¿Puede ser terapéutica la escritura?
La literatura puede llegar a cerrar cicatrices. La verdadera encrucijada es poner coma, no punto. Porque idealizar es tan malo como ignorar. Al final, a lo que te puedes aferrar es a una historia, un auténtico objeto de salvación.
Sergio del Molino cuenta en el epílogo de La hora violeta, memorias sobre la muerte de su hijo, que se niega a calificar su escritura como terapéutica. Daniel Arjona (Zenda) le pregunta al respecto ¿por qué escribió el libro? “¡No lo sé! Para mí escribir es lo natural –responde el autor de la obra que ahora se reedita diez años después–. Vamos a ver, si escribo chorradas constantemente, ¿cómo no iba a enfrentarme con la escritura a lo peor que me ha pasado en la vida?”.
En opinión de Rafael Pérez Gay “ir con la memoria al pasado, hablar de ese pasado, es quizás el sueño imposible de proporcionar una cura ante un dolor”. El escritor mexicano se lo aclara a Fernando García Ramírez (Letras Libres). “En mi caso, escribir sí sirve para cerrar heridas –explica el autor de Todo lo de cristal–. Cuando uno se desprende de los recuerdos escribiéndolos experimenta un momento de liberación. Siempre he creído que la profundidad de la indagación por la palabra puede llegar a cerrar cicatrices”.
“Al final no tienes nada, absolutamente nada (…) lo que tienes es el cuento”. Así finaliza Eloy Tizón uno de los relatos incluidos en Plegaria para pirómanos. Anna María Iglesia (Crónica Global) pregunta al autor si la escritura es lo único que queda. “Esta es la fe que yo tengo –responde–. Esta frase refleja mi fe absoluta en la literatura. Todos en la vida pasamos por cataclismos, por momentos en los que parece que el mundo se hunde. Y, al final (...), a lo que te puedes aferrar es a esto, a una historia, a un relato. Esto es lo que me hace tener fe en la literatura. No es un mero objeto de entretenimiento, sino un objeto de salvación. Aunque pueda sonar algo fuerte, creo que es esencial seguir apostando por la literatura, a pesar de todo”.
“¿Cómo no iba a enfrentarme con la escritura a lo peor
que me ha pasado?”, Sergio del Molino
El que apuesta, y mucho, por la literatura es Antonio Muñoz Molina. Belén Rico (Granada Hoy) se interesa por el monólogo, en una sola frase de más de 60 páginas, de No te veré morir. “El primer día que escribí así, cuando llegó el final de la tarde había estado ya escribiendo tres horas –relata el escritor–. Decidí dejarlo ahí y en vez de poner un punto puse una coma. Al día siguiente inicié otro capítulo después de la coma (...) Iba probando pero no me interesaba amontonar frases y en vez de poner puntos ponía comas. Quería hacer una sola frase y no muchas frases separadas por comas en vez de por puntos. Es decir, un solo organismo. Era un desafío. Estaba escribiendo en un cuaderno y dije: ‘Voy a ver si llego al final y cuando llegue me paro’. Y así fue, cuando llegué a la última página terminó la primera parte”.
La argentina Leticia Martín se ha planteado un desafío literario muy diferente. “Volví muchas veces a Lolita, al comienzo de Lolita –cuenta a Justo Barranco Madrid (La Vanguardia) cómo surgió su novela Vladimir–. Y en algún momento me pregunté: ¿Y si la abusadora fuera una mujer, qué diríamos como sociedad?” La ganadora del premio Lumen considera que “hay que desacralizar a la mujer” porque, según dice, “idealizar es tan malo como ignorar”.
En cambio, su compatriota Claudia Piñero asegura que tiene “una gran inquietud con respecto a cómo usar la lengua de manera que nos abarque a todos, seamos del género que seamos”. La autora de El tiempo de las moscas, entrevistada por Mariana Sández (El Periódico de España) sostiene que “el lenguaje, en tanto forma de representar fielmente la realidad, es mi búsqueda constante”.
“¿Y si la abusadora fuera una mujer, qué diríamos como sociedad?”, Leticia Martín
P.S. “Yo no recomiendo leer poesía” revela la poeta Ida Vitale a César Bianchi (Montevideo Portal). “Yo recomiendo que la gente lea lo que le guste. Hay que probar si a uno le gusta o no. Es como a mí con el chocolate: si me gusta, lo como, pero nadie tiene la obligación ni de comer chocolate ni de leer poesía. No se puede imponer el gusto por la poesía. Hay gente a la que le gusta y gente que no (...) Además, siempre pienso que aquello que es impuesto, a veces, resulta que lo terminamos detestando. A mí me imponían estudiar matemáticas y las he detestado toda mi vida. ¡Ni que hablar de la física!”.