El primer frío. Poesía 1975-1995
Joan Margarit, nacido en 1938, es un poeta tardío. Su primer libro (o al menos el primero que no ha borrado de su bibliografía), Crónica, aparece en 1975, cuando su generación, que es la del 50 (nació el mismo año que Carlos Sahagún) y la siguiente, la de los novísimos, habían publicado ya buena parte de su obra.
Crónica estaba escrito en castellano, que era la lengua de cultura de los catalanes educados durante la posguerra. A partir de 1980, Margarit comienza a escribir en catalán y en un lustro publica diez libros que obtienen premios y le dan un cierto renombre, pero de los que no tarda en sentirse insatisfecho. Hasta 1987 no aparece el libro Llum de pluja (Luz de lluvia), en el que considera que comienza verdaderamente su obra: todo lo demás serían sólo borradores, reducidos en esta edición a un puñado de poemas.
No es una mera anécdota histórica el largo aprendizaje que ha necesitado Margarit para llegar a su poesía verdaderamente personal. En el prólogo a Aguafuertes (1995) se refiere a que el libro está formado por escenas o imágenes de su memoria sentimental. La afirmación vale para todas sus obras. Y la explicación de lo que entiende por “memoria sentimental” ayuda a comprender por qué su poesía había de ser forzosamente una poesía de madurez: “Hay muchos tipos de memoria, o quizá sólo son aspectos diferentes de una sola, pero me refiero a esta zona [...] donde guardamos los sentimientos que nos han ido atravesando y transformando. Este es el lugar donde he buscado mis poemas”.
En la tetralogía que va de Luz de lluvia a Aguafuertes, integrada además por Edad roja y Los motivos del lobo, el autobiografismo tiene un menor desarrollo anecdótico que en los libros siguientes. A partir de Estació de França Margarit inicia un camino de narratividad y explicitud, casi de directa autobiografía en verso, del que pocos poetas lograrían salir airosos. A menudo nos encontramos a un paso de la falacia patética, pero casi siempre acierta Margarit a no dar ese paso, incluso en un libro tan difícil como Joana, que lleva el nombre de la hija que protagoniza muchos de sus poemas (el más angustioso, y el más valiente, se titula “Tchaicovsky” y se incluye en Aguafuertes). “No puedo inventarme acontecimientos”, escribe en el prólogo a El primer frío. Y añade: “La dificultad es para mí de otra índole: mostrarme sin compadecerme de mí mismo”. Lo más personal es lo más compartible, parece pensar. La poesía “deja constancia de lo que hemos sentido en un momento dado”, intenta “conservarlo contra el desgaste del tiempo”.
El primer frío está lleno de poemas memorables, a veces bordeando el sentimentalismo o con recursos que nos suenan demasiado a “escuela” (Margarit se encuentra muy próximo a poetas como García Montero o Jiménez Millán, que traducen parte de esta edición bilingöe), pero el lector disculpa esas caí-das en quien considera que la poesía, algo más que “un mero producto de la inteligencia” o resultado de una minuciosa elaboración, “no es cuestión de contenido, sino de intensidad”. La poesía -afirma Margarit- es el instante que conecta el mundo con el sentimiento, el fogonazo que ilumina lo opaco y oscuro. Y sus poemas -palabra en el tiempo, magia y sentido común- iluminan sin deslumbrar.