Wolfram Ullrich
O. T. (Orange), 2004
Cada obra de Wolfram Ullrich (1961) funciona por sí misma como elucidación de una porción del misterio de las vanguardias del siglo pasado (fundamentalmente el constructivismo) y como análisis de su legado, donde juegan un importante papel la geometría, los colores básicos y planos, la investigación visual y las categorías de luz y sombra. Se trata de esculturas que ven acentuadas su masa, relieve, color y forma al estar colgadas en el muro como pinturas. La relación de la pieza con el muro (o, en otras ocasiones, con el suelo) tiene, de hecho, una importancia fundamental ya que éste sirve como plano en el que se define su frontera mediante la sombra y, por ello, su entidad. Pero, además, el muro es la red que relaciona cada unidad con las otras, una especie de fluido por el que transitan las ondas que las conectan. Así, cada escultura emite un discurso preciso y determinado, una duración, pero a la vez funciona como segmento que adquiere mayor sentido dentro del conjunto, parte de una composición que vibra y suena en sus encadenamientos, confluencias y disonancias, en una suerte de sinfonía plástica de tonos puros que resuena y envuelve pero se encuentra detenida, suspendida en el tiempo. Con un cuidadísimo montaje expositivo, el artista alemán presenta de esta manera en Madrid unas nuevas piezas que prolongan el perfil de su trabajo anterior. Sin perder su habitual sutileza, éstas se tornan más incisivas y expresivas en la reflexión ya anteriormente vertida acerca de la idea del límite y la separación entre partículas y añaden, con impetuosa calma, un testimonio sobre la posibilidad de encuentro entre realidades distintas y la semejanza en la diferencia que puede entenderse como una propuesta que desborda el terreno de la plástica.