Bronwyn
JUAN EDUARDO CIRLOT
2 mayo, 2001 02:00Bronwyn (nombre de una rubia muchacha celta) es una obra singular y alta, densa y rica, con desánimos, vislumbres de renuncia, ahondamiento, hechizo... Imaginamos a un Cirlot insatisfecho de la vida, deseoso del retorno a su perdido yo del siglo XI
El ciclo Bronwyn (nombre de una rubia muchacha celta) se desencadena cuando Cirlot ve, en 1966 y en Barcelona, la película El señor de la guerra de Franklin Schaffner, en la que un noble caballero normando -Charlton Heston- llega a una aldea celta, en el siglo XI, donde sufre una transformación, que le llevará al fin, al ver surgir de las aguas de un lago a Bronwyn, interpretada por Rosemary Forsyth.
Poco a poco (y uniendo a la imagen del personaje-actriz, muchos símbolos de diosas primigenias y el retorno de Ofelia) Cirlot forma, en torno a Bronwyn, un complejo mito poético sobre el amor imposible, los ángeles rilkeanos, las diosas trascendentes (Daena, diosa celta; Shekina, el aspecto femenino de Dios en las religiones hebraicas), la vida no vivida -la que no ha sido-, los que pudimos ser en otra edad, en otro tiempo, la transmigración, el retorno, el rechazo a "esta" realidad, la muerte como resurrección o renacimiento...
El primer libro del ciclo Bronwyn (todo el ciclo, pero desde luego cada libro, debe leerse como un solo poema fragmentado) se publica, en las íntimas condiciones antes referidas, en 1967. Es quizá el texto más explícito (más cercano al argumento de la película), siempre con la dedicatoria -plena de simbolismo- "A la que renace de las aguas". El último (siempre por terminarse y siempre reiniciándose también) sería La Quête... de 1971.
En este rico corpus (al que hay que añadir lo inédito) hallamos desde la escritura más ricamente tradicional, en tradición simbolista y llena de referentes medievales, hasta formas vanguar- distas o neovanguardistas y vinculadas con la antigua poesía nórdica y germánica: todo tipo de aliteraciones, en las que Cirlot era maestro ("Las ruinas de las runas en la roca"), las permutaciones que inventó, al modo de la música dodecafónica, en la que era experto y, en fin, -poesía métrica, aunque pocas veces rimada- esos límites o filos entre la tradición y la novedad -la sedimentación y la experimentación- a los que, de un modo u otro, ningún gran poeta renuncia.
El ciclo Bronwyn entero (hasta ahora sólo se había publicado en ediciones accesibles, parcialmente) será una sorpresa -así, un todo compacto y vario- para muchos lectores, también por lo que ocasionalmente tiene de lejanía -en un idioma a propósito descoyuntado, tensado, como en el título "Donde nada lo nunca ni"- con la más habitual tradición hispánica, que Cirlot tampoco rechaza.
Son un total de dieciséis libros breves, más los apéndices varios. Historia de amor, ciertamente. De amor casi imposible (como en "Los sentimientos imaginarios") pero también una sugestión de allendidad -atrás y adelante en el tiempo- en la imagen de una concreta mujer que representa un ideal femenino recubierto de sacralidades. Ofelia vuelve del pantano y Hamlet (en el anhelo de Cirlot) debe pedirle excusas. Como el señor normando se perderá por Bronwyn, tan múltiple.
Leyendo este conjunto denso y rico con desánimos, vislumbres de renuncia, cambios, ahondamiento, hechizo, "el oro y fenecer") nos damos cuenta de un doble proceso, muy cirlotiano: el poético y otro intelectual (referido a sus estudios simbológicos) que sustenta la poesía y en ocasiones -en contadas ocasiones- casi la suplanta.
Imaginamos a un Cirlot (me escribí con él, pero nunca lo vi) insatisfecho de la vida, huidor y huidizo, deseoso de ese retorno a su perdido yo del siglo XI, pero anhelante también de un espacio infinito ("con su música de explosiones y sus ilimitados desiertos ávidos") donde, al fin, las contradicciones, el dolor, el anhelo y la belleza, se resuelvan en un acorde, que a ratos parece "lo no", y del que casi todo lo ignoramos. Una obra singular y alta.