
Un camarero en un bar en Málaga.
La cruda realidad de jóvenes que trabajan en una pizzería en Málaga
Salarios bajos, incertidumbre con los horarios, multitareas o encontronazos con los jefes son el pan nuestro de cada día, aunque también hay compañerismo y risas.
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Nunca es tarde para volver al ruedo. No pasa nada si vuelves a colocarte una mochila llena de inseguridades con 26 años. “¡Ánimo! Estás hecho un chaval”. Esos vocablos rechinan una y otra vez en la cocorota de Joaquín (la mayor parte de los nombres utilizados son ficticios con el objetivo de proteger a las fuentes) como un estribillo que nunca se olvida. Como aquella de Te entiendo de Pignoise.
La vida de nuestro protagonista dio un vuelco. Era 2022 y Joaquín decide saltar al vacío y realizar las pruebas de mayores de 25 años para entrar por todo lo alto en la universidad. Entonces no lo sabía, pero sus jornadas son, ahora, un continuo vaivén. Consigue coronarse y meterse de lleno en la carrera de sus ansiados sueños. Periodismo. Pero todo no iba a ser de color de rosas. Mientras olfatea apuntes, recorre más horas que un reloj de manillas en uno de los oficios más antiguos y sacrificados: La hostelería.
En el alba de la mañana, entre semana vive, con las quejas de sus compañeros de futura profesión, porque para ellos le faltan horas al cabo del día para realizar un sinfín de tareas y pasar tiempo intercalando asignaturas (si ellos supieran…), y por las tardes, se agarra fuerte el mandil con doble nudo y se coloca el modo on en el organismo, para aguantar vainas de comensales, y sobre todo, a su implacable dirigente.
A día de hoy, Joaquín se encuentra en su tercer año de carrera. También en su casi cuarta temporada trabajando en el mismo restaurante que le abrió las puertas a volver al ruedo y convertirse en universitario. Un local, cuyo nombre no quiere acordarse. Una franquicia con prestigio, pero con más irregularidades que el tenista Alexander Zverev en 2019.
La persona que enseñó a Joaquín todos los entresijos de esta profesión, Fernando, su maestro, el cual ya no comparte los mismos colores que él, tiene claro que volvería a la empresa, siempre y cuando, transmutasen los horarios, los sueldos y el convenio. Vamos, básicamente todo.

El horno de una pizzería.
Trabajar detrás de una barra y no gozar del convenio adecuado es tan frustrante como suspender en segunda convocatoria con un 4,99. Al igual que no tener en sus manos tus horarios de la semana siguiente hasta el domingo de antes. Algo tan habitual como que a Neymar lo vean de fiesta. Pero calma. Porque Fernando lo detalla más adelante, como un cirujano cuando se encuentra operando a corazón abierto.
Que no sepan los turnos de la semana siguiente con antelación es como jugar las grandes finales de la NBA. No da tiempo ni para lavar los calzoncillos. Esos que traen suerte desde el 2020. Lo mismo, con certeza, les toca en la mano una escalera de colores, y se los ceden a las cinco de la tarde un sábado. Eso testifica Fernando, aunque en ocasiones podía triunfar si una encargada se los mostraba, pero quedando siempre la certeza de las malignas modificaciones que su jerarca podía realizar a última hora por X motivos.
¿Y el sueldo? Fernando lo describe como irrisorio. 5,38 euros era la cifra que percibía por hora, hasta la actualidad, que se elevó hasta 7,60. Poco dinero para un individuo que ejerce más de cinco funciones siendo auxiliar de tienda. ¡Sí! Más de cinco funciones. Como si se tratara del fiel vecino Spiderman. Solo le faltaba cambiar su polo de oficio por las mallas, y a alguien fotografiando los malabares que tenía que obrar para sostener un salón a sus espaldas y que los clientes pusieran alguna reseña cariñosa.
Corina, trabajadora del restaurante desde hace diez meses, desconoce si trabaja de auxiliar o de ayudante de cocina. Lo que sí sabe con certeza es que si a un minuto de cerrar las barricadas de cocina, suena el teléfono de los horrores y es un cliente, tiene que atenderle:
—Sí. No hay opción al no — resalta Corina.
La ayudante o auxiliar de cocina retiene algo en su cerebelo. Hay ocasiones en las que su jefazo se ha podido exceder, pasarse de la raya, y convertirse en Jafar, el antagonista de Aladdín. Afirma que no es correcto dirigirse a nadie de las maneras que suele emplear y sobre todo, cuando se han manchado de barro tantos años por su sociedad. Incluso así, si la cocinera ya no estuviera en la plantilla y se lo encontrara paseando, no le desearía ningún mal de ojo, pero sí le diría que midiera un poco su nivel de empatía. Además, suspira y afirma que la cocina podría funcionar mucho mejor si existieran más manos, y sobre todo si todas sus compañeras supieran ejercer todas las funciones que se necesitan para calibrar al 100% el motor principal de la pizzería.
No todo el planeta se plantea vivir alquilado en la burbuja de la hostelería para siempre, pero si la gerencia o el dueño no lo hacen fácil, estos trabajos se acaban convirtiendo en lugares de paso. Eso remarca que una plantilla de trabajadores no opte por consagrarse del todo. Es lo que sucede con esta empresa en particular. Un sinfín de cambios. Como si de un partido de fútbol sala se tratase. Es lo que observa Rita, clienta del establecimiento desde hace dos años. Si la comensal tuviera el poder, tiene claro lo qué haría para mejorar el restaurante. Custodiar a su plantilla de camareros a toda costa.
Nace una pregunta: ¿Es posible atender a más de cien huéspedes entre dos trabajadores? Aunque la plantilla sea tan encomiable como el mejor ejército de espartanos, dos personas para dirigir un salón de 22 mesas es un poco abrumador.
Jesús, cliente desde hace más de cinco años, vocea:
—¡Es una barbaridad! — Y añade que aunque la plantilla es buena y trabaja rápido, es imposible atender en esas condiciones a tanta gente.
Otro laberinto la mar de inaudito al que enfrentarse en hostelería y que se manifiesta como un poltergeist cuando las previsiones no se realizan con sensatez, trata de cuando estás tan solo, como Jon Nieve en la batalla de los bastardos. Pero, no es lo mismo jugar dieciseisavos de Copa del Rey, que las semifinales de la Champions. Lo mismo acontece cuando eres el único en sala un martes, en comparación con una noche del día de la madre. Es lo que le sucedió a Fernando, el instructor de Joaquín. Su camarada sufrió un percance con un cliente. Un mal trago, como cuando te derriban en la lona a falta de dos segundos de que el árbitro señale el descanso del penúltimo asalto. Con un barman, se tuvo que apretar el mandil y enfrentarse a un salón plagado.
La competencia es como chocar con el muro mágico del andén nueve y tres cuartos de Harry Potter. Hasta tal punto de que tu capo no pare de exigir, porque visualiza infinitas pérdidas. Que te pongan un restaurante al lado, y además, que sea rival directo, es como jugar cada fin de semana un derbi con prórroga y penalties.
En ocasiones, los dirigentes de los negocios no se percatan de que sus clientes más potenciales no los están perdiendo, sino que existe la posibilidad de que tengan más cosas que urdir, en vez de visitar sus instalaciones un martes. Ángel, cliente desde hace más de siete años, afirma que no entraba en su mente cambiar de pizzería cuando abrió el establecimiento con el que rivaliza actualmente el local. El veterano comensal afirma que en el paraje que lleva visitando tantos años se encuentra cómodo, bien atendido, y con cierta privacidad. Sin bullicios vaya.
Ejercer funciones que no tienen nada que ver con el trabajo que realizas es otro talón de Aquiles en este local. Corina tuvo que despojarse en más de una ocasión de los guantes de cocina y ceñirse el mandil para bregar en sala por falta de personal. Lo mismo ocurrió con Fernando, que en sus seis años ejerciendo como camarero tuvo que realizar otros quehaceres, como por ejemplo descargar palés o limpiar aires acondicionados. Todo, para evitar enfrentamientos con sus encargadas o con su propio jefe. Como si para ser camarero tuviera que ostentar una carrera de ingeniería. Bueno, camarero no. Auxiliar de tienda. Así lo reflejaba su contrato.
Pero eso no es todo. Mariano, actual camarero, lleva colgado en su cintura el mandil de la pizzería alrededor de seis meses. Se queja de algo que no es nada nuevo. Realizar funciones que no se encuentran estipuladas en su contrato. La decoración del local en la dulce navidad es la más reciente. Además, la inflexibilidad en los pagos y la entrega de los horarios de trabajo no han cambiado. El hostelero ha llegado a cobrar un día once. Y en cuanto al itinerario semanal, lo recibe el último día de la semana, con el gran escollo de no poder organizarse. Vamos, un espectáculo en toda regla. Mejor que el del Cirque du Soleil.
En el ámbito del reparto a domicilio, el tema tampoco cambia mucho. También existe inclemencia tanto en los ingresos como en los horarios, pero existe una preocupación más tenebrosa. El estado de las motos. Marcial cumple un año en marzo trabajando para el establecimiento, y teme cada vez que se monta en su vehículo para llevar en buenas condiciones la comida que le encargan. Recalca que se pasa mal, sobre todo, con tres modelos, y expresa que si las pudieran renovar, él y sus compañeros se evitarían más de un susto. Algo fundamental para que tanto las pizzas, como el recadero lleguen salubres a su destino. Lo más normal del mundo…
El motero ha tenido que ejercer en más de una ocasión funciones que no corresponden con su obligación. Actividades como descargar palés o lavar platos es algo con lo que tiene que vivir cada vez que se coloca la gorra para atrás, entrando al establecimiento con pies de plomo.
Existe cierto intercambio de impresiones en cuanto al padre superior. Mariano testifica que le parece una buena persona con el que nunca ha tenido ningún varapalo. Por el contrario, Marcial piensa que ejerce sus funciones con detrimento y que el trato que tiene con las encargadas es pernicioso. Tanto como ver cargada a tu vecina de bolsas de la compra y no sujetarle la puerta.
Opiniones distintas entre sala, cocina y domicilio. Pero en algo coinciden estos asalariados que consiguen que la pizzería funcione en unas condiciones óptimas. El compañerismo. Desde las personas que ya no están como Fernando, hasta otras que en el presente trabajan allí, como Corina, Mariano y Marcial, opinan que es la mejor parte de trabajar en hostelería. Sin la amistad que surge dentro de la tensión que puede existir los fines de semana con miles de pedidos y comensales que atender, quizás ninguno hubiera aguantado tanto tiempo en el local.
La hostelería es como Narnia. Nunca sabes lo que te puedes encontrar después de atravesar el armario. Y, a no ser que ubiques las bolas de dragón y pidas un deseo, es complejo salir de ese mundo de sudor, esfuerzo y paciencia. Algo no apto para todos los públicos, pero que se disfruta como el más pequeño, si te rodeas de alegría, un buen equipo, y unas ganas inmensas de comerte el mundo. Así lo recalcan los trabajadores.
Por todos estos motivos, Joaquín intuye que cualquier turno puede ser el último. Siente pena, porque el día que decida quitarse el mandil para siempre, una parte de él morirá. Y otra se quedará en la pizzería, recordando esos aprendizajes, esas risas sin parar cuando algún compañero decía algo inesperado y que no venía a cuento, o cuando al menos afortunado le explotaba el grifo de la cerveza en la cara, llenándose de cebada. Mágico. Así lo describe. Pero su sueño va mucho más allá. Quiere ser periodista. El mejor. Porque piensa que personas que tiren cañas con poca espuma habrá siempre, pero reporteros que se juegan el pellejo para contar la verdad, cada vez quedan menos.
Tic tac. Tic tac. El despertador de Joaquín suena. Un día menos para colgar el mandil. Y otras 24 horas que le acercan más a la corresponsalía de guerra. Eso dice en su cabeza. Es hora de marchar, y de labrarse el futuro. Pero antes, musita que pese a todo, jamás se olvidará de todos los compañeros que llegaron, marcharon, y esos que todavía aguantan en las trincheras de la hostelería.
Jonathan Montoya es estudiante de la facultad de Periodismo en la Universidad de Málaga y participa en la sección La cantera periodística de la UMA a través de la cual EL ESPAÑOL de Málaga da su primera oportunidad a los jóvenes talentos.