Réquiem habanero por Fidel
Primeras páginas de la novela que cierra la trilogía de J.J. Armas Marcelo sobre Cuba
8 mayo, 2014 02:00J.J. Armas Marcelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1946) ha viajado más de 30 veces a Cuba, lo ha leído todo sobre la isla y ha escrito mucho sobre ella. No pone un pie allí desde 2000 porque se lo prometió a Cabrera Infante, el primer disidente intelectual del castrismo. Ahora cierra su trilogía cubana con Réquiem habanero por Fidel (Alfaguara), donde un coronel retirado de la Seguridad del Estado -un seguroso, como se los conoce popularmente- hace recuento de sus años de servicio al régimen. "Cuando muera Fidel, Cuba será una democracia liberal, creo que hay un pacto con EEUU para que así sea", nos asegura el autor. A continuación, las primeras páginas de la obra.
Lo que más me subleva de Belinda es que me lleve la contraria y siempre termine teniendo razón. La madre tiene la culpa. Se la llevó de pequeña para Santos Suárez y la maleducó con tanto sahumerio y santería. Por eso la llamada de anoche desde Barcelona me dejó pegado a la pared.
-Oye, coronel, papi, que soy tu hija, sí, desde Barcelona. Que aquí dicen los noticieros que se murió el hombre para siempre... Sí, el Inmortal que tú decías, el hombre que no podía morirse porque era un caballo sagrado. Pues, fíjate, viejo, murió de un ataque, eso dicen las noticias, se murió destripado en sangre, dicen...
Mi hija Belinda, carajo, dándome la noticia maldita, la noticia de la muerte del Comandante en Jefe, la peor noticia del mundo.
-No se te olvide más, yo me llamo Belinda, no me llamo Isis ni ninguna de esas tonterías egipcias tuyas o lo que sea -recuerdo que me dijo cuando no era más que una niña.
Belinda. Quiso llamarse Belinda y ser bailarina desde que era casi una pionera, no levantaba los pies del suelo y ya andaba bailando por las aceras. No caminaba, bailaba por las aceras, volaba y convertía en escenario cualquier espacio al aire libre, todos mis empeños fueron inútiles, toda una vida en la Revolución para nada, para que se vaya a Barcelona de bailarina. Ya sé, ya sé, carajo, otras están de jineteras ahí, paradas al sol, con cualquier blanquito europeo, y Belinda no jugó nunca a puta. Baladrona.
-Mi hombre será un español que me lleve por el mundo -me dijo cuando ya despuntaba y todos decían que era una de las mejores bailarinas de Cuba- y me haga una gran estrella del baile. Me da que va a ser un español el que se va a enamorar y me va a llevar hasta el cielo. A Barcelona, a París, a Londres. ¿Tú me entiendes, papi?
-De grande tú vas a ser médico, Isis, el mundo necesita médicos que salven vidas humanas, la solidar...
-Papi, no seas pesado, yo no voy a ser médico, ni voy a hacer nada por la solidaridad, yo nací bailarina. Me llamo Belinda y en cuanto pueda me escapo, me voy al mundo, flu, flu, flu, vuelo con mis alas y desaparezco de este calor que me asfixia. Ni loca voy a ser médico, papi. Mira a ver, Mami, explícaselo tú, que él es muy cerrado de mollera, Mami.
Mami es Mami. Yo también la sigo llamando Mami, todavía. La llamé Mami y la sigo y seguiré llamando Mami. Se separó de mí cuando me fui a Angola con Ochoa y los jimaguas por orden de Raúl.
-Tú vas y eres mis ojos y mis oídos. Y me lo cuentas todo -me dijo Raúl.
Todos mis servicios me los pagó la Revolución con un taxi negro, un buen carro para el turismo, una guayabera blanca y limpia y un retiro digno. Un coronel de la Seguridad del Estado, un seguroso como yo nunca dudó del Comandante en Jefe ni de Raúl. Y ahora, a la vejez, echado aquí, en mi cuartucho, viendo la televisión, viendo y oyendo la cháchara interminable de Chávez, veo otra vez la misma película, pero qué es esto, me pregunto, y la oigo a ella hace años gritándome, a mi hija Isis, bueno, Belinda, la bailarina de Marocco de Barcelona, carajo, que si todavía sigo creyendo en la brujería de Fidel...
-¡Tú te has vuelto loco, chico! El más grande, el hombre más grande que ha dado el siglo XX... Pero si este hombre es una ruina -le oigo decir esa mierda desde hace años y no sé cómo me contengo y no le parto la cara de un solo bofetón y ya está, silencio-, pero tú no te das cuenta de nada, el hombre ese ni siquiera es cubano, no sabe tocar una guitarra, ni sabe lo que son los metales, no baila, no bebe ron, todo el día vestidito de verde para arriba y para abajo de esta islita, pobre de ella. Es un español más, no te fijas, ¡un cuartel, carajo!, un cuartel es lo que ha hecho de Cuba con tanta invasión y tanta bobería. A ver, dime tú, soldado, ¿dónde está la invasión, dónde que no la veo?
-Estás jodido, Mulatón -recuerdo que intervino Mami, porque Mami siempre interviene cuando no debe-, yo me voy a ir para Santos Suárez a casa de mi madre y me llevo a vivir conmigo a la bailarina rebelde, para que te enteres de una vez...
Mulatón, Mulatón, ganas de joder de Mami. Siempre que pudo me llamó Mulatón para menospreciarme, para ningunearme y humillarme, eso es lo que quiso siempre, no respetó nunca ni estrellas, ni bastones, ni uniformes ni autoridad ninguna, una descreída total, influyó mucho en Isis, quiero decir, Belinda.
-Mami, Mami, tú sabes que me llamo Walter, respétame, no me llames mula...
-¡Ay, ay, ay!, chico, si tu madre estuviera viva y viera esto, viejito, se moriría de la risa, claro que te llamas Walter, si lo sabré yo, ¿no lo voy a saber?, pero eres mulatón, mulatón...
Mulatón, mulatón, como si ella fuera blanca, como si no viniera de donde vino, más allá de Pogolotti, y hablaba de Santos Suárez como si fuera Manhattan, ella es la que ha pervertido a la bailarina. Por eso anoche, cuando recibí la llamada de Belinda desde Barcelona, me quedé otra vez pegado a la pared, sin respiración, como si me fuera a dar un infarto, mareado, como si todo se fuera a ir de un momento a otro para la misma pinga del carajo...
-Coronel, papi, es Belinda desde Barcelona, tu hija. ¿Ya te enteraste de la noticia?
Tantas veces lo han matado en el mundo para después verlo aquí, en la televisión, con una salud de hierro desmintiendo su muerte, muerto de la risa, que es de lo único que se muere el Comandante, que se muere de la risa todos los días, de sus enemigos se muere de la risa, rodeado de niños de escuela y pioneros, aplaudido por la gente, que ya no me creo que se vaya a morir. Hace tiempo que dejó de cagar por donde lo hacemos los mortales, dicen que tiene un aparato que científicos secretos, vaya uno a saber si americanos, han creado especialmente para él. Que tiene un agujero en el cuerpo, por detrás, pero por encima del culo, al lado derecho de la cintura, y por ahí se entuba cada vez que le hace falta y echa la mierda, y tan tranquilo, tú. No se va a morir nunca. En el fondo él seguirá llevando al país por donde siempre, él sabe lo que hace, y enfermo y todo, y con ese aparato pegado a la cintura, sigue haciendo su trabajo, ahí están los artículos del Granma, ¡irrefutables, carajo!, ¡irrefutables!
-¿Y ahora quién tenía razón, tú, el hombre o yo, papi? Yo, mi amor, yo tenía razón, lo que pasa es que tú eres ciego completo, no ves nada desde nunca, siempre oyendo lo que diga el brujo, estás viendo negro y si él dice blanco, tú dices blanco y más nada. Chico, despierta, que eso es brujería.
Belinda por teléfono desde Barcelona, dándome gritos. No tuve nunca autoridad moral para educarla, para meterla en una camisa de fuerza y tenerla ahí, en silencio y al oscuro en el último rincón de esta casa ahora en silencio y a oscuras, durante dos o tres días, sin comer ni beber, para que aprendiera, como se lo hicimos a los contrarrevolucionarios y traidores en Villa Marista, que los metíamos en la gaveta y se iban por las patas en un dos por tres, cantaban de todo, boleros tristes, danzones alegres, hasta mambos cantaban si nosotros queríamos. Pero, viejo, no iba a hacerle lo mismo a mi hija, a la bailarina.
-Mira, Gualtel, mi amor -Mami me llamaba Gualtel, mi amor cuando quería de verdad darme una orden sin que pareciera que era una orden, sino una sugerencia o un consejo o algo así-, tú no te das cuenta que esta niña tuya, Belinda, es un genio, va a ser famosa en la danza, en el baile, mucho más que Alicia Alonso, esa vieja decrépita... Y, sí, mi amor, Walter, hazme caso, déjala salir, consíguele los papeles para que se vaya y sea feliz y ella te lo agradecerá para siempre.
No le conseguí los papeles, ella se fue por Bulgaria, aprovechó una invitación de un teatro nacional o algo así de Bulgaria hace ya más de diez años, y se mandó a mudar, se quedó en Sofia con su español y luego lo arreglaron todo y se fueron a Barcelona, su destino predilecto. Y después me escribió una carta y dentro una postal del Marocco, y ella bailando como estrella, la starlette Belinda Marsans. ¡Fíjate tú el apellido que vino a elegir para bailar! ¡Marsans!, el apellido del maridito español, su agente, porque ahora es su agente, ya no es más su marido, dicen que se quieren como buenos amigos pero que ella necesita libertad. Mi hija Belinda siempre necesita libertad, más libertad, aire, aire, aire...
-¡Aire, chico, aire!, eso es lo que me falta, me asfixio en esta isla de mierda, ¿tú sabes? -recuerdo todavía sus gritos un par de meses antes de salir para Bulgaria con las mejores del Ballet Nacional-, y aquí no hay nada de eso, sino politiquería, esto está lleno de comemierdas, papi.
A mi hija Belinda, dos meses antes de marcharse de La Habana con ese ataque de histeria propio de las artistas grandes, ya se le había pegado la tontería de Alicia Alonso, imagínate tú, Alicia Alonso. Mi hija Belinda dándole gritos a su padre, coronel, carajo, coronel de la Seguridad del Estado, un patriota durante toda la vida, un creyente y servidor firme de la Revolución cubana, a la orden de Fidel Castro, Comandante, para lo que mande. Un tipo que ha vivido aventuras peligrosas, que ha hecho mil servicios desde Terranova, que ha viajado con el Che a China, a Moscú, a Argelia y España, que se ha recorrido medio mundo, Buenos Aires, Japón, Inglaterra y sobre todo España, que ahí, en el puerto de Cádiz, dejé toda la ropa metida en un container, mira eso, cómo estará esa ropa, podrida por el tiempo y la oscuridad. Un tipo que estuvo con el Calingo en combate, en Angola, un tipo bravo, frío, de fierro puro, no pudo con su hija, no, no pude con Belinda, mi gran error, mi gran decepción, mi humillación.
¿Cómo es que se llamaba aquel peronista? ¿Simón qué? Lo conocí en Terranova, pasando dólares cada uno en lo suyo, pero nos caímos del carajo, y terminó por venir a La Habana, a darse una vuelta, cuando todavía esto era el escaparate del mundo comunista, por aquí pasaba todo el mundo del mundo comunista, desde guerrilleros a etarras, desde montoneros a policías secretos del peronismo, hombres todos de izquierda, con patente de corso, como yo, todavía recuerdo cuando me lo dijo, yo era casi un muchacho, me lo dijo Raúl, tú, Walter, silencio, eres mis ojos y mis oídos, tú eres un patente de corso, así dijo, un corso con patente para lo que me diera la gana. Si tienes que matar, me dijo, matas, no pasa nada, tú tienes patente de corso. Y Simón, sí, ¿Simón qué?, no me acuerdo, tenía patente de corso en Argentina y vínculos secretos con todo el mundo. Un peronista de ultraizquierda, un hombre duro. Cuando le hablé del problema de Isis, que se había cambiado el nombre, que se quería ir de Cuba desde que era una niña, que era una loca por el baile, va Simón, que ya tenía media botella de Matusalem en la barriga, me pone una mano arriba, saca un gesto que le dobla la cara en dos y le oscurece la vista, los ojos, me da un par de golpes en el hombro, asiente con la cabeza y me dice, te lo voy a contar todo, para que sepas cómo resolver ese problema.
-Tengo un hijo que es más comunista y más peronista que yo, compañero Walter -me contó-. Era un niño, un muchachito, un pibe, viejo, ni siquiera salía solo de mi casa en el microcentro, fíjate tú. Y un día me vio la pistola en el saco. Curioseó en mi saco, que estaba colgado en una silla, y vio la pistola. Y me preguntó que por qué llevaba esa pistola.
-Porque soy sindicalista y peronista, Simón, por eso, ¿viste? -le dije.
Entonces el muchacho se quedó extrañado, con la boca abierta, mirando al padre, muy serio, bastante asombrado, como que no había entendido nada, pero se atrevió a responderle.
-Yo lo miraba fijamente, Walter, acercaba mi cabeza a la suya, para ganar complicidad, viejo, para ganar más autoridad, para que comprendiera que le estaba diciendo la cosa más importante que hay que ser en la vida, sindicalista y peronista, pero él se atrevió a hablarme, me mantuvo la mirada, era solo un niño inocente preguntándole a su padre cosas que no sabía.
Ahora yo le mantenía la mirada a Simón. La música del Polinesio del Habana Libre se oía lejana, estábamos los dos solos en un duelo, o eso me parecía, un duelo verbal, a ver quién le podía a quién, y él seguía con la mano en mi hombro y mirándome con dureza, como si yo fuera ahora su hijo, se veía de lejos que era un pistolero, vamos, un tipo con patente de corso, como decía Raúl.
-Y Simón, mi hijo, me preguntó, sin que se le quebrase la voz ni una sílaba, me preguntó lo que yo estaba esperando, la pregunta del millón -me dijo el corso argentino-. ¿Y qué es ser peronista, papá? -le preguntó el niño Simón-. Entonces yo me fui para la silla donde estaba el saco, Walter, saqué la pistola del bolsillo interior del saco y se la puse a Simón, a mi hijo, en la sien.
Cuando me estaba contando esa historia, yo estaba en ascuas, ¿cómo podía hacer aquello a un niño, a su hijo?
-¡Pero, carajo, Simón! -dándole un puñetazo a la barra en la que estábamos los dos acodados. Tiré al suelo el tabaco que me estaba fumando-, ¿cómo pudiste hacerle eso a tu hijo?
-... espera, viejo, espera, no seas bruto... Carajo, no seas bruto...
Y encima el argentino con patente de corso me llamaba bruto. No cabían dudas, dominaba la situación, tenía un poder verbal y gestual que casi me tenía hipnotizado.
-Le puse la pistola en la sien, ¿o no te acuerdas tú del sacrificio de Abraham en la Biblia, carajo?, y le dije, muy serio, muy marcial, sin que me temblara un músculo de la cara ni del cuerpo entero, se lo dije con toda mi alma, como la única verdad que había en el mundo: mira, muchacho, atiéndeme porque te lo voy a decir una sola vez, eso le dije. Peronista, te lo voy a decir una sola vez en la vida, que no se te olvide nunca más, es lo que soy yo y lo que tú, Simoncito, vas a ser de mayor y toda tu vida, porque si no te meto un tiro ahí, en la sien, y te levanto la tapa de los sesos y te mato, te mando para la Chacarita, eso es lo que vas a ser tú, eso es lo que es ser peronista, ¿viste? Y sí, ahora es peronista, escritor, defiende a Perón, pero sobre todo a Evita, ¿viste, viejo?, no hay quien se la toque. Es escritor de teatro Simón, muy militante, chico, muy militante. Al árbol que se despista, hachazo en el corazón, Walter, compañero.
Bárbaro personaje, Simón ¿qué?, mejor no acordarme. Terminamos los dos con tremenda curda, yo le conté lo del poeta Padilla, que me lo encomendaron para que lo reeducara en un tiempo récord, el poeta Padilla, y primero me encomendaron que vigilara de cerca a Edwards, el escritor que mandó Allende desde Chile para abrir la embajada, ¡qué tiempos, carajo!, gloria plena en aquellos momentos.
-¿Escritor de teatro tu hijo? -le dije para quitarle hierro y lucha a su cuento-. Pero, coño, compañero, si yo soy experto en escritores desde los de Padilla y Edwards...
-Pero no me vengas a joder ahora, viejo, no me jodas, ¿el tipo de Persona non grata, ese señoritingo de derechas, ese reaccionario?
-Yo fui uno de los encargados de ese caso, imagínate tú...
-Cuéntame, mamón, cuéntame.
Y entonces se lo conté.
Simón me había contado con todo detalle lo de su hijo cuando era un niño para que yo tratara de resolver el problema con Belinda, que ya había conseguido que todo el mundo, incluso yo, la llamara Belinda, para que yo le diera un susto y la metiera a viaje, pero yo pensé que eso era una barbaridad, no sé cómo sería su hijo, pero mi hija era una rebelde irredenta, no había quien pudiera con ella y a aquellas alturas había dejado la universidad para bailar, había hablado yo con Díaz, el escritor, que daba clases de marxismo en la universidad, que le montaron la cátedra para él y luego, cuando se cayó el muro y se desmerengó el socialismo del Este, se convirtió en un gusano más, se quedó por Alemania y por España, dando la lata, pidiendo diálogo, desagradecido, comemierda, gusano, como si no hubiera sido nunca comunista ni revolucionario. Se creyó que se iba también a caer Cuba, que todo se iba a ir para el carajo y que Fidel se iba a exiliar en Galicia, la tierra de su padre, don Ángel. Loco, pirado, el Jesús Díaz, no se podían ver pero acabó como el otro gusano, el peor de todos los gusanos, Cabrera Infante, Guillermito, Cabiria como lo llamaban aquí antes de irse, un vividor este Cabrera, hasta Franco lo echó de España por vividor. De modo que le conté esa noche en el Polinesio a Simón el argentino todo lo de Padilla, Bebo para sus amigos los bugarrones, y lo del chilenito rico, y lo dejé asombrado.
-Si yo hubiera sido tú, si hubiera caído en mis manos, yo mismo los habría descuartizado -dijo Simón al final de la noche del Polinesio.
Hace dos horas que sonó el teléfono. Dos horas ya que llamó Belinda desde Barcelona, y nadie me ha llamado para decirme si es mentira o verdad que el Comandante se murió. La verdad es que hace meses que no aparece en público, ni una foto en los papeles ni en la televisión, nada, como si se hubiera muerto, pero nos hemos acostumbrado a eso, y sabemos que no ha muerto porque no puede morir, carajo, es inmortal.
-Pero, bueno, Gualtel -¡me llamó Gualtel, entonces, con ese tonito con que me lo decía su puta madre!-, ¿tú sigues creyendo en todas esas vainas? Mira que eres ignorante, mijito -y esa fue la despedida de Belinda por teléfono esa noche.