La irresistible ambigüedad de Cary Grant
Los personajes del gran seductor no son héroes de un solo rostro, sino figuras equívocas que se transforman una y otra vez
Cary Grant ha pasado a la historia como un gran seductor. Aunque se retiró en 1966, con solo sesenta y dos años, su hechizo no ha declinado. ¿Cuál es su secreto? O dicho de otro modo: ¿por qué se ha convertido en un mito? Quizás por su ambigüedad. Sus personajes no son héroes de un solo rostro, sino figuras equívocas que se transforman una y otra vez. Nunca sabemos quiénes son realmente, qué esconden detrás de su apariencia amable y elegante.
En Charada (Stanley Donen, 1963), Cary Grant es Brian Cruikshank (alias Peter Joshua, alias Alexander “Alex” Dyle, alias Adam Canfield). Hasta el final, no conocemos su verdadero nombre ni a qué se dedica realmente. La ambigüedad de los personajes de Cary Grant resquebraja la idea de que un ser humano posee un “yo” estable y definido. En realidad, cada individuo es una constelación de sentimientos, impulsos y deseos. La paradoja no es un rasgo accidental de la naturaleza humana, sino un aspecto esencial, pero suele ocultarse para no alterar o cuestionar los estereotipos. El equilibrio social depende de esa omisión deliberada.
Brian Cruikshank es un agente de la CIA, pero se hace pasar por hombre de negocios, ladrón y hermano afligido de un difunto. Supuestamente, finge ser otro para ocultar su condición de espía, pero sus mentiras nos sugieren que el concepto de identidad es un simple impostura. Según Pausanias, en el templo de Apolo en Delfos había una inscripción que decía: "Conócete a ti mismo".
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¿Es posible o se trata de una misión irrealizable? ¿Quién es realmente Roger O. Thornhill, el personaje que interpreta Cary Grant en Con la muerte en los talones (Alfred Hitchcock, 1959)? ¿Un ejecutivo publicitario o un hombre astuto y valiente con un talento innato para sobrevivir al peligro? En Arsénico por compasión (Frank Capra, 1944), ¿quién es Mortimer Brewster, soltero impenitente y escritor de best-seller? ¿Un oportunista que escribe contra el matrimonio o un recién casado que sueña con la vida hogareña? ¿Un auténtico Brewster o un huérfano adoptado por dos viejecitas compasivas que fingen ser sus tías?
La ambigüedad no es solo un rasgo de Mortimer, sino una inquietante característica de sus benefactoras, dos envenenadoras a las que el vecindario considera un ejemplo de civismo y generosidad. En el sótano de su casa hay trece cadáveres enterrados, pero todo el mundo considera que ese hogar irradia bondad.
El estilo interpretativo de Cary Grant no nos hace dudar tan solo del principio de identidad. Además, nos sitúa en el terreno de la ambigüedad moral.
La ambigüedad de los personajes de Cary Grant resquebraja la idea de que un ser humano posee un “yo” estable y definido
En Sospecha (Alfred Hitchcock, 1941), se pone en la piel de Johnnie Aysgarth, un playboy que se casará con la tímida y no muy atractiva Lina McLaidlaw (Joan Fontaine), con la intención de vivir a su costa. Aficionado a las apuestas, cometerá un desfalco para pagar sus deudas y, aparentemente, planeará asesinar a su esposa. Cuando le lleva un vaso de leche a la cama, todo sugiere que está envenenándola. En realidad, su propósito no es matarla, sino suicidarse, pero su conducta no puede ser más inquietante. Su encanto parece una máscara concebida para ocultar una absoluta falta de escrúpulos.
Al parecer, Hitchcock pretendía que Aysgarth fuera realmente un asesino, pero la productora no lo consintió, pues habría arruinado la imagen de Cary Grant. Personalmente, la falta de escrúpulos de Aysgarth me horroriza menos que la frialdad de T. R. Devlin, un agente secreto que en Encadenados (Alfred Hitchcock, 1946) utiliza a Alicia Huberman (Ingrid Bergman) para infiltrarse en una organización neonazi establecida en Brasil. A pesar de sentirse atraído por ella, consiente que se case con Alexander Sebastian (Claude Rains), un peligroso magnate fascinado por Hitler, asumiendo que es el coste inevitable de una operación orientada a desmantelar una conspiración.
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La ambigüedad moral de los personajes de Cary Grant arroja sombras sobre nuestra concepción del bien y el mal. Aysgarth parece un malvado, pero despierta nuestra simpatía. Es alegre, ocurrente, extrovertido. ¿Puede el encanto movilizar una indulgencia inmerecida? ¿Acaso Alber Speer, el arquitecto de Hitler, no se salvó de la pena capital gracias a que se comportaba como un caballero y hablaba un inglés impecable? ¿Están sujetos los juicios morales a emociones superficiales y poco edificantes? Devlin es cínico e impasible, pero está en el bando correcto. Aunque exige algo inmoral, tendemos a disculparlo porque trabaja para una buena causa. ¿No es cierto que actúa de un modo maquiavélico? ¿Puede un fin justo excusar métodos crueles? ¿Es el bien una noción elástica y relativa?
En Atrapa a un ladrón (Alfred Hitchcock, 1955), Cary Grant es John Robie, un sofisticado ladrón de joyas. Sus delitos nos parecen totalmente excusables, pues sus víctimas solo son millonarios que pueden reponer los bienes sustraídos. ¿No dijo Proudhon que la propiedad es un crimen? En cierto sentido, Robie parece un justiciero. No es Robin Hood, pues no reparte el botín entre los pobres, pero humilla a los ricos y poderosos, lo cual siempre es gratificante. Gracias a sus audaces golpes, descubrimos que los privilegios, a menudo injustos, no son inviolables.
Hitchcock pretendía que Aysgarth fuera un asesino en 'Sospecha', pero la productora no lo consintió, pues habría arruinado la imagen de Cary Grant
En el terreno sexual, los personajes de Cary Grant también son ambiguos. En La fiera de mi niña (Howard Hawks, 1938), David Huxley es un paleontólogo con una rutina apacible, pero Susan Vance (Katharine Hepburn), una alocada joven de la alta sociedad, le apartará de su trabajo y, entre otras cosas, le despojará de su ropa, obligándole a ponerse una bata de mujer. Cuando la tía de Susan, una filántropa, le pregunta por qué se ha vestido así, da un salto y contesta: “Porque me he vuelto marica”. En España, el doblaje cambió la frase, sustituyendo “marica” por “loco”.
En La novia era él (Howard Hawks, 1949), Grant da vida a Henri Rochard, un capitán de los servicios de contraespionaje francés que se enamora de Catherine Gates (Ann Sheridan), teniente del ejército norteamericano. Tras casarse con ella, se hará pasar por mujer para poder viajar a los Estados Unidos como cónyuge de un militar. Se ha escrito mucho sobre la homosexualidad de Cary Grant. En algunos lugares se afirma que ejerció la prostitución masculina. Otros aseguran que era bisexual. Los doce años que convivió con Randolph Scott sugieren un idilio y no mera camaradería. Marlene Dietrich compartió lecho con Cary Grant y cuando le pidieron que calificara la experiencia, respondió: “Suspenso. Demasiado marica”.
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Con un gran sentido del humor, el actor comentó en una ocasión: “Todo el mundo quiere ser Cary Grant. Incluso yo quiero ser Cary Grant”. Tal vez ese deseo nace del anhelo de liberar todas las personalidades que se agitan en nuestro interior. Cary Grant es un mito porque fue sucesivamente un seductor, un galán, un espía, un aviador, un buscavidas, un borracho, un ejecutivo, un ladrón, un travesti y unas cuantas cosas más. La ambigüedad no es un vicio, sino una forma de vivir otras vidas y Cary Grant, maestro del claroscuro, nos ayudó a comprender que para ser uno mismo, hay que tener el coraje de ser otro. O, mejor aún, otros.