
El Puente Romano de Talavera de la Reina se derrumba por la fuerza de la crecida del Tajo.
El derrumbe del Puente Viejo de Talavera como metáfora de una España anegada
Para el presidente Sánchez, aun reconociendo el simbolismo del puente, la cosa quedó liquidada con un tuit dominical: ha sido una rotura, como la de una tubería.
No es un puente romano el que ha derrumbado la crecida del Tajo propiciada por la borrasca Martinho.
Porque de la estructura romana original apenas queda la esencia de sus cimientos sobre la arena. No fue hasta el siglo XV cuando se reconstruyó con la forma que tan bien conocemos.
Ni siquiera es la primera, ni la segunda, sino la octava vez que el Puente Viejo "quebró por avenidas de agua", como consta por escrito en documentos de 1625.
Por mucho que digan en la tele y las noticias que se ha caído el puente romano de Talavera, lamento informar que no es romano. Entiendo que así parece más noticia porque es raro que un puente romano se caiga, pero éste en concreto, construido en el siglo XV parece, se ha caído ya… pic.twitter.com/DC6HAq2LzR
— Paco Álvarez Romano (@romanos_somos) March 23, 2025
Han sido precisamente las partes reconstruidas (¡con ladrillos!) en su última reparación en 1994 las que se han venido abajo.
Pero esta vez no me negarán que ha sido distinto, por muchas razones. La primera es que el mundo ha cambiado, y todo se puede conocer en directo con testimonios vívidos, haciéndote sentir partícipe de cada suceso.
Y la segunda es la innegable carga simbólica (y, desde luego, psicológica) del momento.
Y es que el desplome del Puente Viejo de Talavera este fin de semana ha tenido un impacto enorme en los españoles, porque ha permitido visualizar a través de un símbolo común una tremenda realidad con la que hemos aprendido a convivir a base de la infiltración diaria: cómo las embestidas sucesivas y el impacto brutal de las corrosivas riadas políticas contra los pilares institucionales pueden destruir lo que se creía permanente.
Para el presidente Sánchez, aun reconociendo el simbolismo del puente, la cosa ha quedado liquidada en un tuit dominical: ha sido una rotura, como la de una tubería. Pero ahí estará el Gobierno de España para la reconstrucción del puente romano que no es romano, pero que es patrimonio de todas y todos.
El líder de la oposición se apresuró a comparecer sobre el terreno y a mostrar una parca desolación, cimentada esta no en pilares de ambición política o de compromiso moral, sino en palabrería técnica muy esdrújula.
Dijo Feijóo: "España necesita un plan nacional de agua, donde no solamente se contengan infraestructuras hídricas, sino también hidráulicas". Pidió olvidar "planteamientos ideológicos maximalistas" y revisar "políticas equivocadas".
Y eso está bien, pero carece de concreción y profundidad.
Tampoco es que a estas alturas fuéramos a esperar una sensibilidad, una determinación o un conocimiento excepcional. Pero es que el terreno cívico está ya tan anegado, en sentido literal y metafórico, que resulta desolador constatar por enésima vez las dificultades de nuestros dirigentes de estar a la altura de las necesidades de nuestro país.
Por eso es tan importante que, como ciudadanos, no nos resignemos.
En España Mejor, por ejemplo, llevamos desde el verano pasado trabajando con voluntarios expertos de todo el país en una propuesta de nueva política de agua. Con la necesaria actualización tras la tragedia de la DANA de octubre, a la que se ha sumado la devastación producida por las cuatro borrascas encadenadas de marzo, la tenemos prácticamente terminada.
Desde luego, contemplando asimismo el análisis de la pésima gestión de la emergencia y dándole forma a una propuesta inseparable de unificación y optimización del sistema de gestión de ayudas tras catástrofes naturales.
Estará a disposición, como siempre, de todas las fuerzas políticas, de todos los agentes institucionales.
No deberíamos dejar de aprovechar este momento de reflexión y autocrítica colectivas para demandar una nueva política de agua, no necesariamente orientada a un cambio radical de objetivos, pero sí a una clarificación de prioridades evaluadas desde la perspectiva del largo plazo, a una mejora, en el ámbito institucional, de los sistemas de gestión y de decisión, y una apuesta por procedimientos o tecnologías innovadoras, como, entre otras, las de recursos no convencionales (depuración y desalación), donde España es una potencia.
La cuestión previa, de nuevo: evitar la politización, que sesga de forma ineficiente las decisiones e impide adoptar estrategias a largo plazo que sean respetadas por las distintas administraciones.
A diferencia de asuntos como la fiscalidad o las relaciones laborales, la realidad es que, en materia de agua, no existen preferencias sociales alternativas tan distintas, ni motivos ideológicos consistentes que justifiquen distintas políticas de agua, a menos que se instrumentalicen los problemas precisamente para confrontar.
No podemos evitar la ceja del recelo levantada, pero hay señales de movilización. El ministro de Cultura Ernest Urtasun se ha declarado en shock tras visitar la zona y ha anunciado la aprobación de una concesión directa del "2% Cultural" del MITECO para reconstruir el puente.
Como bien de interés cultural, es patente la voluntad de mantener la imagen de unidad institucional… pero la imagen les importa a los que se retratan.
El consejero autonómico del ramo y el alcalde de Talavera de la Reina han recordado que se necesita una restauración integral del puente, y que sólo podrá afrontarse desde la participación de todas las administraciones.
Y así debe ser, sin duda. Porque para recomponer ese puente-símbolo de nuestras certezas, para volver a poner en pie sus ojos colosales hoy demolidos y que entre ellos discurra el río poderoso de la política que propone y resuelve, lo que necesitamos como sociedad es una actuación eficaz y responsable.
Con visión y ambición de país.