El poder y la fuerza. La seguridad de la población
Mary Kaldor
21 enero, 2011 01:00Refugiados en Kosovo en 2000, al fin de la guerra
Debo explicarme. De entrada debo decir que las causas defendidas por Kaldor me parecen muy encomiables, trátese del cosmopolitismo, del europeísmo, de su énfasis en la seguridad de los seres humanos individuales, de su aspiración a un mundo sin guerras o de su franco reconocimiento de que a veces sigue siendo necesario el uso de la fuerza armada. El impulso ético que motiva su reflexión sobre la seguridad humana me parece lo más valioso de su aportación y creo que constituye una referencia importante para todo aquel que se preocupe por la amenaza de la violencia en el mundo actual. Por otra parte, encuentro que sus puntos débiles son una cierta tendencia al esquematismo, a creer que un fenómeno se convierte en nuevo porque lo denominemos nuevo y también, que Amartya Sen me perdone, una sensibilidad histórica un tanto roma.
Tusquets, que ya había ofrecido al público español sus anteriores obras Las nuevas guerras, en 2001, y La sociedad civil global, en 2005, ha traducido ahora su último libro con un título a mi juicio algo extraño, ya que su tema principal es exactamente el que refleja su título inglés: la seguridad humana. Se trata de una recopilación, revisada y actualizada, de ensayos escritos en los primeros años del siglo XXI, que abordan las intervenciones humanitarias de los años 90, especialmente en la antigua Yugoslavia, el poder de los Estados Unidos, el "nuevo" nacionalismo de la era de la globalización, el concepto de sociedad civil global y la actualización de las reflexiones tradicionales acerca de la guerra justa en términos de seguridad humana. Centraré mi comentario en los capítulos sobre el nacionalismo y la guerra justa porque en mi opinión son los que mejor reflejan lo peor y lo mejor, respectivamente, del estilo analítico de Kaldor.
No seré yo quien ponga en duda que vivimos un período radicalmente nuevo de la historia humana. Estoy incluso dispuesto a considerar la sugerencia de la filósofa estadounidense Susan Blackmore de que la emergencia del ciberespacio es un fenómeno cuya potencialidad resulta comparable a la aparición del ADN y de la especie humana, según ha argumentado en un reciente artículo del New York Times (The Third Replicator). Sin embargo, no todo es tan nuevo en este mundo nuevo, incluidas las "nuevas guerras" que Kaldor contrapone al modelo de "vieja guerra", en su opinión correspondiente al período entre fines del siglo XVIII y mediados del XX. Ciertas características que atribuye a las "nuevas guerras", como las difusas fronteras entre combatientes y población civil o las formas de violencia indiscriminada ajenas a toda limitación, tienen precedentes muy antiguos, por ejemplo la guerra de la Independencia española: basta una ojeada a los tremendos grabados de Goya para comprenderlo.
En cuanto al "nuevo nacionalismo" que Kaldor presenta en uno de sus capítulos, me parece un concepto particularmente endeble. Su tesis es que, así como los nacionalismos clásicos del siglo XIX respondían a las necesidades del Estado moderno y de la primera fases de la industrialización y los bloques ideológicos de la guerra fría respondían a la fase "fordista" de la industrialización, los agresivos nacionalismos que han aparecido últimamente en los Balcanes o el Cáucaso están estrechamente vinculados a las "condiciones estructurales" de la "globalización, posmodernidad o modernidad tardía". La tesis parece difícil de probar, pero Kaldor la despacha explicando que la violencia en Bosnia, Kosovo o Nagorno Karabaj se explica por "la inseguridad y la frustración resultantes de un cambio estructural profundo". Como ejemplo de este cambio llega a mencionar a la inmigración del campo a la ciudad, que en realidad es tan característica de la "posmodernidad" como de la modernidad, la medievalidad o la antigüedad. Por otra parte el patriotismo actual de los viejos Estados como Gran Bretaña o Francia le parece irrelevante, puro "nacionalismo de espectáculo". En cambio todas sus simpatías van hacia los nacionalismos de las pequeñas minorías étnicas que han sobrevivido en el seno de Estados más amplios, como sería el caso de los escoceses y los catalanes, cuyo nacionalismo, en contraste con el "nuevo nacionalismo" de los Balcanes, es "no violento, abierto e inclusivo".
Reflexiones más sólidas se encuentran en el capítulo titulado "Guerra justa y paz justa", que en su origen fue un texto presentado en una conferencia organizada por el arzobispo de Canterbury y la Conferencia episcopal católica del Reino Unido. En ella analiza el concepto de guerra justa, que tiene una venerable tradición tanto en el pensamiento cristiano como en el musulmán y ha sido actualizado en nuestro tiempo por Michael Walter, y propone su sustitución por un nuevo paradigma más acorde con el mundo de la globalización. En su repaso histórico Kaldor recoge unas nobles palabras del primer califa, Abu Bakr, suegro del Profeta, sobre las que deberían reflexionar quienes responsabilizan a la tradición islámica de las atrocidades contra mezquitas chiíes en Pakistán o iglesias cristianas en Irak o Egipto: "No mutiléis; no matéis a niños pequeños ni a hombres viejos o mujeres;... y si pasáis junto a monasterios de fieles que se han entregado a las devociones…, no los perturbéis".
Aunque Kaldor rinde tributo a los pensadores clásicos que reflexionaron sobre la guerra justa, incluido el español Francisco de Vitoria, cree que hoy debemos ir más allá. Frente a la doctrina tradicional, centrada en la seguridad del Estado y por tanto en la legítima defensa frente a la agresión, sostiene la prioridad de la seguridad humana, es decir la defensa de los derechos humanos frente a todo tipo de agresión interna o externa. El corolario de ello es la polémica noción de intervención humanitaria. Sobre todo ello debemos reflexionar y para ello hay que leer a Walzer y a Kaldor. Mi esperanza es que algún día se haga realidad una sugerencia de Walzer con la que Kaldor encabeza su capítulo sobre el tema: que las guerras desaparezcan en la medida que consideremos a las injustas "crímenes" y a las justas "acciones policiales". Ello exigiría no un gobierno mundial, posibilidad que me atrae tan poco como a Kaldor, pero sí algún sistema de gobernanza global.