Rodrigo Sorogoyen lo vuelve a hacer en 'Los años nuevos': una serie 'de cine' radicalmente distinta
- Ideada junto a Sara Cano y Paula Fabra y protagonizada por Iria del Río y Francesco Carril, esta teleficción sobre nocheviejas de amor y desencanto se estrena este lunes en cines. Hablamos con los creadores.
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Óscar (Francesco Carril) y Ana (Iria del Río) se conocen en la Nochevieja de 2015. Ella, que cumple años el primero de enero, vive sumida en la inestabilidad. Él, que celebra su aniversario el 31 de diciembre, es un médico con la vida casi resuelta. Ahí arrancará una guadianesca relación sentimental que recorre una década jalonada por pasiones, desengaños, viajes y rutina y que siempre gira en torno al mismo momento: la Nochevieja de cada año.
El valor del nuevo proyecto del director Rodrigo Sorogoyen, creado junto a las guionistas Sara Cano y Paula Fabra, radica, antes que nada, en su atrevido planteamiento.
No es que su premisa argumental sea especialmente novedosa, ya fue explorada en su dimensión tanto romántica como temporal por un cineasta como Richard Linklater. Ni que su disposición elíptica la haga especialmente rupturista; pensemos, por ejemplo, en La mejor juventud (Marco Tullio Giordana, 2003). Es su estructura binaria, que abre la serie en canal cuando se alcanza su ecuador, y la combinación de este trío de elementos, lo que hace que esta miniserie se transforme en algo radicalmente distinto, nuevo.
Si en su primera mitad Los años nuevos se ajusta a los cánones del drama romántico, con sus respectivas etapas de romance, culmen y separación, es en su segunda parte, aquella que nos sitúa en la intemperie posterior a una ruptura, donde la propuesta coge vuelo.
De hecho, esa lógica dramática ha influido directamente en el lanzamiento de la serie, cuyos cinco primeros episodios llegan a los cines hoy mismo y a Movistar Plus + el próximo 28 de noviembre, mientras que la segunda parte se estrenará el 29 de noviembre en salas y el 12 de diciembre en la plataforma.
“Esa división surgió de manera natural. En una de las múltiples charlas que tuvimos con Movistar Plus + debatíamos sobre cómo lanzar la serie. ¿De dos en dos? ¿Primero cuatro episodios y luego uno cada semana? En esas conversaciones apostamos por esa presentación en dos partes porque nos dábamos cuenta de que funcionaba muy bien así, sobre todo porque hay un punto de inflexión dramático y narrativo total en la vida de los dos protagonistas. Es verdad que no era algo premeditado, que tuviésemos claro desde el principio. De hecho, se decidió cuando la serie ya estaba rodada”, explica Rodrigo Sorogoyen.
Registro naturalista
Óscar y Ana son los protagonistas de esta historia alejada de las férreas estructuras de género que Sorogoyen, siempre de la mano de Isabel Peña, venía aplicando en la mayoría de sus trabajos precedentes. Puliendo el estilizado realismo que ya asomaba en As bestas, ahora firma un relato que desprende una frescura y una naturalidad inéditas en su obra anterior.
“Con el tiempo he ido notando que esa era una tendencia hacia la que me iba aproximando, me refiero al gusto por improvisar con los actores, a ser menos rígido, a cambiar diálogos que sobre el papel estaban muy bien escritos pero que después, al trabajarlos con los actores, no terminaban de funcionar… Creo que As bestas ya se movía en registros muy naturalistas, pese a estar anclada a una estructura de thriller y está claro que Los años nuevos se mueve en unos códigos que casi te obligan a lanzarte en esa dirección”.
Para fijar esa pátina naturalista que baña todo el metraje ha sido necesaria la forja de una complicidad múltiple en la que intervienen las guionistas, los otros dos directores de la serie, David Martín de los Santos y Sandra Romero, y muy especialmente los actores, espléndidos Iria del Río y Francesco Carril.
Sorogoyen relata que, durante los ensayos, cambiaban “palabras que no se ajustaban buscando siempre ser lo más realistas y lo más verosímiles posible”. A raíz de esos cambios, añade, “los nuevos guiones para los capítulos posteriores ya tenían en cuenta toda esa serie de matices que iban apareciendo en los ensayos”.
En ese sentido, la elección de los intérpretes fue decisiva. “Iria venía con el pack”, explica el director de El reino, pero la incorporación de Francesco Carril no se produjo hasta más adelante. “Yo no lo recuerdo, pero ellas me dicen que al principio del proyecto sugerí el nombre de Francesco. Aún así hicimos un casting y vimos a muchos actores, porque era indispensable para la serie ver si había química con Iria. Un actor puede ser muy bueno, pero si no había entendimiento entre ambos, no había serie. Llegó Francesco y ya desde el principio de la prueba vimos clarísimo que era él”.
Su elección resultó determinante, también, para el desarrollo de los guiones. Paula Fabra señala que Carril se sumó al proyecto cuando aún faltaban más de la mitad de los capítulos de la serie por escribir: “Eso nos permitió incorporar su manera de hablar, utilizar en la escritura todas aquellas cosas que el propio actor nos daba”. Y eso que, tal y como revela la guionista, “a priori, Francesco no tenía nada que ver con el Óscar que habíamos imaginado. Eso sí, terminó siendo mucho mejor de lo que teníamos en mente”.
Esa idea de realismo trasciende, sobre todo en la segunda parte, la mera relación sentimental para dibujar un microcosmos más amplio que denota un cuidadísimo trabajo tanto en el perfil de los personajes secundarios como del contexto.
“Lo que a mí me pasado con esta historia, es que, al principio, creía que estábamos hablando de lo que le sucede a una pareja a lo largo de diez años. Poco a poco me fui dando cuenta de que la serie ganaba en entidad precisamente porque no trataba únicamente del amor entre dos personas, sino de la vida que les rodea a ambos, ya sea juntos o por separado. Eso me pareció muy bonito. Pero no estaba todo diseñado. Son cosas que hemos ido encontrando”, revela Sorogoyen.
Sara Cano apunta: “Había algunas cosas previstas, la estructura general estaba más o menos clara, pero al ir escribiendo nos dimos cuenta de que la vida se iba filtrando, de que la serie se iba abriendo y eso era algo de lo que al principio no éramos tan conscientes”.
“Se trataba –remarca la guionista– de dar cuerpo a una serie de personajes que acompañan la historia central y de hacerlo con muy pocas pinceladas y en muy pocas escenas. Sobre todo, porque siempre hemos tenido claro que esta era la historia de una pareja, pero también la de sus vidas. Hicimos un gran esfuerzo, ya en el primer capítulo, por perfilar a todos y cada uno de los personajes. De hecho, hemos regresado constantemente a ese primer episodio, porque ha habido cosas sobre determinados personajes que hemos ido descubriendo después y que hemos tenido que incluir en ese inicio porque no estaban”.
“Lo importante –apostilla Sorogoyen– es que hablamos de personajes que cambian, que han madurado en ciertos aspectos y en otros no, porque al final de lo que queríamos hablar es de cómo te va cambiando la vida, y de cómo vas cambiando tú con respecto a la vida”.
Los tres asumen que la primera parte es más clásica: “Las dinámicas de esa relación de pareja son las que nos van haciendo avanzar capítulo a capítulo. Cuando eso se rompe, se abren un montón de posibilidades inexploradas. Fue un privilegio poder contar cómo estaba cada uno de ellos sin el otro y, al mismo tiempo, poder reflejar cómo para ambos la figura del otro sigue siendo necesaria”.
Ninguno de los tres alberga dudas sobre sus preferencias. Sorogoyen se erige en portavoz: “Sobre esto hemos de decir, y lo decimos de manera alta y clara, que la segunda parte de la serie tiene mucho más peso. Es nuestra mitad favorita”.
Esa trabajada espontaneidad que se observa en el desarrollo de los lazos familiares o el detallismo con el aparecen retratados temas como la precariedad, se traslada, también, a una puesta en escena muy orgánica. Aun así, el director de Qué dios nos perdone no renuncia a su apego por el plano secuencia, aquí empleado antes como recurso dramático que como demostración de sus habilidades técnicas.
Un plano para la ruptura
Al final del quinto episodio, una larga toma en continuidad que recuerda al episodio 'La cena' de Master Of None, nos muestra a Óscar y Ana viajando en el taxi que les ha de llevar al aeropuerto de Berlín. Se trata de un plano fijo cuya composición anuncia el estallido de una dolorosa ruptura.
“Sabíamos que iba a ser una escena muy larga, pero no tenía previsto que fuera un plano secuencia. La idea general era que todo el capítulo quinto iba a tener una planificación muy estanca, poco dinámica, porque lo que quería era reflejar la rutina, el aburrimiento, que a veces consume a las parejas. Sabíamos que esa escena tenía lugar en un taxi y eso ya limitaba las posibilidades de planificación. Creo que elegí la solución que mejor se adaptaba al tono general y al lenguaje de ese episodio, en el que predominan las tomas largas. Y después está esa separación que viene dada por el hecho de tener a los dos actores en plano con ese muro entre ambos que forma el asiento central del taxi que le permite al espectador percibir cómo de alejados están el uno del otro en ese momento”.
De ese uso puntual pasamos al capítulo final, rodado casi íntegramente en plano secuencia. “Es evidente que el plano secuencia me fascina, creo que juega a favor de obra siempre que el guion y los actores lo pidan. Desde el principio tuvimos claro que el último capítulo iba a ser en tiempo real y, ya que iba a ser así, mejor hacerlo en plano secuencia. Pero no es solo una cuestión de gusto, me parece que forma parte de la evolución lógica y natural de lo que estamos contando. A nivel narrativo y a nivel de tono, es coherente. Cada vez nos hemos ido adentrando más en sus vidas, en su intimidad, les hemos visto haciendo cosas muy rutinarias, hemos ido estirando esos tiempos muertos, esos silencios, así que nos parecía lógico rodarlo en continuidad para captar todos esos matices. Para mí tiene mucho sentido”, aclara Sorogoyen.
Esa manera de concebir las imágenes podría ser una de las razones que ha llevado a que la serie se estrene en salas. “Hay varias razones –apunta el director–, pero entre ellas una muy poderosa que es que cada vez que la veíamos en pantalla grande, y es algo que se vio claramente en el Festival de Venecia, percibíamos que el impacto emocional de la serie era mayor. Puede que esa sensación proceda de un cierto miedo, de querer que emocione y de que conecte al máximo con los espectadores, pero creo firmemente que muchas series de televisión que la gente ve en una tablet o en un móvil se benefician de la experiencia cinematográfica y se perciben de manera totalmente distinta”.
“Mentiría si dijera –concluye– que cuando empezamos a rodar la serie lo hicimos pensando en estrenarla en un cine. Teníamos en la cabeza que eso podía ocurrir únicamente en un marco de un festival, como ocurrió con Antidisturbios. Siempre sueñas con eso y conforme vas viendo que la historia funciona, inmediatamente piensas en estrenarla en salas. Otra cosa es si este puede ser el camino a seguir. La verdad, me encantaría que así fuera. Creo que, como espectador, y pienso que esta es una idea compartida por mucha más gente, disfrutaría más de muchísimas series en pantalla grande que viéndolas en casa. Y pienso que ayudaría a fomentar la asistencia a las salas de cine”.