Image: Fernando Aramburu: “He procurado que mi novela no la pueblen seres puros”

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Letras

Fernando Aramburu: “He procurado que mi novela no la pueblen seres puros”

2 septiembre, 2016 02:00

Fernando Aramburu. Foto: Rafel Durán

Hay quien piensa que era esta la novela que Fernando Aramburu tenía que terminar escribiendo. Patria (Tusquets), que llegará a las librerías el 6 de septiembre, recorre treinta años de historia del País Vasco, los que van de los “años de plomo” al fin, parece que definitivo, de la violencia etarra en 2011. La mujer de un asesinado por los terroristas regresa a su pueblo, al pueblo del que se tuvo que ir, y en el que aún viven los verdugos, para que alguien le pida perdón. ¿Pero podrá hacerlo en paz?

Igual que Bittori, una de las protagonistas de la novela, regresa a su pueblo cuando ETA deja de matar, sostiene Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) que, para escribir Patria, también era necesario el cese de la violencia terrorista en el País Vasco. No en vano, el cese ("quiero creer que definitivo", apunta el escritor) desencadena la trama. Y despierta en Bittori, a cuyo marido, el Txato, mataron los terroristas, el justo deseo de que alguien le pida perdón. Solo pide eso. Y quiere volver al pueblo, aquí innombrado, del que se tuvo que ir cuando desapareció su marido, un mediano empresario al que antes de matar extorsionaron, difamaron y condenaron -junto a todos los suyos- al ostracismo. Enfrente está la familia de Miren, íntima amiga de Bittori. También los maridos lo eran: amigos, compañeros de taberna. Su hijo se sumará a ETA en la adolescencia y terminará en la cárcel. A lo que seguirá una conversión de la madre en áspera abertzale, intolerante y cerril, y el vuelco en la relación entre familias: donde había amistad, favores y camaradería, ahora solo habrá resentimiento. En Patria se sigue a estas dos familias vascas a lo largo de treinta años. Y se reproduce la atmósfera -irrespirable para el disidente- que ha envuelto aquel hermoso rincón de España sobre todo desde los llamados años de plomo, en la década de los ochenta. Después de Ávidas pretensiones, una ácida sátira sobre los poetas con la que obtuvo el premio Biblioteca Breve, Fernando Aramburu regresa al tono seco, conmovedor de Los peces de la amargura, uno de sus libros más recordados, que trataba también sobre ETA y el País Vasco, si bien que distribuido el conjunto en diez relatos. Cronológicamente, Patria sucede a Años lentos, en donde el escritor se ocupó de su infancia. Dice Aramburu que, "en cuanto a los recursos lingüísticos", en Patria ha continuado el camino iniciado en su novela anterior, pero "limpio en este caso de intención jocosa". ¿Cabe el humor en un relato sobre ETA, siquiera para desactivar la solemnidad nacionalista? "Por supuesto que cabe y, de hecho, ya se han dado, con mucho éxito de público, las primeras y acertadas muestras -señala el autor-. Nunca, en ninguna parte, ser malo ha impedido a nadie ser ridículo y ETA ha sido pródiga en fantoches, chapuceros del terror y tarugos de toda especie. Lo que no me parece aceptable es el humor encaminado a mofarse de las víctimas y agrandar sus heridas". Pregunta.- Tras el fin de la violencia de ETA, se habla mucho del relato, de la apropiación del relato. ¿Pero en qué consiste ese relato y en manos de quién está ahora? Respuesta.- El relato es a un tiempo el soporte de la verdad y de la mentira. Justo o injusto, verídico o falaz, el relato está llamado a convertirse en lo que pasó, tanto si pasó como si no. El relato tiene la facultad de transformar a un terrorista en un ángel. He ahí lo que algunos queremos impedir contraponiendo nuestra versión de lo ocurrido. P.- En una ocasión escribió que "se ha llegado a postular públicamente el olvido" en el País Vasco. ¿Se postula también ese olvido, ese "pasar página" y "tender la mano", desde ámbitos constitucionalistas? R.- Algunos políticos profesionales lo han hecho, puede que más por cortedad de miras y falta de empatía con los que sufrieron (en ocasiones, compañeros de partido) que con mala intención. No todos los olvidos son de la misma naturaleza. Al criminal, el olvido le viene de perlas para tapar su delito y construir sobre la ignorancia general una biografía sin culpa; a la víctima, para aliviar momentáneamente el dolor; al resto, para evitar el zumbido molesto de la Historia.

La entrevista se desarolla la semana en que la Junta Electoral ha informado de que Otegi, inhabilitado por la Audiencia Nacional, no puede, con la ley en la mano, ser candidato a lehendakari en las próximas elecciones vascas del 25 de septiembre. Aramburu es tajante respecto a la posibilidad de que, en un futuro, el exmiembro de ETA llegue a dirigir el Gobierno vasco: "Opino que el tiempo histórico de este señor ya pasó". Pero Otegi volvió, y entre vítores y ostentosas bienvenidas. ¿Están pudiendo las víctimas al menos volver en paz? Aramburu vive lejos (en Alemania desde 1985, adonde se fue después de conocer a su actual esposa), pero aventura que quizás ahora "los perseguidos pueden de nuevo pisar las calles que antes les estaban vedadas".

El lodo de los mayores

Los que nacieron en los ochenta, los años más duros del terrorismo de ETA, ya rondan o superan los treinta años. ¿Son conscientes de lo que ocurrió? ¿Ha hecho mella en ellos ese pacto implícito de silencio que ha regido en el País Vasco durante las tres décadas que se recorren en Patria? "Un pacto de silencio se da a menudo, por no decir siempre, después de periodos históricos atroces -opina el escritor-. Y esto es así porque dicho pacto más o menos tácito está en la naturaleza del ser humano. A mí, de niño, la guerra civil me traía al pairo y, cuando mi padre empezaba con el cuento, yo miraba para otro lado. Mi suegro alemán, que vivió la guerra en su país siendo adolescente, me cuenta que tras la capitulación de 1945, con su ciudad destruida, la gente no quería saber nada de bombardeos, crímenes y miseria, y no pensaba más que en rehacer su vida, alimentarse y ser feliz. Los jóvenes no están obligados a embadurnarse con los lodos de sus mayores. No obstante, tienen derecho a que los contemporáneos del terrorismo construyamos con aportaciones diversas un espacio de la memoria, donde ellos y otros que nacerán más adelante encuentren respuesta a sus posibles interrogantes". P.- Al mezclar tiempos narrativos en la novela, la sensación que tiene el lector es que los personajes están atrapados en el pasado. ¿Quería que esta fuera una de las aportaciones de la novela: mostrar que el terrorismo, entre otras muchas desgracias, genera en la sociedad una incapacidad para avanzar? R.- Conocer de antemano el final me permitió trazar el dibujo general sin someterme a un criterio estrictamente cronológico. Seguí la técnica del puzle, llenando espacios de la historia de tres en tres piezas o capítulos salvo algunas excepciones. Confío en que estas cuestiones de técnica literaria no distraigan la atención de los lectores. Es posible, por lo demás, que yo esté convencido de que quienes practicaron el terrorismo y quienes lo padecieron no logren superarlo jamás, aun cuando ahora, de puertas para afuera, pongan buena cara.
Abrigo el convencimiento de que el sentimentalismo y las explicaciones políticas de la realidad son el camino más corto para llegar a la mala literatura"
P.- Pero sí que reflexiona sobre la manera de escribir acerca del terrorismo etarra: sin sentimentalismos. R.- Lo que pasa es que no olvido en ningún momento que al escribir estoy persiguiendo una finalidad primordialmente literaria. Todo lo decido durante el trabajo en virtud de dicha finalidad, que no excluye otras, pero las supedita. Abrigo el convencimiento de que el sentimentalismo y las explicaciones políticas de la realidad son el camino más corto para llegar a la mala literatura, dicho sea esto con todos mis respetos. Y si en una novela falla lo literario, entonces habría sido mejor no perder el tiempo ni hacérselo perder a nadie, y dedicarse, por ejemplo, al periodismo. P.- ¿Pero cómo evitar la ausencia de grises en un relato en que unos matan y otros mueren? R.- Ese es el nudo de la cuestión. He procurado que mi novela no la pueblen seres puros. Todos arrastran su carga de humanidad. Por consiguiente, de defectos, debilidades, dudas, contradicciones, como cualquier vecino. Mis personajes no son recipientes de teorías ni se mueven por la novela al servicio de una tesis. De hecho, a mí se me suelen ocurrir los episodios en el esfuerzo incesante por dotar a los personajes de volumen humano. Ayuda asimismo en el intento el abstenerse de mirar la realidad con un ojo tapado.

Fanatismo en todas partes

P.- ¿Se planteó situaciones o personajes que se pudieran interpretar en clave simbólica? Pienso en Arantxa, criada en una familia abertzale, y en su incapacidad para reaccionar como símbolo del silencio que tuvieron que mantener los que pensaban diferente en el País Vasco. R.- La verdad es que no. Tampoco soy tan ingenuo como para ignorar que mucho de lo que se cuenta en mi novela es susceptible de interpretaciones simbólicas. Esto lo dejo a la decisión de los lectores.

P.- Vemos en la historia de Joxe Mari [el hijo etarra de Miren] que la radicalización a menudo estaba en la calle, y no en casa. ¿En qué medida pesaban una cosa y la otra? ¿Era la ideología abertzale algo que estaba más fuera que en las familias? R.- El fanatismo, como las corrientes de aire, se cuela por todas partes. Lo mismo sopla por las calles y plazas que se mete en las casas. Y cuanto más pequeña es la población y, por tanto, mejor se conocen los lugareños, más difícil es escurrir el bulto. P.- Hay otro tipo de radicalización, en la figura de Miren: la de los padres o familiares de los presos que se fanatizan después de sus hijos o parientes, por, de alguna manera, ponerse de su parte. R.- Aquí entramos en zonas del alma humana que acaso requieran una explicación psicológica. Si la policía detiene y maltrata a tu padre, si tienes un hijo encarcelado, no importa en ambos casos por qué razón, no es imposible que los lazos de sangre, incluso el amor, te empujen a tomarte la justicia por tu mano, a la venganza, a algún tipo de resarcimiento. Se sabe que más de un joven ingresó en ETA después de haber recibido golpes y humillaciones en un cuartelillo.

Raza y racismo

P.- ¿Se habla poco del papel de la Iglesia, desde obispos a párrocos de pueblo, en el consentimiento y hasta la justificación del terrorismo de ETA? ¿Por qué un cura terminaba simpatizando con los terroristas? R.- Reconozco que los curas de mis novelas son lo contrario de santos. ¿Habré leído en exceso a Baroja? Esto, en cualquier caso, no presupone que en la vida real todos sean como los hombres con sotana de mis novelas. Algunos, sí, tienen mucho pecado. No hay más que leer los relatos historiográficos o darse una vuelta por las hemerotecas para adquirir constancia de ello.
Para los nacionalistas, si hablas euskera, eres vasco, aunque no seas vasco. Esa es la seña de identidad por encima de la raza"
P.- ¿Habrá algún momento en que la dispersión de presos deje de tener sentido o es algo que debería mantenerse mientras haya etarras en las cárceles? R.- No soy especialista en la cuestión. Pero el instinto me dice que la privación de libertad decretada por el juez debe ser compatible con el trato humano de los reclusos. A veces, si la situación social lo permite, un gesto de generosidad por parte de los responsables de la ley repercute de una manera más positiva en la sociedad que la persistencia en el rigor. P.- Cuando Arantxa se echa un novio que no es vasco, Guillermo, se produce el rechazo: en la familia, en el pueblo. ¿Qué peso tiene la raza -el racismo- en el nacionalismo vasco? R.- En el nacionalismo vasco actual creo que de forma aminorada. Quizá más en los pueblos pequeños, donde los lugareños suelen defender con mayor tenacidad las esencias y las despensas. No hay más que ver el elenco de militantes de ETA para constatar la abundancia de apellidos no vascos en la organización. Tampoco es rara la figura del retoño de inmigrantes que, en busca de integración plena, busca justificarse por la vía de la radicalización política. Si hablas euskera, eres vasco, aunque no seas vasco. Esa es la seña de identidad suprema hoy día, por encima de la raza.

P.- ¿Cree que ha existido, desde el principio, una confusión entre lengua y cultura? R.- Esta fue sin duda una cuestión candente en los días de mi juventud, recién muerto Franco, cuando aún persistía el vivo temor por la posible desaparición del idioma vernáculo. En este sentido, se han hecho a mi juicio las cosas de una manera razonable. Yo al menos, cuando viajo a la zona, percibo calma, normalidad y voluntad pedagógica en los asuntos concernientes al euskera. Su aprendizaje está garantizado en los colegios. Sobre su presencia en las calles, supongo que esta varía según las zonas. Lo que sí sé es que da prestigio hablarlo. Espero que no se caiga en el error de politizar el idioma o de usarlo con fines partidistas. P.- Jon Juaristi decía recientemente que hoy "gran parte de lo que pasa por cultura vasca es una subcultura nacionalista". ¿Está de acuerdo? Ahora que está de moda hablar de hegemonía cultural, esa apropiación de la cultura por parte de los nacionalistas, ¿qué importancia tiene en la creación y sostenimiento de ETA? R.- Hay una pared contra la cual el nacionalismo se estrella siempre. Es la pared de su condición dogmática, que sólo permite al escritor y al artista una opción: la propaganda. El nacionalismo vive de sus adeptos. Vasco o no, cuando se mete a enredar en los hilos de la cultura, no entiende más que de repetición de lo que ya existía. Todo nacionalismo, aunque se diga de izquierdas, es por definición tradicionalista y, por tanto, una rumia de lo propio. Se siente a gusto con el bertsolari, la txalaparta, las danzas folklóricas y otras formas culturales antiguas transmitidas de generación en generación. Quienes ya están familiarizados con dichas formas se reafirman con ellas en unas señas de identidad. Este ejercicio mengua la facultad creativa de los individuos con talento. No sé si es esto lo que Juaristi quería decir. Creo que el artista que ponga sus aptitudes al servicio de una causa dogmática lo tiene difícil para ofrecernos una obra capaz de abrir nuevas perspectivas y cambiar nuestra mirada al mundo. @albertogordom

Lee aquí el comienzo de Patria