Luis Alberto de Cuenca, "su nombre es el de todos los saberes"
Luis Alberto de Cuenca
El poeta madrileño es un ejemplo de renacentista moderno. Como a Terencio, nada humano le es ajeno. Desde el cine a la cultura 'pop', desde la filología académica al rock. Fue una de las pocas figuras intelectuales de los 80. Ha compuesto letras para la Orquesta Mondragón o más recientemente para Loquillo, con quien conforma una extraña pareja refractaria al buenismo ñoño imperante en la creación. Aunque accesible, porta una estampa de dandi castellano, de indudable atractivo en estos tiempos.
Nuestro mejor renacentista, nuestro Luis Alberto de Cuenca, despacha premios y ministerios (secretaría de Estado), poetas noveles y pelmazos en fotocopias: y no necesariamente en el mismo tiempo ni en este tiempo. LAdC negocia cursos de verano y 'terceritas' para la prensa de aquí y de allá. "Es el más sabio de todos los poetas", dice su colega y periodista Carlos Aganzo. Tiene Luis Alberto de Cuenca la claridad en la mirada de esos hombres que se envuelven en una chaqueta de colores algo cálidos, más una breve alopecia de siempre frenada en platas de hebra, en canas, digo, que es signo de distinción y de sabiduría: como el mechón aquel de Beethoven.
A Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) nada de lo humano le es ajeno, y así desde sus primeras mocedades por el Barrio de Salamanca, donde no por casualidad lo mejor del liberalismo español ha ido encontrándose a sí mismo en el rellano de cada escalera desde hace algunas primaveras y alguna entreguerra. La elegancia de Luis Alberto de Cuenca es innata, se sale de horma; quizá sea por su capitaneo intelectual de los 80, por la forma en que evita toda pedantería con la ironía de un lord de Castilla irremediablemente seductor ("Después de introducirme en todo ese barullo,/ Fernando me animó a escribir letras/ para la Orquesta Mondragón, y tanto caso/ le hice que surgieron de aquello muchos temas...) En el barrio de Salamanca conviven infelices solterones que guardan barcos entre botellas, y felicísimos poetas como LAdC, que navega de Homero a Hergé según vaya la tarde y no haya que preparar unas lecturas o unos informes para Centro Superior de Investigaciones Científicas.
En el caso que nos ocupa, la justificación de Luis Alberto de Cuenca en esta sección viene dada por la pluralidad de sus actividades, la variedad de sus textos, la facilidad para subir de la tienda de tebeos a los salones ministeriales sin despeinarse y con una sonrisa galante. Añadamos a esta ristra de razones la nuestra, que es la de la santa voluntad de perfilar aquí a un Médici en buena gente según no pocos testimonios.
Antes citábamos que LAdC viene siendo refractario a la pedantería, y esto queda muy claro cuando llega a la cópula mística y creativa con Loquillo en aquel "Su nombre era el de todas las mujeres", algo que Alberto Ojeda definió magistralmente en estas páginas: "Es como si estuvieras ante dos linces ibéricos o dos osos pardos o dos águilas imperiales. Su palabra pesa, su presencia impone y su actitud remite a viejos códigos viriles casi olvidados. El primero destila maneras aristocráticas, pero sin ínfulas. El segundo gasta chulería de barrio, pero con principios". Y qué narices, en su faceta de intelectual comprometido, comprometido desde su liberalismo, está también en ese ir contra la moral débil y 'progre' del cantautor y la guitarra de palo. Entretanto, premios como el Nacional de Traducción, el "Julián Marías" de Investigación en Humanidades o el Nacional de Poesía figuran en su haber. Pero todas estas condecoraciones no sacan a nuestro protagonista del plano de una coherencia pensante y moral que, insistimos, sale 'por patas' de cualquier atisbo de pedantería.
De esta coherencia en la creación entre lo alto y lo bajo, lo 'pop' y lo elevado, Luis Alberto de Cuenca hace una estética muy particular, una estética que no tiene por qué renunciar ni al humor ni a los grandes temas de la lírica. Si hay algún 'hit' en su producción es el poema del desayuno, quizá la quintaesencia de la vida en pareja con las miserias y las grandezas tamizadas por la soleada normalidad de la convivencia: "Me gustas cuando dices tonterías,/cuando metes la pata, cuando mientes,/ cuando te vas de compras con tu madre/ y llego tarde al cine por tu culpa./Me gustas más cuando es mi cumpleaños/ y me cubres de besos y de tartas,/o cuando eres feliz y se te nota,/ o cuando eres genial con una frase/ que lo resume todo, o cuando ríes/ (tu risa es una ducha en el infierno),/ o cuando me perdonas un olvido./ Pero aún me gustas más, tanto que casi/ no puedo resistir lo que me gustas,/ cuando, llena de vida, te despiertas/ y lo primero que haces es decirme:/"Tengo un hambre feroz esta mañana./Voy a empezar contigo el desayuno". Luis Alberto de Cuenca también se sale de horma por no entrar en la mojigatería buenista que se ha impuesto en muchos sectores de la creación. Si escribe que no cree en la igualdad, que "el multiculturalismo es un nuevo fascismo, sólo que más hortera", aquí este dandi accesible, este filólogo sabio, este cinéfilo empedernido nos da ya un perfil definitivo de en qué mundito nos movemos. De sus motivos vitales, de sus querencias existenciales, bien dan muestra estos versos del poema "Paseo vespertino": "Tú y yo solos en busca de emociones,/medievales y eternos, a caballo,/rumbo a ninguna parte, mientras brota/la orquídea de la noche a cada tranco/ y queda atrás, hundiéndose en el polvo,/la borrosa silueta del ocaso (...)".
Siempre lo veo tan impecable como imperecedero, tan dandi como fiel a sí mismo. La primera vez ardía el sol en la entrega del Premio Manuel Alcántara, en el patio de banderas de un castillo de por el sur: le ofrecimos llevarle una web por mediación de Álvaro García, aunque ahí quedó la cosa. Otra vez nos regaló un poema inédito para la revista CAPOTE, muerta ya casi en vida por razones que no vienen al caso. En todo caso, quede constancia, pues, de su generosidad. Nobleza obliga.
@JesusNJurado