Desde el primer momento, la 28ª Conferencia de las Partes (COP28) de Naciones Unidas sobre el cambio climático, que se celebra desde del jueves hasta el 12 de diciembre en Dubái, ha estado marcada por la controversia.
Entraña una dudosa moralidad de por sí que la cumbre esté hospedada por Emiratos Árabes Unidos, un país célebre por el atraso social y la violación sistemática de los derechos humanos. Pero es sencillamente insólito que un encuentro de líderes mundiales que se marca como objetivo la reducción del uso de combustibles fósiles tenga lugar en uno de los países más contaminantes que es también uno de los mayores productores de petróleo del planeta.
Este año es el primero en el que se acusa al país anfitrión de la Cumbre del Clima de utilizar el encuentro de líderes mundiales para hacer negocios. La filtración que acusa a EAU de aprovechar la cita para cerrar acuerdos petroleros y gasísticos con gobiernos extranjeros provocó la dimisión el pasado viernes de la asesora principal de la COP28
Igualmente grotesca resulta la designación de Ahmed al-Jaber, director de la compañía petrolera estatal Adnoc, como presidente de la COP, lo que muchos observadores como Amnistía Internacional consideran un grave conflicto de intereses. El sultán ha soliviantado a los expertos y a la comunidad científica con unas declaraciones este sábado que frisan el negacionismo climático.
¿Qué sentido tiene que el presidente del mayor foro climático del mundo impugne el consenso científico más elemental sobre la materia, afirmando que "no existe ninguna evidencia que diga que la eliminación progresiva de los combustibles fósiles es lo que permitirá alcanzar los 1,5°C", y que "llevaría al mundo nuevamente a las cavernas"?
Al vicio originario de la cumbre le han seguido toda una serie de despropósitos que sirven para poner en evidencia la credibilidad de las buenas intenciones de muchos países en su lucha contra el calentamiento global.
Durante su intervención en el segmento de alto nivel de la COP28, Lula da Silva reivindicó la importancia de la lucha contra la crisis climática, mientras Brasil anunciaba que se unirá al grupo de países productores de petróleo OPEP+ a partir de enero y no limitará su producción de petróleo como los demás miembros.
A esta incoherencia se suman las acusaciones de hipocresía recibidas por el primer ministro británico, por haber solicitado en la cumbre la reducción progresiva de combustibles fósiles semanas después de haber apoyado el aumento de las exploraciones de gas y petróleo en el mar del Norte.
Por no hablar de que los dos Estados más poblados y contaminantes, China e India, se han quedado una vez más al margen de las declaraciones conjuntas firmada por la inmensa mayoría de los países.
La cumbre sí ha dado alguna buena noticia, como el anuncio de Estados Unidos de su incorporación a la alianza global para la eliminación progresiva del carbón, el apoyo taxativo de la UE, EEUU y Reino Unido a la reducción de los hidrocarburos, o la petición de crear un tratado de no proliferación de combustibles fósiles.
También la creación de un nuevo fondo de pérdidas y daños para paliar la injusticia climática, y permitir la adaptación de los Estados insulares vulnerables. Aunque los montos irrisorios de las aportaciones de los países no parecen suficientes para compensar las pérdidas asociadas a los efectos del cambio climático en estos países.
El precedente del último año no invita al optimismo, porque los compromisos adquiridos por la mayoría de los Estados en la COP27 se han convertido en papel mojado. Los buenos propósitos de atajar drásticamente las emisiones no han servido para nada, dado que en 2022 se batieron todos los récords de emisión de CO2.
Y es que, aunque la cumbre de la ONU está pensada para diseñar la estrategia climática internacional, las pomposas declaraciones rubricadas no son jurídicamente vinculantes.
Aún así, en los 28 años que lleva celebrándose la COP se han alcanzado hitos como el protocolo de Kioto, por el que se establecían como obligatorios los objetivos de reducción de emisiones de efecto invernadero. O el Acuerdo de París para limitar el aumento de la temperatura global a 1,5º C, de cuyos desarrollos la COP28 ha querido hacer balance.
De momento, no son positivos, y el tiempo se agota. Conservar un mundo habitable con unas condiciones ambientales soportables pasa por el escenario de un nivel cero neto de emisiones en 2030, que de momento no se antoja mucho más cercano. Aun a falta del resto de la cumbre, no parece que esta COP28 vaya a traer grandes progresos en la organización climática global.