún quedaba una superviviente, Olivia Valere, a quien Regine no podía ni ver: “Decía cosas muy feas sobre mí como que Olivia Valere era una conocida marca de lencería pornográfica. Jamás he dicho nada malo de ella”. Está casi arruinada debido a malas inversiones.
La Valere era la anfitriona del fiestón del verano con Chopard. En 2007 se diseñó un espectáculo con caballos andaluces en los que uno de ellos bailó sobre un piano de hierro de una tonelada en una decoración con 14.000 claveles; otra vez trajeron al Cirque du Soleil donde participaba el Adam Peres, el exmarido trapecista de Estefanía de Mónaco e inmemorable fue la noche en la que se cubrieron a modelos desnudas de joyones. “En diez minutos se vendieron casi dos millones de euros en joyas. Imagina la cifra a las cinco de la mañana”, confiesa una de las invitadas quien, con lengua afilada, cotillea: “Era un evento tan exclusivo que muchos famosos, ricos y nobles intentaban colarse sin éxito. Pero hubo una pesada que llamó durante dos años porque quería hacerse la foto (suspiro de resignación)… Carmen Lomana”. Eran fiestas numéricas. Antes de la inauguración ya se sabía lo que iban a vender: “En las fiestas se mezclaban todas las nacionalidades (árabes, indios, rusos, mexicanos y casi ningún español), porque has de mantener equilibrio para que fiesta luzca porque la carga positiva se mete en el coco de la gente y esto se traduce en dinero”, ratifica una multimillonaria empresaria que pulula por los vericuetos de la jet. Fundido a negro.