En los últimos tiempos era su relato de fantasmas Otra vuelta de tuerca el que mantenía viva la llama del escritor en el audiovisual, con dos producciones de 2020 que explotaban los elementos más siniestros del relato: el filme homónimo de Floria Sigismondi, en el que los televisivos MacKenzie Davis (Halt and Catch Fire) y Finn Wolfhard (Stranger Things) se entregaban a los sustos, y La maldición de Bly Manor, serie de Mike Flanagan para Netflix que sí lograba conjugar el terror con el romanticismo inherente a la trama.ç

Ahora, con un par de semanas de diferencia, se estrenan en España dos filmes franceses de 2023 que parten del relato La bestia en la jungla, en donde un hombre y una mujer se encuentran diez años después de conocerse, cuando él le contó a ella que tenía la premonición de que en su destino aguardaba un evento catastrófico capaz de destruirlo.

Esta intuición condiciona la relación que mantendrán durante décadas, que no cruzará nunca el umbral de lo platónico. La bestia en la jungla a la que hace referencia el título no sería más que el miedo a entregarse al otro, que el miedo a amar.

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Ambas películas plantean puestas en escenas y soluciones narrativas posmodernas e impactantes, aportando al relato de Henry James reflexiones contemporáneas. En La bestia en la jungla, estrenada el 8 de marzo, Patric Chiha limita el escenario a una discoteca parisina, donde los intérpretes Anaïs Demoustier y Tom Mercier se encuentran en varias ocasiones entre 1979 y 2004.

La película funciona como representación de la evolución de la música de baile, del disco al techno, y también desde un punto de vista político-social, tratando eventos como la crisis del sida o los atentados del 11 de septiembre. Sin embargo, la compleja relación entre los protagonistas que planteaba la novela no acaba de cuajar.

Si la premisa de Chiha resulta extravagante, la del ya madurito enfant terrible del cine francés Bertrand Bonello (Niza, 1968), en un proyecto que debía protagonizar el trágicamente fallecido Gaspard Ulliel, es realmente intrincada y laberíntica.

Podríamos considerar el París del año 2044 como el presente del filme, un futuro en el que la Inteligencia Artificial ha tomado el control de la humanidad y anima a los ciudadanos a someterse a una operación de purificación de ADN que permita atenuar sus emociones, consideradas como una amenaza, y así poder optar a trabajos estimulantes.

La intervención permite a Gabrielle (Léa Seydoux) conectar con sus vidas pasadas para así deshacerse de los viejos traumas que contaminan su inconsciente. De esta manera, la película se desarrolla también en otros dos espacios temporales: el París de 1910, amenazado de terribles inundaciones, y el Los Ángeles de 2014, en donde tendrá lugar un terremoto. Gabrielle recuerda sus encuentros en estos momentos con Louis (George MacKay), pero si en la novela era él quien vivía obsesionado con la llegada de una catástrofe, en la película lo será ella.

El guion de Bonello funciona como una peculiar historia de las emociones. En 1910, el fragmento del filme más apegado a Henry James, vemos como los personajes, con la sutileza y el pudor propio de la época, las expresan. En 2014, nos reencontramos con Louis, que finalmente fue rechazado por Gabrielle en su anterior vida, convertido en un inquietante incel al que la represión de sus sentimientos le ha llevado a odiar a las mujeres. Y, finalmente, en 2044 vemos cómo las emociones desaparecen, conduciendo a la especie humana hacia una fría y uniforme soledad.

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Aunque cada uno de esto tiempos está construido a partir de un género –drama de época, thriller y ciencia ficción– y cuenta con sus propios terrores y códigos –por ejemplo, 1910 es el único capítulo rodado en 35 mm–, el éxito de una película tan compleja en su estructura, llena de fracturas y experimentos digitales, es que el melodrama funciona en todo momento, haciendo creíble esta historia de amor a través del tiempo que es profundamente fiel al mensaje de Henry James: amar es algo que da miedo.

Por último, como bien indica el prólogo en el que la voz de Bonello guía a su actriz protagonista ante un croma verde, The Beast (La bestia) es también un filme construido a mayor gloria de Léa Seydoux, que con su belleza atemporal y su seductora dicción –tanto en inglés como en francés– se presta a jugar sin concesiones, desarrollando además una envolvente química con el australiano George Mackay.