This is a man's world
Sofía Castañón ha hecho un documental necesario, imprescindible, que debería ser de visionado obligatorio en muchos lugares diferentes. Movida por su propia experiencia personal como poeta joven que comienza a publicar y accede a algunos lugares prestigiosos, como la Residencia de Estudiantes, decide preguntar a unas cuantas poetas por su experiencia como mujeres que participan en los “ambientes poéticos”, dominados por hombres, y reunir ese material en el muy pensado, con mucha carga de fondo, Se dice poeta.
En este documental se ponen primero sobre la mesa algunos asuntos evidentes: si hay (ahora ya sí) tantas mujeres como hombres escribiendo poesía, ¿por qué son hombres los que copan antologías, críticas, festivales, y todos los etcéteras que uno se pueda imaginar? Se atacan luego ciertos tópicos de la poesía “femenina”, como el hecho tan habitual de reducir la aportación de las mujeres a la incorporación del cuerpo a la lírica (en la honda de Plath y Sexton), algo que, sí, es cierto, pero ni resume, ni es el mayor logro de las mujeres poetas, ni desde luego el único.
En un cierto momento se pone el dedo en la llaga de la educación y el canon. ¿Hay que añadir más mujeres a las listas de lecturas obligatorias? Desde luego, una reescritura teniéndolas en cuenta es inevitable, pero sobre todo, e incluso diría uno más importante que eso, es que se explique (desde el colegio) la subyugación a la que las mujeres han estado sometidas hasta el anteayer de la historia, explicando así por qué casi el 100% de los nombres que estudiamos en la escuela son de hombres. Explicar desde niños de qué modos se ha subalternizado a la mujer, de qué maneras se sigue haciendo, para conseguir un cambio efectivo y real que estamos lejos de conseguir. Claro que ahora hay más mujeres en todas las esferas de la sociedad; pero siguen teniendo que enfrentarse a retos y miradas equivalentes a las que las poetas reunidas por Sofía Castañón resumen en su documental.
No quiero destriparlo mucho, porque este documental es una de esas obras que no hay que contar: hay que verlo, escucharlo, y reflexionar. Aprende uno de Yolanda Castaño, Vanessa Gutiérrez, Sonia San Román o tantas otras tanto como aprende uno leyendo sus libros. La conclusión de la mayoría de ellas es tan modesta como espeluznantemente obvia: las mil maneras de reducir, subyugar a las mujeres se han vuelto tan omnipresentes que se han hecho invisibles. Esta sociedad nos convierte a todos en trogloditas desde la escuela. Aprendemos a tratar a unos y otras de ciertos modos, a hacer ciertos chistes, a fijarnos en ciertas cosas, a mezclar el sexo cuando viene a cuento y cuando no viene. Desactivar eso es trabajo de todos, y no es fácil, porque, como ellas dicen, muchas de esas cosas son invisibles. Miriam Reyes habla de una presentación de una poeta en la que el presentador la destacó como la poeta más guapa de su ciudad.
¿Hay de veras quien no se da cuenta de que eso está lejísimos de ser un elogio o una cortesía? Haylo. Vanessa Gutiérrez está convencida de que si un hombre hubiera firmado un libro como el suyo, titulado La cama, nadie le hubiera echado en cara la ocasión perdida de abordar el tal mueble desde un punto de vista más atlético. Y tiene toda la razón. Todos somos machistas, porque nos enseñaron a serlo y el mundo está construido de esa manera. Que la situación de la mujer haya cambiado mucho en las últimas décadas no quiere decir que no falte mucho por hacer. En nuestro ámbito, en editoriales, periódicos, festivales, etc, bastaría, como dicen ellas, con pensar en ello antes de tomar decisiones. Dejarlas de lado forma parte del piloto automático. Ya va siendo hora de desactivarlo. Qué digo desactivarlo: arrancarlo, tirarlo al suelo y destrozarlo. Lo dice uno que, viendo lo que ellas han escrito y están escribiendo, se siente cada vez más parte de una especie en peligro de extinción. Ojalá sea verdad, y sea uno capaz de colaborar a ello.