El Berlín de Jason Lutes: el ascenso nazi desde todos los ángulos
El dibujante estadounidense culmina su monumental trilogía sobre el clima social y político que propició la llegada de Hitler al poder
26 septiembre, 2018 02:00La joven Silvia Braun contraataca a dos camisas pardas en Berlín 3. Ciudad de luz
- Empieza a leer Berlín 3. Ciudad de luz, de Jason Lutes
A mediados de los 80, el futuro dibujante de cómics estaba en clase de Historia en la pequeña ciudad de Missoula (Montana, EE. UU.) cuando el clásico profesor desmotivado puso una cinta VHS y se marchó del aula. La pantalla del televisor dio paso al horror: "La cinta mostraba imágenes terroríficas del Holocausto acompañadas de una confusa narración, y nos quedamos contemplándolas en un estupefacto e incómodo silencio. Me llevó mucho tiempo descifrar el contexto de aquellas imágenes", explica Lutes a El Cultural.
Jason Lutes
El impacto de aquel vídeo plantó en el autor una semilla que brotó diez años más tarde: "Tomé la decisión de escribir y dibujar Berlín cuando tenía 28 años y vivía en Seattle, Washington. En aquel momento la elección me pareció aleatoria e impulsiva. Cuando llevaba unas 200 páginas de la historia, me di cuenta de que había elegido aquel tema inconscientemente porque quería entender las circunstancias y el contexto en el que se produjo el ascenso del fascismo, los estragos de la segunda guerra mundial y el asesinato de seis millones de judíos", explica Lutes, autor de otros títulos como Houdini, el rey de las esposas (junto a Nick Bertozzi, Astiberri, 2007) y Juego de manos (La Cúpula, 2011).Ambientada a finales de los años 20 y comienzos de los 30, Berlín es una historia coral que muestra el clima político, social y cultural de la época: una Alemania humillada por las duras condiciones impuestas tras su derrota en la Primera Guerra Mundial, una clase obrera condenada a la pobreza, una burguesía frívola y negligente, las calles tomadas por la violencia de comunistas y nazis, el incremento del antisemitismo y una República de Weimar incapaz de controlar la situación. Para Laureano Domínguez, editor de Astiberri, "Lutes ha terminado Berlín en un momento que la hace más relevante que cuando comenzó, porque no es lo mismo la Europa de 1996 que la de hoy", en referencia a las actuales tensiones políticas y sociales del continente. "Vivimos un momento en el que se ven cosas que hace veinte años no habríamos imaginados, así que leer ahora Berlín resulta una experiencia iluminadora".
El hecho de que Hitler no aparezca hasta el tercer tomo de la trilogía, y en muy pocas viñetas, es una buena muestra del enfoque de Lutes, centrado en la gente corriente. Así, hechos y personajes históricos -Goebbels, Hindenburg, Rosa Luxemburgo, Joséphine Baker...- apuntalan las distintas líneas argumentales protagonizadas por personajes ficticios, como el periodista Kurt Severing, atormentado por la deriva del país; Marthe Müller, una joven estudiante de arte recién llegada a Berlín; Anna, que intenta vivir de manera plena su condición homosexual a pesar de la clandestinidad; una banda de jazz procedente de Estados Unidos; una familia judía que intenta pasar desapercibida; o una familia obrera dividida por la política, con una madre simpatizante del movimiento comunista y un padre que acaba vistiendo la camisa parda.
Hitler hablando con Goebbels en un tren de camino a Berlín
Pregunta.- Han pasado 22 años desde que empezó Berlín. ¿Por qué le ha llevado tanto tiempo?
Respuesta.- En 1996, cuando tomé la decisión de crear el libro y empecé a investigar sobre el tema, era un artista muerto de hambre que vivía en un apartamento de una sola habitación. Ganaba el dinero justo para sobrevivir trabajando solo mis cómics y algún trabajo ocasional como ilustrador. Por mis cálculos de entonces, si mantenía ese estilo de vida, pensé que escribir y dibujar un libro de 600 páginas me llevaría 12 años. Pero ocurren cosas: te enamoras, tienes hijos y te encuentras con la obligación de proveer a tu familia. Tuve que dedicarme a otro trabajo y Berlín quedó en un segundo plano para que pudiera centrarme en cosas más importantes como la gente real que dependía de mí. Afortunadamente me invitaron a impartir clases en el Center for Cartoon Studies de Vermont, donde me encontré rodeado de jóvenes dibujantes apasionados cuyo entusiasmo y energía me ayudaron a continuar trabajando en Berlín en mi tiempo libre. Si hubiese terminado en un ámbito de trabajo menos inspirador, quizá habría dejado el proyecto.
Kurt Severing tentado por la idea de unirse al KPD, el partido comunista alemán
P.- Esta es una obra coral donde las diferentes tramas y escenas se entretejen de manera fluida. ¿Cómo trabaja este aspecto?R.- Trabajo cada página como una unidad narrativa; dentro de cada una, utilizo el tamaño y la forma de las viñetas para crear diferentes ritmos, dependiendo de las necesidades de la escena; y a menudo hago elecciones visuales basadas en una vida viendo cine y televisión. Una escena, tira o viñeta me transmite una cualidad o sensación particular que me lleva a la siguiente, y la historia emerge de esas transiciones a medida que hago malabarismos con las motivaciones de los personajes, el contexto físico, mi propio interés personal y cuestiones del argumento global. Es en gran medida un acto de equilibrismo, donde mi mente consciente sostiene los hilos narrativos de una manera lo suficientemente ligera para que mi inconsciente las reorganice de acuerdo con lo que podría describirse como un impulso más poético o lírico.
P.- ¿Por qué decidió no dibujar esvásticas en la mayoría de las banderas y brazaletes nazis?
R.- Quería en la medida de lo posible sumergirme a mí y a los lectores en aquel tiempo y aquel lugar, cuando la esvástica era ciertamente poderosa, pero no tenía ni mucho menos el significado tan intenso que tiene para nosotros hoy. Intenté ver a los portadores del estandarte nazi como seres humanos que tomaban decisiones, no como una multitud que podía ser resumida en un símbolo. Quería recrear ese sentido de potencial y futuro incierto que debía haber presidido el período de Weimar. Los alemanes tenían esperanzas y miedos sobre dónde iba a terminar su país, pero nadie lo sabía realmente. Quería impartir esa sensación al lector. Eliminar las esvásticas de los tres primeros cuartos de los dibujos era una elección experimental para ese fin.
P.- En Berlín aparecen confrontadas la vida violenta y difícil de la clase obrera con las conversaciones relajadas y el ánimo festivo de la burguesía, los bohemios y parte de los intelectuales. Y en medio, personajes como el periodista Kurt Severing, que no es un hombre de acción, pero está realmente preocupado por la situación política y el futuro de su país. ¿Cree que había dos mundos diferentes coexistiendo? ¿Hasta qué punto esa clase media frívola fue responsable del desastre?
R.- La historia nos ha mostrado que la comodidad engendra complacencia, y que los humanos cuyas necesidades básicas están cubiertas tienden a ignorar los apuros de los menos afortunados. En general -y estoy agradecido por las excepciones- la compasión y la empatía parecen disminuir en proporción con la riqueza individual acumulada. La clase media alemana no fue la responsable única, pero su apatía jugó un papel importante. Precisamente el mismo problema que hoy afronta mi país.
Margarethe von Falkensee, miembro de la alta burguesía berlinesa aficionada a las fiestas
P.- ¿Qué significó para usted que en 2005 la revista Time situara a Berlin entre las diez mejores novelas gráficas de la historia?R.- Fue una gran inyección de ánimo, pero extraña porque solo el primer tercio de la historia estaba completo en ese momento. Cuando me embarqué en la tarea de escribir y dibujar las 400 páginas restantes pensé: "De acuerdo, entonces más vale que sea realmente una de las diez mejores gráficas novelas de todos los tiempos". Aún está por decidir.
P.- ¿Qué otros autores y obras le han inspirado para hacer la suya?
R.- Demasiados como para contarlos, pero los que están a la cabeza son: Françoise Mouly y Art Spiegelman, por explotar el espectro de posibilidades en los cómics; Chester Brown, que me enseñó cómo hacer cómics tranquilos; Ben Katchor, que me enseñó que los cómics pueden ser poesía; Marcia Lucas, que me enseñó a contar una historia mediante la precisa yuxtaposición de imágenes; Ursula K. Le Guin, que me enseñó que mundos enteros pueden conjurarse con un puñado de palabras; William Faulkner, que me enseñó que las palabras, ordenadas en la secuencia correcta, pueden lanzar auténticos hechizos mágicos; y David Lynch, que me confirmó que confiar en mi inconsciente es la mejor cosa que puedo hacer.
@FDQuijano