Reinventando la era victoriana
Imagen de la película La doncella, de Park Chan-wook
Desde películas como la recién estrenada La doncella hasta las novelas más de moda, el siglo XXI parece estar fascinado por la era victoriana o, mejor dicho, por reinventar una nueva era victoriana, a la medida de sus sueños y deseos más oscuros y húmedos.
Park no necesita imaginar réplicas falsas para los clásicos sicalípticos que deleitan al club social de erotómanos que aparece en la novela original, ya que existen no menos clásicos eróticos chinos y japoneses que mostrar en la película, manejando también referentes icónicos del ero-guro nipón como el famoso pulpo de Hokusai, quien incluso hace una deliciosa y sorprendente aparición en persona.
De este modo, a la ya ingeniosa y sofisticada apropiación de los tropos, modos y arquetipos de la literatura victoriana ejercida por Sarah Waters, para reinventarla y desmontarla desde dentro a través de su inversión moral, social y sexual, Park Chan-wook añade la demostración de que "lo victoriano" no se define tanto por su realidad histórica y cronológica, como por sus realidades psicológicas, sociales, morales y, sobre todo, por su política sexual de doble y triple cara, cuya hipocresía puritana como tapadera de los vicios privados más perversos, ofrece un infinito campo de juego para los sentidos. Por ello, cualquier sociedad, real o inventada, que cumpla con estos requisitos -como es el caso de la Corea dominada por Japón- puede adaptarse a esta reapropiación del victorianismo, más psicosocial, patológica, estética y esteticista que historicista o documental.La despreocupación por el rigor histórico es gran característica del neo-victorianismo de hoy
La gran diferencia del neo-victorianismo de hoy respecto al pastiche victoriano de la segunda mitad del siglo pasado, estriba sin duda en su despreocupación por el rigor histórico o la recreación fiel del periodo, para ir al oscuro interior de sus factores psicosociales, así como a sus sofisticadas representaciones estéticas y literarias, surgidas de la pública represión sexual, por una parte, y del dionisíaco y amoral libertinaje de su vida secreta, por otra. Si los viejos pastiches de antaño, protagonizados tanto por personajes de ficción como Sherlock Holmes como por otros reales, se preocupaban obsesivamente por el detalle fiel, por hacer encajar con precisión lo ficticio en lo real y viceversa, recreando de forma documentada y verosímil momentos históricos concretos y representativos del periodo, los de hoy hacen caso omiso de esta necesidad "realista", puesto que se sumergen en el constructo mental y mítico del periodo, antes que en su Historia.
Ilustración de Corinna Sargood para Cuentos de Hadas de Angela Carter (Impedimenta)
Es por ello que Sarah Waters en Falsa identidad, entre otras obras, o Charlotte Cory en Los que no perdonan (Nevsky), como antes A. S. Byatt o Angela Carter, exploran y explotan la reconversión de los tópicos de la narrativa victoriana -el melodrama, el cuento moral, la saga familiar, el misterio gótico, la cautionary tale…-, con su machismo, imperialismo y puritanismo inherentes, que a duras penas esconden corrientes ocultas perturbadoras e inquietantes, para llevarlos al terreno opuesto del empoderamiento femenino, la sexualidad lésbica y polimorfa, la destrucción de las barreras de clase y el resto de fantasmas victorianos al fin triunfantes. Es un juego sin duda peligroso, entre la fascinación y atracción que el mundo victoriano ejerce por su doble, triple o múltiple moral y el rechazo que este mismo nos produce. Pero, sobre todo, es un ejercicio estético, que no reniega nunca de la belleza mórbida que exuda el universo de Jack el Destripador, las lánguidas bellezas prerrafaelistas, las locas en el ático, los bellos tenebrosos, las institutrices histéricas, las sociedades de caballeros, las tabernas portuarias, los clubs infernales, los memento mori y los burdeles con olor a gin barato.Ilustraciones de Miguel Ángel Martín para Babilonia de Richard Calder (Dilatando Mentes)
Al hilo de Babilonia, pues, cabe preguntarse: ¿por qué esta obsesión por reescribir la Era Victoriana con la gramática hipermoderna del siglo XXI? Quizá porque, pese a todo, seguimos siendo los mismos animales de vicios privados y virtudes públicas que se alimentaban del miedo y el deseo en las junglas de Whitechapel, el Soho o Spitalfields, bajo el escalpelo afilado de Jack the Ripper, mirándonos implacables desde el retrato de Dorian Gray o desde el otro lado del espejo, donde yace el Snark y sigue soñando Alicia, en una infancia eterna de la que no puede ni quiere despertar.