David Robertson es un joven músico que se asoma con decisión al olimpo de las batutas prestigiosas. Como tarjeta de presentación de Robertson, este disco Bartók es ambivalente. El actual director de la Orquesta de Lyon, se nos presenta como un director de oído fino y cuidadoso con los detalles. Su Bartók está muy bien tocado y hace oír todo lo que está escrito en la partitura. Eficaz artesanía que se queda sin objeto, porque este Mandarín ni conmueve, ni horroriza, ni asusta, ni nada. La partitura, más que sonidos cifrados, contiene las instrucciones de un seísmo. El Mandarín es un episodio de vulcanismo musical, un caso de violencia espiritual. Se comprende que una interpretación tranquila, como ésta, resulte decepcionante. á. GUIBERT