Carlos Barral
Barral fue uno de los más originales poetas de su tiempo, y esta edición ha sido un gran acierto
C arlos Barral forma parte de la llamada "escuela de Barcelona", una trinidad de poetas -él, José Agustín Goytisolo y Jaime Gil de Biedma- incluidos en la generación del 50 y asociados a la instauración de la llamada "poesía social". En realidad, la obra de los tres tiene una homogeneidad muy dudosa. La de Goytisolo es la que mejor encaja en los cánones del realismo social. Jaime Gil se distinguió por su reflexión, irónica y crítica, acerca del voluntarioso y conflictivo esfuerzo de aproximación a él de un intelectual de procedencia altoburguesa carente de instinto proletario; y Barral por sus mínimas concesiones a ese proyecto, aunque al margen de su obra creativa fuera, como editor, uno de sus protagonistas más decisivos. La poesía de Barral no es de fácil lectura, y nadie mejor que Carme Riera para presentarla, al ser autora de dos libros cuyo inteligente y denso análisis se resume en el estudio preliminar de esta edición: La escuela de Barcelona y La obra poética de Carlos Barral.Barral fue un hombre exquisito y un contertulio inmejorable, brillante sin esfuerzo y poseedor de una amplia cultura. Cultivaba con moderación su discreta extravagancia, su barba y su perfil, y dejaba caer citas de Ungaretti como quien muerde la aceituna de un martini. Las lecturas en las que se formó como poeta no pudieron ser mejor escuela: los simbolistas franceses, Mallarmé, Rilke, Eliot, el Barroco español y los clásicos de Grecia y Roma. Su primer libro, Metropolitano (1957), desarrollaba en lenguaje casi hermético una visión apocalíptica de la moderna civilización urbana, centrada en los simbólicos túneles del Metro -el Ferrocarril Metropolitano al que alude el título- en los que se incuba el desamparo del hombre de hoy, tan angustiado como el prehistórico en sus cavernas.
Nada hacía suponer que el autor de Metropolitano hubiera de derivar hacia el realismo social. Su artículo "Poesía no es comunicación", aparecido en 1953 en la revista "Laye", negaba la recepción mayoritaria y la inmediata transparencia del texto como criterios prioritarios. La adopción de los dogmas del marxismo y del compromiso literario se debió a las convicciones y al espíritu empresarial de Castellet, que bajo esa inspiración publicó dos libro, Notas sobre literatura española contempo-
ránea y La hora del lector, en 1955 y 1957, y a fines de la década dirigió el "lanzamiento" de la escuela de Barcelona. El programa de actividades, analizado paso a paso por Riera, consistió en la participación en actos colectivos en 1959, en la fundación de una colección propia en 1960 y en la publicación, ese año, de la antología Veinte años de poesía española, en la que Castellet proclama la muerte del simbolismo, la necesidad del realismo de intención política y el magisterio de un Antonio Machado sectariamente deformado.
El giro a la izquierda resultaba notoriamente artificial. Gil de Biedma, aunque prefería a Manuel Machado, se subió al tren del marxismo pero no fue en él más que un compañero de viaje excluido de la gran ceremonia. Barral nunca dio el menor indicio de apreciar a don Antonio; se limitó a saludar desde el andén el paso del convoy, mientras manejaba en Seix Barral el cambio de agujas para darle vía libre. El saludo se tituló Diecinueve figuras de mi historia civil (1961). En este libro abandonaba el hermetismo y mostraba un evidente afán de accesibilidad coloquial. Lo abría una poética en verso con cita de Brecht en alemán en la que prometía reflexionar en términos morales y de clase, naturalmente burguesa. Los poemas morales tratan de la historia personal, la infancia y los primeros amores. Los que representan la lucidez crítica recientemente adquirida, del recuerdo de la guerra civil, la represión en la España vencedora o la hermandad con marineros y pescadores, que al término acompañan respetuosos al señorito a su automóvil. Prueba indudable de la ironía que subyace a la conversión de Barral es "Baño de doméstica", el más insólito poema social jamás escrito, en el que el opíparo desnudo de una criada es definido como "el vigor del pueblo soberano". Bien es verdad que la revolución bien entendida siempre ha tenido un componente erótico que hasta el lenguaje traiciona, pues no en vano son términos casi sinónimos "levantamiento" y "erección". Quien lo dude, vea La libertad guiando al pueblo el 28 de julio de 1830, de Delacroix.
La obra posterior de Barral (Usuras, Informe personal sobre el alba, Lecciones de cosas, el inacabado Extravíos) se ocupa del amor y el voyeurismo, el paisaje mediterráneo, el arte, la afición a los libros, las armas antiguas y la navegación. "Evaporación del alcohol" es el mejor poema que conozco sobre la resaca, en el ámbito de uno de los temas más característicos de la escuela de Barcelona: el denuesto del amanecer, que quiebra la magia nocturna y restablece la molesta realidad de las obligaciones y las normas.
Barral fue uno de los más originales poetas de su tiempo, y esta edición ha sido un gran acierto. Es de esperar que en otra futura nos ofrezca Carme Riera la bibliografía completa, las notas y las variantes que esta recopilación merece.