Muere el poeta Mark Strand
Mark Strand. Foto: Bernardo Díaz
El ganador del Pulitzer de Poesía de 1999 ha fallecido en Brooklyn a los 80 años.
Strand nació en 1934 en Summerside, Isla del Príncipe Eduardo, en la costa Atlántica del Canadá. Se educó y crió en Estados Unidos y en otros países sudamericanos. Obtuvo el grado de Bachiller en Artes en el Antioch College de Ohio. Estudio pintura con Josef Albers en la Universidad de Yale y después se centró en el estudió de la poesía decimonónica italiana entre 1960 y 1961. Ha practicado la docencia en un buen número de universidades: Universidad de Iowa, Universidad de Río de Janeiro, Princeton University, Johns Hopkins University o la Universidad de Chicago, entre muchas otras. Pero la materia en la que destacó por encima de cualquier otra fue en la poesía.
Strand tradujo a Rafael Alberti por mor, quizá, de las afinidades electivas: como el poeta del Puerto, Strand quiso también ser pintor. Llegó, como hemos visto antes, a realizar estudios de arte en Yale, y este bagaje aflora en obras como Hopper (Lumen, 2008) en la que, a través de breves capítulos, el poeta realizaba una disección de una treintena de obras del pintor estadounidense. Strand sin embargo no parecía un erudito (pero lo era). Ni un poeta (aunque lo era, e inmenso). Su lengua inglesa era una máquina de versos limpios, perfectos. Pocos como él fueron capaces de ensartar palabras sin necesidad de puntos ni comas, unidas sólo por un hilo (eso sí, de acero) de significados verdaderos y dolorosos. Publicó libros de poemas donde sus virtudes estaban más que patentes: Sleeping with one eye open, Reasons for moving, Darker, The story of our lives, The late hour, Selected poems. The Continuous life o Dark Harbor.
Strand fue uno de esos valientes que reconocían ser unos farsantes y una ruina y sembraban el pánico entre los demás sólo por el hecho de decirlo en voz alta. A la poesía, como a la vida, Strand le concedió la máxima atención y la menor importancia. Se complacía en confundir existencia y creación: vivir día tras día o escribir verso tras verso, todo se reduce al mantra "Primero se instala el aburrimiento; después, la desesperanza". Es el misterio de qué hacemos aquí y por qué nos empeñamos en quedarnos. Sumo poeta de la trifecta canadiense junto con Douglas Coupland y Margaret Atwood, Strand ha sido uno de los premios Pulitzer más incómodos de todos los tiempos, irrepetible.