El sonido exacto de Bob Dylan
Bob Dylan
Conozco un buen número de canciones de Bob Dylan de memoria, algunas con diferentes versiones en las letras, que ha ido modificando a lo largo del tiempo. La obsesión enfermiza durante 25 años se salda con determinados efectos secundarios. Dylan siempre está presente, incluso cuando no lo está. Los dylanófilos saben de lo que hablo. Y debo decir que aunque conozca todas esas canciones de memoria, tengan cincuenta o cinco años de edad, lo cierto es que soy incapaz de recitarlas simple y llanamente. He hecho la prueba varias veces. Siempre me equivoco, me como una palabra o la sustituyo por otra. Llego a la conclusión de que sus poemas no pueden (ni deben) recitarse, que necesariamente deben ser cantados. Las rimas, las inflexiones, los ritmos de lectura no logran hacerle justicia a unos versos que germinaron en el caudal musical, como si la armonía fuera su placenta. La mente creativa de Dylan funciona de ese modo, sin establecer distinción, bajo el instinto de que verbo y música son indiscernibles. Es el maestro absoluto del fraseo.Esto lo dijo Bob Dylan hace cincuenta años:
"La letra es tan importante como la música. No habría música si no hubiera letra. Las canciones no consisten en poner una letra bonita a una melodía, o, al revés, una melodía a una letra. No es que haya un elemento que domine sobre el otro. La letra y la música… Puedo oír el sonido exacto de lo que quiero decir".
Hay que concentrarse en los versos de Dylan sin olvidar que son un medio, un elemento más de de su arte, un sonido. Cuando el poeta de Duluth incluyó doce páginas de poesía original en las notas del álbum Another Side of Bob Dylan (1964), tituló esos poemas "Some Other Kind of Songs" (Otro tipo de canciones), estableciendo así una clara diferencia entre aquello que escribe para ser cantado y para ser recitado. Y seamos francos, aquellos poemas no pertenecen ni pertenecerán nunca a las grandes piezas de la literatura universal. Están escritos desde la ironía y el sentimiento lúdico. Como tampoco ingresará en la mejor literatura de todos los tiempos por su única novela (o lo que fuera), titulada Tarántula (1971), prácticamente ilegible, de la que él mismo renegó incluso antes de publicarla (el contrato le obligaba), y que si hoy se reeditara (a saber si lo permitirá) le haría un flaco favor a su prestigio readquirido (por enésima vez) tras la concesión del Nobel. Su mejor prosa, eso sí, la encontramos en Crónicas. Vol. 1, primera de las supuestas tres partes de sus memorias (seguimos esperando, y ya van 12 años, la segunda), en cuyas páginas realmente se vindicaba como el escritor sublime que siempre fue.
Bob Dylan introdujo la máquina de escribir en la iconografía del universo musical. Las imágenes del documental Dont Look Back (1965, D. A. Pennebaker) retratan a una estrella del folk (en plena transición al estrellato rock) que después de los conciertos se sienta en el hotel y aporrea una Olympia SG1 como si fuera un piano (aunque su máquina predilecta siempre fue la Royal Safari), vomitando versos durante toda la noche. Lo hace completamente aislado aunque la habitación esté llena de gente cantando y bebiendo y fumando y todo eso que no vimos, pero que intuimos en Eat the Document (1966), una película-poema sobre la gira de 1966, dirigida por el propio Dylan, que empieza con una secuencia en la que está esnifando coca encima de un piano.
Los primeros álbumes del bardo de Minessotta introdujeron las referencias cultistas, la literatura de noble linaje, en la canción tradicional. Dylan no solo introducía a T. S. Eliot o Ezra Pound ("peleando en la torre del capitán") como personajes de sus canciones, sino que directamente dialogaba con sus poéticas y creaciones. Al mismo tiempo, en los mismos temas, se convertía en el oráculo popular al atrapar la jerga callejera como nadie lo había hecho antes, con una convicción lírica que lo entroncaba directamente con los poetas beat, a quienes admiraba y acabarían siendo íntimos. Inventaba expresiones que se han convertido en uso popular, frases hechas ("You don't need a weatherman to know which way the wind blows", por ejemplo). Allen Ginsberg fue su principal valedor en la arena literaria cuando los literatos le consideraban un especimen circense. El premio que hoy le conceden es, también de algún modo, un gesto correctivo de los Nobel que nunca le concedieron al autor de Aullido, a Jack Keruoac, a William Burroughs, a Lawrence Ferlinghetti, a Lucien Carr… Del mismo modo que también es el Nobel imposible a Robert Johnson, Hank Williams o Woody Guthrie.
Su literatura ha abrevado en los caudales de Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire, Robert Frost, Walt Whitman, T. S. Eliot, Samuel Beckett, William Faulkner, los grandes narradores americanos, las Sagradas Escrituras y la mitología homérica. Los versos de, por nombrar solo algunas canciones, It's All Right Ma (I'm Only Bleeding), Mr. Tambourine Man, Shelter from the Storm, I Shall Be Released, Blind Willie McTell, Series of Dreams, Tryin' to Get to Heaven o Cold Irons Bound compiten en calidad y hondura con cualquier pieza cumbre literaria. Hasta la influencia de Ernest Hemingway, Norman Mailer o Tom Wolfe en las letras americanas del siglo XX puede palidecer al lado de la suya. "La originalidad de su expresión poética", aquello que han premiado en Estocolmo, ha sido siempre la suya y la de los otros, la de los artistas, músicos y poetas, que ha interiorizado en sus propias imágenes y fraseos. Su álbum Love & Theft (Amor y robo) era como el certificado oficial de las técnicas de apropiación y cita de sus canciones que ha venido practicando desde siempre, en un proceso de creación concebido desde la erudición literaria. Es un ladrón que ama lo que roba. Y porque lo ama lo subvierte y lo proyecta.
A modo de epitafio, escribe Bob Dylan en 11 Outlined Epitaphs:
"Sí, soy un ladrón de pensamientos / un ladrón de almas / He construido y reconstruido / sobre lo que está esperando / sobre lo que fue abierto / antes de mi tiempo / Una palabra, una melodía, una historia, una línea / llaves en el viento para desploquear mi mente".
Dylan ha sumergiendo su voz de timbres mutantes en una sintaxis casi siempre tortuosa, de juegos de prestidigitación con las palabras, de sentidos inversos y aún así clarividentes, de visiones descabelladas y callejones sin retorno, de metáforas imposibles y personajes en perpetuo vagabundeo, como los zumbidos de un mundo suspendido en el tiempo. Su arte es música y literatura. Y ocurre con los versos de Dylan, además, que si los canta él suenan muy distintos a si los cantara otro, como se ha comprobado infinidad de veces. Aquello de que Bob Dylan será recordado como escritor y no como intérprete pertenece al territorio de los cánones injustos. Son patrañas. Las razones para ello son profundas (como que nunca ha cantado una canción exactamente igual, y por ello cualquier concierto de su gira interminable es impredecible), y este no es el lugar ni el momento para detenerme a analizarlas, si bien ha sido objeto de estudio y carne de voluminosos ensayos firmados por multitud de expertos y respetables académicos, de Paul Williams a Greil Marcus a Dean Wilentz a Alex Ross a Christopher Ricks, etc.
Será la primera vez que un premio Nobel de Literatura apenas tenga repercusión comercial en el mundo editorial de las letras pero ponga los dientes largos a las discográficas (o a Sony, en realidad). El triángulo equilátero que forman verso, música y voz no puede romperse. Es una unidad orgánica. "Una canción es una canción -sostiene Dylan-. Y una canción se desvanece en el aire". El arte de Dylan no existe para ser leído. Por eso siempre volveremos al sonido exacto de sus versos.
@carlosreviriego