Hay vidas que pasan demasiado rápido, en las que suceden demasiadas cosas, a menudo atropellándose, y que concluyen demasiado pronto. Y hay gente, también, a la que no le sucede nada desafortunado en especial, pero que no sabe muy bien qué hacer con su vida. Pero claro, nadie dijo que este paseo por la superficie del planeta fuera a ser justo ni, tampoco, que fuera a ser divertido. De hecho, nadie dijo nada al respecto, y mucho menos que fuera a tener sentido.
Pelayo Novo, de 32 años, pertenecía al grupo de los primeros, de esos a los que le ocurren muchas cosas. Deportista, ex jugador de fútbol profesional y después número 12 del tenis español en silla de ruedas, decidió abandonar este martes, cuando se arrojó a la vía en el instante en el que pasaba el tren en las afueras de su ciudad.
Antes de eso, la fatalidad ya había arrinconado al centrocampista asturiano en un hotel de Huesca, mientras militaba en el Albacete Balompié, en Segunda División. Ese día, el 31 de marzo de 2018, se precipitó desde un tercer piso mientras hablaba por teléfono apoyado en una barandilla. El accidente lo ató a una silla para el resto de sus días. Estos fueron algo menos de cinco años.
Más de un centenar de partidos de fútbol en Segunda y doce goles, un trabajo en la Federación Asturiana de Tenis, un nombramiento como embajador de la Fundación del Real Oviedo y, sobre todo, un partido por disputarle a una vida que no se parecía lo suficiente a la pretendida ni tampoco, a la prevista, si es que resulta razonable pensar que se puede prever algo al respecto de nuestra existencia. Demasiadas cosas, demasiado rápidas.
Siempre cabe la conjetura. Siempre hay un momento. ¿Y si Novo no hubiera sido convocado a ese partido en Huesca? ¿Y si se hubiera lesionado la semana previa? ¿Y si no se hubiera comunicado a través del teléfono móvil en ese momento? Y si… tantas cosas.
Simon Fieschi también tuvo un momento. Laurent Sourisseau, alias Riss, el dibujante de Charlie Hebdo, le fichó como responsable de la web y las redes sociales de la revista satírica poco antes de enero de 2015. El séptimo día de ese mes los hermanos Kouachi le arrebataron la vida a doce personas, tras efectuar cincuenta disparos con sus armas de asalto, e hirieron de gravedad a otras once. A Fieschi no lo asesinaron, pero sí se le fragmentaron la vida y, como a Novo, le dejaron sobre una silla de ruedas.
En su extraordinario Un minuto y cuarenta nueve segundos (Libros del Zorzal, 2022), Riss cuenta el pánico que sintió poco antes de ver a Fieschi en su habitación de hospital, con sus piernas inútiles que “parecían formar parte de la cama después de haberse calcificado y fosilizado lentamente”. Contra pronóstico, y tras un esfuerzo colosal que duró meses, Fieschi logró rehabilitar en parte sus miembros inferiores y volver a caminar, aunque apoyándose con dificultad sobre un bastón.
Pero ¿y si no hubiera aceptado la propuesta de Riss? ¿Y si no hubiera acudido ese día a la reunión de la revista? ¿Y si…?
Siempre hay un momento, siempre hay un destino. ¿Lo podríamos cambiar? ¿Podríamos ralentizar nuestras existencias para que, cuando acechan el accidente o el atentado dejaran de suceder? ¿Podríamos lograr que sucedieran menos cosas, o que estas fueran menos rápidas?
Nada de lo que sucede aquí tiene sentido o, al menos, a menudo es difícil encontrarlo, si bien es cierto que nadie mencionó que fuera a tenerlo. Lo único cierto es que resulta imposible escapar de lo que ya sucedió.