La poeta Sarah Martín. Foto: archivo

La poeta Sarah Martín. Foto: archivo

Poesía

"No sé llorar, por eso escribo": la poesía al galope de Sarah Martín

La autora publica 'Galpe de Miedo en Punta del Norte', un poemario vertiginoso sobre el daño, la fragilidad y el autoengaño.

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Los cinco movimientos de este Galope de Miedo en Punta del Norte, el nuevo libro de Sarah Martín –publicado, como su antecesor Hierro, en RIL Editores–, encarnan una “fuga raudal de cabo a fin”, por decirlo con Juan Ramón, un trayecto vertiginoso por el túnel del tiempo de la vida.

Galope de Miedo en Punta del Norte

Sarah Martín

RIL Editores, 2024
84 páginas. 14 €

Si los tres primeros son preguntas sobre el origen, el durante y el destino del viaje (“De dónde”, “En dónde” y “Adónde”), los dos últimos se preguntan sobre la condición de la existencia en el antes y el después: ¿qué pasará contigo, conmigo, con nosotros, cuando el daño se realice? ¿Y cómo era todo en otro tiempo, en el tiempo tal vez de la inocencia, no ahora, en este presente que ya está contaminado por la inminencia –la certidumbre– del daño? Por debajo, como una corriente subterránea, fluye “aquel cordón invisible” que llamamos “miedo”: “el miedo también está allí / y nos desplaza el mundo […] despliéguese”.

Digo que el trayecto es vertiginoso porque la escritura lo es, construida sobre una estructura anafórica que percute con insistencia feroz y distribuye con sabias elipsis los interrogantes, las constataciones, las digresiones. Es un efecto deliberado, casi performático, que busca hacerse oír desde la página (así el subtítulo del libro, “se oye desde el otro extremo el polvo que levanta”) y cobra una urgencia elocuente sobre un fondo de imágenes expresionistas y juegos de palabras –o de sintagmas– cercanos al retruécano.

Pero todo se subordina a una preocupación existencial que constata el daño y la fragilidad connaturales a nuestro ser y estar, las trampas de una conciencia que tiende a moverse en bucle. Y que enumera todas las formas en que nos engañamos a nosotros mismos. Aunque el libro se cierra en alto (“pero nuestras voces insolentes / pero nuestros cuerpos vivos”), no revoca la constatación inicial: “no sé llorar / por eso escribo”.