José María Merino: "Me apasionan los diccionarios, y entrar en la Academia sería acceder al Diccionario real, en ebullición"
“Recién cumplidos los 67 años, abrió las puertas del Diccionario y comprendió que nunca había vivido fuera de allí”. Con este microrrelato, escrito para El Cultural, resume el narrador, cuentista y poeta José María Merino (La Coruña, 1941) lo que puede sentir mañana, si esta tarde es elegido miembro de la Real Academia Española. Lo tiene fácil, porque el más leonés de los escritores gallegos es el único candidato para el sillón “m” que ocupara Claudio Guillén, aunque con el humor a veces esquivo de los académicos nunca se sabe...
Hijo de la guerra civil -“Mi padre, que republicano y de la FUE, tuvo que salir huyendo de León y fue a parar a Galicia... ”-, Merino puede convertirse hoy en miembro de la Real Academia Española. Algo “del todo inesperado” aunque sepa que “la posibilidad de entrar en la Academia tiene algo de la sustancia de los sueños benéficos, pues resultaría un reconocimiento a mi obra que tiene mucho de mítico, concedido por la institución española que, con criterios estéticos estrictos, actúa con mayor libertad: al margen del mundo mediático, lejos de la presión editorial, sin dependencia del canon que a veces imponen ciertas modas...”
-¿Qué cree que puede aportar a la Institución?
-Si ingreso en ella, se cerrará para mí un círculo personal: empecé a viajar por el mundo de las letras y de la literatura a través de los diccionarios y de las enciclopedias -aún conservo El libro de oro de los niños, seis tomos editados por Jarnés y Luis Doporto en México en 1946-, siempre me han apasionado los diccionarios y entrar en la Academia sería acceder al Diccionario real, al Diccionario en ebullición. Yo creo que aportaría mi sincera curiosidad, que es mi mejor virtud, y mis decididas ganas de trabajar con las palabras.
Minicuentos académicos
-Sé que tiene sentido del humor, pero ¿firmaría un microrrelato del tipo: “cuando despertó el 28 de marzo, JMM era una silla... académica”
-Bueno, ése es un minicuento de metamorfosis... Preferiría proponer algunas variantes, por ejemplo: “Cuando despertó el 28 de marzo, su sillón familiar se había convertido en el sillón ‘m’ de la Academia”. Otra: “Cuando despertó el 28 de marzo, comprendió que nunca había salido del Mundo del Diccionario”. Tercera: “Recién cumplidos los 67 años, abrió las puertas del Diccionario y comprendió que nunca había vivido fuera de allí”. Ojalá.
-Empecemos por el principio. Su padre era abogado y usted se licenció en Derecho. ¿Cómo acabó enredado en la literatura?
-Yo quería ser escritor desde que estudié el bachillerato, pero ya entonces sabía que para escribir necesitaba comprar tiempo, y veía que el bufete de mi padre, y la gestoría que también entonces regentaba, no le dejaban ni una hora libre. Estudié Derecho por el inmediato ejemplo paterno, y luego me hice funcionario, imaginando que esa profesión no sería tan absorbente como la suya.
Sostiene Merino que sus muchos años de funcionario le permitieron descubrir América, aunque siempre compatibilizó su trabajo con la escritura, “porque una de las cosas que perfeccioné en la administración fue la capacidad de organizar. Y llegó un momento en el que pude dedicarme sólo a escribir. Creo que en aquellos años aprendí a ser un buen gestor de mi tiempo”.
-¿El haber trabajado algún tiempo en el Ministerio de Cultura le hizo ver la escritura de otra forma?
-En realidad, lo de Cultura fueron tres años, cuando ejercí de director del Centro de las Letras Españolas, época muy interesante, pero de mucho trabajo, en la que me llevaba los problemas a casa y no tenía tiempo para escribir ni una sola línea. Por eso lo dejé en cuanto me fue posible. Y no cambió mi idea de lo que es la literatura: una forma de descifrar la realidad que no se parece a ninguna otra.
-¿Y jamás se ha arrepentido de no ser notario y olvidar los sobresaltos de la vida literaria?
-La vida literaria ha sido para mí un privilegio, pues aparte del esfuerzo y de la tensión gozosa de escribir, me ha permitido viajar por muchos lugares maravillosos y conocer gente muy interesante.
-De todas formas, cuando su hija Ana,una de nuestras mejores poetas jóvenes, le mostró sus primeros versos, ¿no le explicó lo duro que era?
-Con los años he escrito un minicuento titulado “ Para una historia secreta del éxito” donde expongo ese “beso de la mujer araña” que puede sufrir el escritor, que consiste en la perpetua insatisfacción respecto a la repercusión de su obra... A mi hija Ana le advertí sobre ese peligro desde el primer momento. Pero Ana, aparte de muy buena poeta, y no es sólo orgullo de padre, es muy inteligente...
-¿En qué se han influido?
-Mi casa ha sido siempre un lugar lleno de libros y de amor a ellos, un espacio en el que la lectura ha tenido una importancia sagrada. Cuando mis hijas, María y Ana, eran niñas, no sólo escuchaban cuentos contados, sino leídos en los libros... Luego, su crecimiento fue para mí una fuente de inspiración. Por ejemplo, Los trenes del verano/No soy un libro, la novela por la que me dieron el premio Nacional de Literatura Juvenil, parte de un viaje en Interrail que hizo Ana cuando era adolescente...Y yo creo que también es una buena influencia recíproca que, en casa, todos practicamos aquello de “All you need is love” que nos enseñaron a mi mujer y a mí los Beatles cuando éramos muy jóvenes...
Maestros y relecturas
-Si los Beatles le influyeron en su juventud, ¿quiénes fueron los maestros de su infancia?
-Mi padre tenía una buena biblioteca, y en ella, con los diccionarios y las enciclopedias -¡un día llegó la Espasa, nada menos!- estaba el siglo de oro español, Shakespeare, el siglo XIX -Poe, Dickens, Tolstoi, Chejov y los demás rusos, Galdós, Eça de Queirós, Clarín, Pardo Bazán y Baroja y Unamuno, pero enseguida llegaron Hemingway y Faulkner... Luego descubriría a Kafka, Borges, Sartre, Hemingway, Buzzatti, Cortázar, Vargas Llosa, nuestros cuentistas de los 50, Proust... La fantasía científica. Hoy sigo leyendo, aunque no con aquella pasión, a algunos contemporáneos: Irving, Nooteboom, Doctorow... pero he llegado al momento de las relecturas.
-¿Qué autores jóvenes le interesan más?
-Sería una lista bastante larga, y seguramente injusta por los olvidos... Me parece que en España se están escribiendo muy buenos cuentos literarios... Además, ahora coinciden trabajando aquí bastantes escritores hispanoamericanos, es decir, hay un encuentro en la lengua muy creativo. También hay un nivel de novela interesante. Acaso, por cierto complejo periférico, no seamos conscientes del buen momento literario que estamos viviendo en España, a pesar de la banalización mercantil que tiene lugar en lo literario.
-Todo el mundo le sabe parte del llamado Grupo de León. ¿Recuerda cómo conoció a Luis Mateo, Antonio Pereira o Juan Pedro Aparicio?
-¿Cómo no lo voy a recordar? Pereira era un mito vivo en León, como Crémer, como De Nora, como Gamoneda... Aparicio y Luis Mateo pertenecen a mi memoria literaria de la juventud, juntos hemos tenido muchas aventuras literarias, como la recuperación del patriarca Sabino Ordás, y ahora que estamos mayores andamos por el mundo dando recitales, en los festivales Hay, en Bath, y nos morimos de la risa pensando que nuestro destino era acabar en esa aventura de cómicos de la legua, que siempre nos pareció más azarosa que envidiable.
-Su primer libro fue de poemas... ¿Siente nostalgia del poeta que pudo ser?
-Hay quien dice que algo de aquella intuición poética sigue presente en lo que escribo, pero a mí la poesía me dejó un día para siempre, abruptamente, sin avisar. Esos abandonos no tienen remedio, pero nos dejan un regusto melancólico.
-¿Qué se prestan el Merino poeta, el novelista y el micronarrador?
-El minicuento es acaso el género que, sin poder dejar de ser narrativo, es decir, de moverse, de plantear una mudanza, más ha heredado de la concisión que debe tener la buena expresión poética. Pero creo también que la concisión expresiva es un valor en sí misma, y procuro llevarla a las novelas, en lo posible.
-¿Cómo reivindicaría el cuento ante quienes lo consideran un género menor?
-La falta de gusto por el cuento literario es un problema de formación lectora, pues el cuento exige del lector una colaboración que las novelas más comunes no requieren. Pero el lector con el gusto bien formado aprecia el cuento en lo que tiene de fulgurante síntesis, de representación súbita e intensa de un mundo completo. Con todos los respetos, quienes consideran el cuento un género menor tienen un problema... digamos literario.
-¿Y el minicuento?
-En este caso, creo que hay demasiados productos que, por ser breves, intentan pasar por narrativos, aunque se trate de meras ocurrencias, desahogos. Aquí no me extrañan tanto ciertos rechazos. Pero si el minicuento es capaz de sintetizar una historia y darle la tensión precisa, no deja de abrir nuevas perspectivas a la expresión literaria.
-En mayo publicará un libro de cuentos de ciencia ficción, pero ¿para cuándo una nueva novela?
-A mí me revitaliza cambiar de registro, y en ello estoy. Tiempo al tiempo. Quizás el año que viene.
-¿Volverán a ser importantes los sueños, los espejos, la identidad...?
-La identidad es mi tema preferente, la convicción de que no estamos hechos de una pieza, y hasta el temor de que estemos hechos de por lo menos dos piezas semejantes y continuamente enfrentadas, tanto en lo personal como en lo social. Precisamente mi novela va de eso, de la confrontación como forma de cultura, al menos en España.
-Ahora que menciona la confrontación cultural, acaba de volver de Estados Unidos... ¿ha sacado algo en limpio literariamente?
-He estado en Dartmouth College, Hanover, una universidad perdida entre los frondosos bosques de New Hampshire, y he hecho una vida de cartujo. Pocas distracciones, mucha lectura y escritura: cuentos, un empujón al proyecto de mi novela. La verdad es que no me puedo quejar. Además, di un curso sobre el cuento con un alumnado poco numeroso y excelente.
Un español en USA
-¿Y políticamente?
-En Hanover es donde se celebra el primer encuentro de los candidatos demócratas. La última pregunta que les hicieron fue qué parte de la Biblia era su preferida. Y que todos contestaron.
-En esta orilla solemos creer que allí interesa mucho lo español. ¿Por qué luego nuestros escritores no “rompen” en Estados Unidos?
-Lo hispánico en los Estados Unidos no es lo español, precisamente. Y en Hispanoamérica, a pesar de todo, todavía gravita sobre nosotros la culpa de la Conquista... Es un poco como si nosotros siguiésemos echándoles en cara a los italianos la actuación de la Roma que nos conquistó... y que nos dio la lengua.