Hasta 1960, la doctrina oficial de la dictadura franquista sobre el arte abstracto se reducía a esta expresión: “Es una tomadura de pelo”. El 30 de abril de 1959, publiqué en el ABC verdadero un artículo que provocó discrepancias desdeñosas, pero también adhesiones intensas. Lo titulé 'Arte abstracto' y, en él, tras repasar el fulgor de la primera mitad del siglo XX, detenía mi pluma para hablar del movimiento El Paso. Saura, Millares, Canogar, Feito… deslumbraban, hermanados frente a la dictadura excluyente con Tàpies, Oteiza, Chillida, Chirino, Ferrant…
Un joven arquitecto, siempre en vanguardia, incendiaba el esplendor de El Paso. Su nombre, Antonio Fernández Alba, un artista independiente que deja para la posterioridad docenas de obras admirables. Sobre mi mesa de trabajo tengo sus dos últimos libros: Azules de otoño cerrado y Cantos rodados.
La Arquitectura del siglo XXI prorroga, a veces con alardes escultóricos, el funcionalismo de la Bauhaus, la escuela de Walter Gropius, y combate en ocasiones a los nombres grandes de la pasada centuria: Van der Rohe, Le Corbusier, Gaudí, Häring, Aalto, Utzon, Frank Lloyd Wright, Adolf Loos, para el que “la ornamentación es un crimen”…
Antonio Fernández Alba está reconocido hoy como el gran prestigio intelectual de la arquitectura española
Antonio Fernández Alba está reconocido hoy como el gran prestigio intelectual de la arquitectura española. Es además un extraordinario escritor, de prosa traslúcida, adjetivación exacta, encendida metáfora, sólida construcción sintáctica.
En su obra literaria construye la filosofía de la Arquitectura, arte y ciencia a la vez. La estudia por sus causas primeras, como el ser, como el ente de sus desvelos y sus investigaciones. Para él la arquitectura es la evidencia del espacio, que ofrece el dilatado espectro de la arqueología del conocimiento.
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Escritor entre el temor y el temblor de la sensibilidad desbocada, Antonio Fernández Alba, cree en el dios abandonado de Cavafis y se define en la causa primera de la arquitectura, en el dibujo, “donde belleza, razón y orden, luz y espacio se integran para levantar lo imaginado”.
Fernández Alba piensa la Arquitectura y sabe que a veces se configura la forma del espacio sin comprender las razones de la construcción. Ciencia y arte armónicamente enlazados, la Arquitectura funda el espacio nuevo, “donde brotan como ocasionales tangentes próximas a la sensibilidad del lugar para el que fueron proyectados en el Ecu-homo”.
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Fernández Alba iluminó la Expo-92 con una columna triangular, la arista dirigida contra las aguas del lago y una silueta que recordaba los símbolos civilizatorios: el faro y el zigurat. Antonio Fernández Alba es hoy en España un lujo intelectual siempre en vanguardia. Se rebela contra la Arquitectura disociada. Y reflexiona sobre ella desde la metafísica más rigurosa.
En su libro bellamente titulado, Azules de otoño cerrado, al que dediqué una Primera palabra, escribió: “La arquitectura disociada que reproduce el simbolismo edulcorado de tendencias post-mod-neo-abstraction está dirigida hacia su imitación”.
Y en Cantos rodados afirma: “… renovar el rumor de los rocíos de mi juventud es como respirar la primavera de otros tiempos, tiempos maclados de profundo sadismo destructor, junto a los nuevos espacios de la arquitectura naciente”. No, no se arrepentirá el lector que se adentre en este libro copiosamente ilustrado, escrito con ternuras de sabio y melancolías de enamorado.