En ningún paraíso
Diego Doncel
2 marzo, 2006 01:00Diego Doncel. Foto: C.L.
En un mundo problemático, sin dioses que den respuesta y sentido, el personaje literario ya no puede reproducir el modelo del héroe clásico, sino que habrá de ser un héroe degradado. Este marco teórico que propuso Lukács para la novela, y que es hoy un lugar común, puede servir para situar al sujeto de En ningún paraíso de Diego Doncel (Malpartida, Cáceres, 1964), poeta de una obra en verdad valiosa (El único umbral, 1991; Una sombra que pasa, 1996), además de autor de la novela El ángulo de los secretos femeninos (2003).
Este tarado, esta figura de lo humano contemporáneo, es central en estos poemas y un gran logro poético. El tarado ha buscado su lugar en el mundo y a lo que ha llegado es al deseo de "ser un analfabeto/ del alma, inocente y humano", a saber que "la poesía hace estéril el espíritu", la filosofía le ha enseñado sus "supermercados espirituales", donde la expresión consumista lo dice todo, si se acuesta con una mujer es para acabar encontrando el ser perdido que era ella, de manera que no ha encontrado otro exilio que el de los paraísos químicos o el alcohol, un paraíso que es ningún paraíso.
Este contemporáneo, el tarado y no por ello menos lúcido, por cuanto piensa y se piensa, es una voz que indaga sobre qué es el individuo, qué es el yo, quién soy yo, y, muy consecuentemente, acude a leer a Montaigne, instituido como fundador de la escritura yoica, lo que da lugar a "El lector de Montaigne". Esta nueva búsqueda acabará en nuevo fracaso. La inmersión en los Ensayos producirá una identificación con el texto, con su yo, que "me hizo abstracto para todo/ excepto para ser nadie; ser nadie/ incluso para mí mismo". Queriendo encontrar su identidad, lo que halla es ser nadie, un yo vacío. "Nadie" es precisamente el título de otro de los poemas, en el que regresa el mencionado tema. De modo semejante, a la pregunta sobre sí mismo le ha llegado la respuesta de ser otro, "se ha buscado/ en lo otro, pero lo otro no era nada", pesadilla que impide ver las cosas como tales, sentir sin más, todo distorsionado por el sí mismo que se interpone. En semejante calllejón sin salida, "he regresado al sueño/ de la muerte como otra invención", pero el camino onírico tampoco conduce a nada. La lucidez del tarado está destinada a la desesperación.
Los poemas están escritos en verso libre, y no pocos de cierta extensión, y resulta forma adecuada para el discurso de una voz desconcertada, que no tiene sosiego en la vida, que, pretendiendo encontrar una identidad entre el objeto de su pensamiento -él mismo- y el sujeto que piensa, sólo llega a la distancia que se abre entre lo uno y lo otro.
Así, la visión del mundo de este libro es trágica -no por ello carente de ironía-, de una tragedia moderna que recuerda a la de los personajes de Kafka, presos de unas fuerzas que, aunque sin sentido, los superan. Aquí se parte del imperativo del conócete a ti mismo para darse reiteradamente de frente con el muro de no encontrarse si no es en una otredad sin solución, hecha de vacío, además de estar inmerso en un mundo que no está hecho a la medida de lo humano, y que tiene su antecedente en el que describió Lorca en Poeta en Nueva York -no es lo de menos que esta ciudad es el único espacio concreto que se nombra-, en cualquier caso, "en el absurdo del mundo".
En suma, un libro excelente con un personaje memorable, ese ser destruido, que sirve en su presentación para representarnos una ácida visión de la realidad, que es ningún paraíso, pero que a la vez ofrece su lectura como fragmento posible de un paraíso.