Penélope Cruz y Javier Bardem, éxito en 'Loving Pablo'
Leí sobre Loving Pablo tantas opiniones contradictorias, elogiosas las más, cicateras algunas, perversas otras, que acudí a presenciar la película en un pase privado. Una vez más, quedé entristecido por la envidia de tantos que no pueden soportar el éxito ajeno. Apenas conozco a Penélope Cruz, aún menos a Javier Bardem. Seguramente mi entendimiento de la vida, no solo de la política, es bien distinto al de ellos. Pero Loving Pablo me pareció una gran película que disecciona ante el espectador el mundo atroz del narcotráfico, con sus violencias, sus crueldades, sus despilfarros y también con sus ternuras, porque pocas cosas hay en la vida que sean blancas o negras. Lo que predomina casi siempre es la escala enredada de los grises.
La película está muy bien dirigida por Fernando León de Aranoa y soberbiamente interpretada. Aposté por Penélope Cruz desde la primera vez que la vi. Me pareció evidente que en ella había una gran actriz. En Oviedo, Woody Allen me habló de Penélope con admiración máxima. Y así lo hizo también el genio de la historia del cine español: el incandescente Pedro Almodóvar, el hombre que piensa en imágenes y sueña con las palabras. Mujeres bellas, mujeres atractivas, hay muchas. Que a la vez sean grandes actrices, muy pocas.
Lo que predomina en Penélope Cruz es la inteligencia, la expresividad en la mirada, el dominio del gesto, la voz impostada. La verdad es que deslumbra. Negar el fulgor de Penélope en la pantalla sería negar la evidencia. Los que conocen a la actriz aseguran, además, que es buena gente y que no se le ha subido el éxito a la testa.
De Javier Bardem solo cabe reconocer y subrayar la calidad. Es un actor descomunal, con creciente alcance internacional. Por eso destaqué la interpretación que junto a él hizo Belén Rueda en Mar adentro y que fue el cincuenta por ciento del Oscar de Alejandro Amenábar. Así se lo dije al gran director en el almuerzo feminista de Las 25 que organiza Karmele Marchante. Alejandro Amenábar asintió un poco sorprendido no sé si por mi impertinencia o por mi objetividad.
No se arrepentirá nadie que asista a esta vida, pasión y cárcel del capo Pablo Escobar. El interés del guión y del relato cinematográfico no decae un instante. Las imágenes -impresionante la fotografía de Alex Catalán- se enredan con la música para conmover unas veces, para emocionar otras, para impactar siempre, al espectador.
Que la película tiene defectos, pues claro. Charles Chaplin, hace ya demasiados años, me dijo que juzgara siempre un filme no por los aciertos o por los errores sino por el balance. Y el balance de Loving Pablo es altamente positivo. Recordaré siempre, por cierto, aquel almuerzo con Charlot, uno de los nombres verdaderamente grandes del siglo XX, junto a Picasso, Stravinsky, Neruda o Proust. Fue en Suiza, en la casa vestida de blanco de persona que nunca olvidaré. Ella sentía nostalgia por España, aunque algunos españoles no la trataron demasiado bien. La estoy viendo pasear su elegancia y la añorada belleza por las calles de Lausana.
Fernando León de Aranoa, en fin, ha espigado lo mejor del libro de Virginia Vallejo, Amando a Pablo, odiando a Escobar, escrito con nervio periodístico. Un excelente ensayo biográfico. Amante de Pablo Escobar, la autora, periodista colombiana, de alto estilo, desmenuza el amor a la familia que sentía Pablo Escobar y la crueldad del hombre que encabezó uno de los más sanguinarios cárteles de la droga.