Luis Cernuda, versos vivos
Luis Cernuda ha sido el último de los poetas de la Generación del 27 en conseguir el favor de los lectores y situarse entre los nombres fundamentales de su tiempo, pero esa tardanza se ha visto compensada: es, de todos los poetas de su siglo, el que hoy es más citado, leído y admirado. Especialmente por los poetas que en nuestros días publican sus libros: tanto los de más edad como los más jóvenes reconocen su deuda y manifiestan su admiración. Una decena de ellos (José Antonio Muñoz Rojas, José Hierro, ángel González, Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, Antonio Carvajal, Antonio Martínez Sarrión, Felipe Benítez Reyes, Carlos Marzal, Vicente Gallego), diez de los más importantes poetas españoles de hoy, han elaborado para El Cultural la mejor de las antologías posibles: la de los poemas más vivos, los que les emocionan como si hubieran sido escritos esta misma mañana, y nos han explicado los motivos de su elección. Son los mejores poemas de Cernuda elegidos por sus mejores antólogos posibles: sus más fervientes lectores.
Impresión de destierro
Fue la pasada primavera,
Hace ahora casi un año,
En un salón del viejo Temple, en Londres,
Con viejos muebles. Las ventanas daban,
Tras edificios viejos, a lo lejos,
Entre la hierba el gris relámpago del río.
Todo era gris y estaba fatigado
Igual que el iris de una perla enferma.
Eran señores viejos, viejas damas,
En los sombreros plumas polvorientas;
Un susurro de voces allá por los rincones,
Junto a mesas con tulipanes amarillos,
Retratos de familia y teteras vacías.
La sombra que caía
Con un olor a gato,
Despertaba ruidos en cocinas.
Un hombre silencioso estaba
Cerca de mí. Veía
La sombra de su largo perfil algunas veces
Asomarse abstraído al borde de la taza,
Con la misma fatiga
Del muerto que volviera
Desde la tumba a una fiesta mundana.
En los labios de alguno,
Allá por los rincones
Donde los viejos juntos susurraban,
Densa como una lágrima cayendo,
Brotó de pronto una palabra: España.
Un cansancio sin nombre
Rodaba en mi cabeza.
Encendieron las luces. Nos marchamos.
Tras largas escaleras casi a oscuras
Me hallé luego en la calle,
Y a mi lado, al volverme,
Vi otra vez a aquel hombre silencioso,
Que habló indistinto algo
Con acento extranjero,
Un acento de niño en voz envejecida.
Andando me seguía
Como si fuera solo bajo un peso invisible,
Arrastrando la losa de su tumba;
Mas luego se detuvo.
“¿España?”, dijo. “Un nombre.
España ha muerto”. Había
una súbita esquina en la calleja.
Le vi borrarse entre la sombra húmeda.
No podría decir por qué “Impresión de destierro” es mi poema favorito de Luis Cernuda. Tal vez porque es un bello poema, quizá porque tiene coherencia... Simplemente porque me gusta. JOSÉ HIERRO
Quisiera estar solo en el sur
Quizá mis lentos ojos no verán más el Sur
De ligeros paisajes dormidos en el aire,
Con cuerpos a la sombra de ramas como flores
O huyendo en un galope de caballos furiosos.
El sur es un desierto que llora mientras canta,
Y esa voz no se extingue como pájaro muerto;
Hacia el mar encamina sus deseos amargos
Abriendo un eco débil que vive lentamente.
En el sur tan distante quiero estar confundido.
La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta:
Su niebla misma ríe, risa blanca en el viento.
Su oscuridad, su luz son bellezas iguales.
A mí se me ha quedado sonando toda la vida un verso, “Quizá mis lentos ojos no verán más el sur”. Traté a Cernuda antes de la guerra. Mi recuerdo de él es distante y esquivo. Releyéndole, veo a ese mismo hombre con su exiliada amargura y una obra sostenida en un tono de rebeldía, angustia y melancolía. “Tantos años vividos/ En soledad y hastío, en hastío y pobreza/Trajeron tras de ellos esta dicha,/Tan honda para mí, que así ya puedo/Justificar con ella lo pasado”. Entre la mucha pena de su obra, estas líneas suponen un alivio: “Para esto vine al mundo, y a esperarte:/Para vivir por ti, como tú vives/Por mí, aunque no lo sepas,/Por este amor tan hondo que te tengo”. JOSÉ ANTONIO MUÑOZ ROJAS
Góngora
El andaluz envejecido que tiene gran razón para su orgullo,
El poeta cuya palabra lúcida es como diamante,
Harto de fatigar sus esperanzas por la corte,
Harto de su pobreza noble que le obliga
A no salir de casa cuando el día, sino al atardecer, ya que las sombras,
Más generosas que los hombres, disimulan
En la común tiniebla parda de las calles
La bayeta caduca de su coche y el tafetán delgado de su traje;
Harto de pretender favores de magnates,
Su altivez humillada por el ruego insistente,
Harto de los años tan largos malgastados
En perseguir fortuna lejos de Córdoba la llama y de su muro excelso,
Vuelve al rincón nativo para morir tranquilo y silencioso.
Ya restituye el alma a soledad sin esperar de nadie
Si no es de su conciencia [...]
Pero en la poesía encontró siempre, no tan sólo hermosura, sino ánimo,
La fuerza del vivir más libre y más soberbio,
Como un neblí que deja el puño duro para buscar las nubes
Traslúcidas de oro allá en el cielo alto.
Ahora al reducto último de su casa y su huerto le alcanzan todavía
Las piedras de los otros, salpicaduras tristes
Del aguachirle caro para las gentes
Que forman el común y como público son árbitro de gloria.
Ni aun esto Dios le perdonó en la hora de su muerte.
Decretado es al fin que Góngora jamás fuera poeta,
Que amó lo oscuro y vanidad tan sólo le dictó sus versos.
Menéndez y Pelayo, el montañés henchido por sus dogmas,
No gustó de él y le condena con fallo inapelable.
Viva pues Góngora, puesto que así los otros
Con desdén le ignoraron, menosprecio
Tras del cual aparece su palabra encendida
Como estrella perdida en lo hondo de la noche,
Como metal insomne en las entrañas de la tierra.
Ventaja grande es que esté ya muerto
Y que de muerto cumpla los tres siglos, que así pueden
Los descendientes mismos de quienes le insultaban
Inclinarse a su nombre, dar premio al erudito,
Sucesor del gusano, royendo su memoria.
Mas él no transigió en la vida ni en la muerte
Y a salvo puso su alma irreductible
Como demonio arisco que ríe entre negruras.
Gracias demos a Dios por la paz de Góngora vencido;
Gracias demos a Dios por la paz de Góngora exaltado;
Gracias demos a Dios, que supo devolverle (como hará con nosotros),
Nulo al fin, ya tranquilo, entre su nada.
Tengo en común con Cernuda admirar a Góngora más que a cualquier otro poeta hispánico anterior a la poesía contemporánea. La caracterización humana, psicológica y estética que de Góngora hace Cernuda es una retadora trasposición de su propia personalidad y de su idea del poeta como tal y como personaje. Esa exposición está llevada a cabo con una capacidad poco frecuente de desvelar la actualidad que lo pretérito encierra. Con frecuencia la etapa de madurez de Cernuda impresiona más por su rigor moral y por sus ideas que por la ejecución poética; pero en este caso todo raya a la misma altura. Si el poema respira agresividad e intransigencia lo compensa con su categoría ética e intelectual incomparable. El ideal gongorino de belleza absoluta halla aquí un uso equivalente en un ideal de veracidad absoluta. PERE GIMFERRER
1936
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros,
Cuando asqueados de la bajeza humana,
Cuando iracundos de la dureza humana:
Este hombre solo, este acto solo, esta fe sola.
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.
En 1961 y en ciudad extraña,
Más de un cuarto de siglo
Después. Trivial la circunstancia,
Forzado tú a pública lectura,
Por ella con aquel hombre conversaste:
Un antiguo soldado
En la Brigada Lincoln.
Veinticinco años hace, este hombre,
Sin conocer tu tierra, para él lejana
Y extraña toda, escogió ir a ella
Y en ella, si la ocasión llegaba, decidió apostar su vida,
Juzgando que la causa allá puesta al tablero
Entonces, digna era
De luchar por la fe que su vida llenaba.
Que aquella causa aparezca perdida,
Nada importa;
Que tantos otros, pretendiendo fe en ella
Sólo atendieran a ellos mismos,
Importa menos.
Lo que importa y nos basta es la fe de uno.
Por eso otra vez hoy la causa te aparece
Como en aquellos días:
Noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
A través de los años [...]
Cernuda sigue obsesionado por España en sus últimos años de exiliado. Este poema es una reflexión amarga sobre sus vivencias que combina rechazo y nostalgia. El encuentro con un viejo combatiente le trae el recuerdo de la Guerra Civil, y la ve como una causa digna de la entrega generosa que movió al brigadista. Es la reconciliación con una ilusión derrotada. Escrito en el estilo prosaico que caracterizó la parte final de su obra, es un canto a quienes lo entregaron todo y lo perdieron todo en defensa de algo movidos sólo por una exigencia ética. Es en la derrota donde resplandece con más brillo la grandeza moral de quienes son capaces de redimir con su ejemplo el panorama de indignidad que el desengañado Cernuda contempla en su entorno. ÁNGEL GONZÁLEZ
Violetas
Leves, mojadas, melodiosas,
Su oscura luz morada insinuándose
Tal perla vegetal tras verdes valvas,
Son un grito de marzo, un sortilegio
De alas nacientes por el aire tibio.
Frágiles, fieles, sonríen quedamente
Con muda incitación, como sonrisa
Que brota desde un fresco labio humano.
Mas su forma graciosa nunca engaña:
Nada prometen que después traicionen.
Al marchar victoriosas a la muerte
Sostienen un momento, ellas tan frágiles,
El tiempo entre sus pétalos. Así su instante alcanza,
Norma para lo efímero que es bello,
A ser vivo embeleso en la memoria.
En este poema de Las nubes se reconoce plenamente la palabra de su autor: “Por lo callado de su ritmo,/Que deja un eco cuando se ha dicho”. “A cada idea, su forma”, pedía la preceptiva clásica y parece responder una necesidad de los lectores de hoy. Frente a los frescos labios humanos, bellos y apetecibles quizá, mas hechos a la mentira, las violetas no prometen nada que después traicionen. Esa verdad de su humilde presencia, de su dádiva colorista y olorosa, de su fragilidad entregada, supera el tópico de la efímera belleza de la flor, tantas veces equiparada con la brevedad de la vida humana, y la eleva a embeleso constante, a norma moral y estética, con una tersura de palabra pocas veces igualada en nuestra poesía, con un regusto final de herida en el alma que es como una vibración última de la cuerda, el soplo débil que fue tenue sonido en la madera. ANTONIO CARVAJAL
Despedida (de Poemas para un cuerpo)
La calle, sola a medianoche,
Doblaba en eco vuestro paso.
Llegados a la esquina fue el momento;
Arma presta, el espacio.
Eras tú quien partía,
Fuiste primero tú el que rompiste,
Así el ánima rompe sola,
Con terror a ser libre.
Y entró la noche en ti, materia tuya
Su vastedad desierta,
Desnudo ya del cuerpo tan amigo
Que contigo uno era.
En 1951, en México, Cernuda padece una de esas variantes emocionales que englobamos bajo el concepto de enamoramiento. Aquella historia tuvo su expresión en “Poemas para un cuerpo”, de Con las horas contadas. Ahí encontramos a un poeta maduro que asume la condición efímera del goce. A través de ese amor tardío Cernuda recupera de forma orgullosa un ideal defraudado. Si en Donde habite el olvido nos encontramos a un joven poeta dolorido ante el desplome de su ideal amoroso, en los Poemas... nos hallamos ante alguien que asume la encarnación de ese ideal desde una conciencia de soledad irreparable, ante alguien que toca un espejismo y que no confunde ese espejismo con la realidad, sino que se conforma con situarlo gozosamente en ella. FELIPE BENÍTEZ REYES
Peregrino
¿Volver? Vuelva el que tenga,
Tras largos años, tras un largo viaje,
Cansancio del camino y la codicia
De su tierra, su casa, sus amigos,
Del amor que al regreso fiel le espere.
Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas,
Sino seguir libre adelante,
Disponible por siempre, mozo o viejo,
Sin hijo que te busque, como a Ulises,
Sin ítaca que aguarde y sin Penélope.
Sigue, sigue adelante y no regreses,
Fiel hasta el fin del camino y tu vida,
No eches de menos un destino más fácil,
Tus pies sobre la tierra antes no hollada,
Tus ojos frente a lo antes nunca visto.
Con el tiempo, algunas de las máscaras de Cernuda me interesan menos: la del crítico de la vida española, la de quien convierte el poema en un ajuste de cuentas. Prefiero al intimista, al amoroso (el apasionado de su juventud y el viejo que intelectualiza su pasión). Cernuda, eterno desterrado, hizo de la poesía no sólo un consuelo de melancólicos, sino una religión, un sacerdocio y un martirio. Pocas veces un escritor ha enseñado, con tanta verdad, el orgullo necesario para un alto destino trágico. En Desolación de la quimera está “Peregrino”, un canto a la fidelidad hacia uno mismo, la aceptación de la fatalidad propia. Siempre me ha parecido el destilado de sabiduría vital de un anciano viajero senequista. CARLOS MARZAL
Nevada
En el Estado de Nevada
Los caminos de hierro tienen nombres de pájaro.
Son de nieve los campos
Y de nieve las horas.
Las noches transparentes
Abren luces soñadas
Sobre las aguas o tejados puros
Constelados de fiesta.
Las lágrimas sonríen,
La tristeza es de alas,
Y las alas, sabemos,
Dan amor inconstante.
Los árboles abrazan árboles,
Una canción besa otra canción;
Por los caminos de hierro
Pasa el dolor y la alegría.
Siempre hay nieve dormida
Sobre otra nieve, allá en Nevada.
Realicé la primera lectura de“Nevada” (de Un río, un amor) en 1963 en la falsilla de imágenes cinematográficas muy queridas: ciertos planos con montañas coronadas de nieve al fondo de cielos muy azules, en el western Raíces profundas, de George Stevens. Esos versos cobran un espesor añadido tras ser emparejados con otros de Borges que evocan la figura de R. W. Emerson en una estampa “bajo la nieve y el fulgor de Concord”. Pero también poseen connotaciones de saludable honestidad moral y candor de país nuevo, libre y autocrítico que hoy se ha perdido o está a punto de perderse. ANTONIO MARTÍNEZ SARRIÓN
Luis de Baviera escucha Lohengrin
Sólo dos tonos rompen la penumbra:
Destellar de algún oro y estridencia granate.
Al fondo luce la caverna mágica
Donde unas criaturas, ¿de qué naturaleza?, pasan
Melodiosas, manando de sus voces música
Que, con fuente escondida, lenta fluye
O, crespa luego, su caudal agita
Estremeciendo el aire fulvo de la cueva
Y con iris perlado riela en notas.
Sombras la sala de auditorio nulo.
En el palco real un elfo solo asiste
Al festejo del cual razón parece dar y enigma:
Negro pelo, ojos sombríos que contemplan
La gruta luminosa, en pasmo friolento
Esculpido. La pelliza de martas le agasaja
Abierta a una blancura, a seda que se anuda en lazo.
Los ojos entornados escuchan, beben la melodía
Como una tierra seca absorbe el don del agua.
Asiste a doble fiesta: una exterior, aquella
De que es testigo; otra interior allá en su mente,
Donde ambas se funden (como color y forma
Se funden en un cuerpo), componen una misma delicia.
Así, razón y enigma, el poder le permite
A solas escuchar las voces a su orden concertadas,
El brotar melodioso que le acuna y nutre
Los sueños, mientras la escena desarrolla,
Ascua litúrgica, una amada leyenda.
Ni existe el mundo, ni la presencia humana
Interrumpe el encanto de reinar en sueños.
Pero, mañana, chambelán, consejero, ministro,
Volverán con demandas estúpidas al rey:
Que gobierne por fin, les oiga y les atienda.
¿Gobernar? ¿Quién gobierna en el mundo de los sueños?
¿Cuándo llegará el día en que gobiernen los lacayos?
Se interpondrá un biombo, benéfico, entre el rey y sus ministros.
Un elfo corre libre los bosques, bebe el aire.
ésa es su vida, y trata fielmente de vivirla:
Que le dejen vivirla. [...]
Cernuda construyó su personalidad sobre un sentimiento de soledad y marginación que alcanza su máxima cota en su último libro, Desolación de la Quimera. Se sentía víctima (junto a Góngora, Larra o Lorca) del cainismo que consideraba inherente al ser de los españoles y a la lógica de la Historia de España, y del desprecio, la desconfianza y la hostilidad de sus compatriotas hacia todo lo distinto y superior. Para Cernuda, quien supera la mediocridad no tiene espacio en el mundo real y ha de exiliarse a un reino interior de belleza, sensibilidad y pensamiento propios. Por ello escogió como alter ego al rey Luis II de Baviera, recluso voluntario en suntuosos palacios vacíos y espectador único, en un teatro clausurado, de los ensueños heroicos wagnerianos. GUILLERMO CARNERO
Las ruinas
Silencio y soledad nutren la hierba
Creciendo oscura y fuerte entre ruinas,
Mientras la golondrina con grito enajenado
Va por el aire vasto, y bajo el viento
Las hojas en las ramas tiemblan vagas
Como al roce de cuerpos invisibles.
Puro, de plata nebulosa, ya levanta
El agudo creciente de la luna
Vertiendo por el campo paz amiga,
Y en esta luz incierta las ruinas de mármol
Son construcciones bellas, musicales,
Que el sueño completó.
Esto es el hombre. Mira
La avenida de tumbas y cipreses, y las calles
Llevando al corazón de la gran plaza
Abierta a un horizonte de colinas:
Todo está igual, aunque una sombra sea
De lo que fue hace siglos, mas sin gente.
Levanta ese titánico acueducto
Arcos rotos y secos por el valle agreste
Adonde el mirto crece con la anémona,
En tanto el agua libre entre los juncos
Pasa con la enigmática elocuencia
De su hermosura que venció a la muerte.
En las tumbas vacías, las urnas sin cenizas,
Conmemoran aún relieves delicados
Muertos que ya no son sino la inmensa muerte
anónima,
Aunque sus prendas leves sobrevivan:
Pomos ya sin perfume, sortijas y joyeles
O el talismán irónico de un sexo poderoso,
Que el trágico desdén del tiempo perdonara.
Las piedras que los pies vivos rozaron
En centurias atrás, aún permanecen
Quietas en su lugar, y las columnas
En la plaza, testigos de las luchas políticas,
Y los altares donde sacrificaron y esperaron,
Y los muros que el placer de los cuerpos
recataban.
Tan sólo ellos no están [...]
En este texto el poeta Cernuda está muy lejos del hombre Cernuda. Olvidados quedan el rencor, el agrio reproche contra casi el resto de la humanidad -que siempre pareció deberle algo-, la airada inventiva y el gesto soberbio. Aquí Cernuda aparta la cortina y mira más allá del entramado social que tanto lo enoja: el hombre deja de ser su vecino para adquirir una dimensión cósmica.
Ha atisbado, como su amado Hülderlin o como el Leopardi de “El infinito”, ese diáfano firmamento que es el vacío. Y esa toma de conciencia no le asusta, porque siente en la emoción que le brinda la noche que es posible ser feliz aun cuando se ha rozado con los dedos la laberíntica flor del sinsentido. Sí, esto es el hombre, y sin embargo, dulce, sagrada y misteriosa cae la noche, y es posible en su pecho descansar la frente. Cernuda se sabe tiempo en el tiempo, y de ese sentimiento de levedad apasionada arranca el noble vuelo de uno de sus poemas más emocionantes, el vuelo puro y generoso de la belleza, la única diosa que se aviene a salvarnos. VICENTE GALLEGO