Los tesoros de Amberes
A la izqda., Peter Neefs I: Interior de una Iglesia. Cobre, 35 x 49. En el centro, Rubens: Santa Teresa de Ávila intercediendo por el alma de Bernardino de Mendoza. A la dcha., Gysbrecht Lytens: Paisaje de Invierno.
Para la pintura flamenca del siglo XVII, el Museo de Amberes es como un hermano menor del Prado, con muchas obras vinculadas a las de Madrid. La excelente exposición en las salas de Caja Duero en Salamanca reúne 44 cuadros venidos de Amberes y, en su mayoría, nunca vistos en España, entre ellas algunas piezas maestras de Rubens, Jordaens o Brueghel, y una amplia muestra de la riqueza de los géneros pictóricos y la excelente calidad de los maestros menores.
La segunda sala reúne las escenas de violencia. La violencia noble, heroica, sublime, celebrada en las imágenes oficiales, y la violencia cotidiana, condenada en la pintura de género. De la primera serían ejemplos un espléndido boceto de Rubens de Minerva hiriendo a un monstruo (La Prudencia aplastando a la Rebelión) o una alegoría de la toma de Valenciennes, donde los generales españoles y franceses aparecen retratados a un lado y otro como en la fotografía de un torneo deportivo. El contrapunto de la agresión ritualizada y elegante es la crueldad de unas escenas casi periodísticas de la vida cotidiana: los soldados saquean una aldea, los bandidos asaltan y degöellan a los viajeros de una diligencia, un borracho mata a un joven en una taberna.
En la tercera sala encontramos el resto de la vida, retratada a través de los diversos géneros. La pintura de los Países Bajos conoció una proliferación sin precedentes de géneros y subgéneros; no sólo el retrato, el paisaje, la naturaleza muerta, sino especialidades mucho más limitadas: el retrato familiar, el interior de iglesia, el paisaje invernal, la escena de caza, la guirnalda de flores en torno a la imagen de la Virgen… Aquí tenemos, por ejemplo a Pieter Neefs I, el principal pintor flamenco de interiores de iglesias, que pinta el espacio diáfano de una catedral inspirada en la de Nuestra Señora de Amberes. Pieter van Bredal retrata el mercado de bueyes en una plaza de Amberes donde hoy (según me explica el comisario de la exposición, Nico van Hout) se reúnen, como antes el ganado, los estudiantes. Pieter Gysels (un seguidor de Jan Brueghel) nos ofrece una kermesse en una villa de Brabante, con todos los placeres de un día de fiesta al aire libre: la alegría de comer y beber, jugar y bailar, ver actuar a los comediantes y ver llegar la carroza de un gran señor. Otros, como el rubensiano Jan Wildens, buscan la felicidad lejos de la ciudad, en el idilio pastoral a orillas de un río, bajo los altos árboles reunidos en un delicado bouquet. Y en contraste con ese eterno verano, la desolación invernal de Gysbrecht Lytens, que prefigura ciertos nocturnos de Caspar David Friedrich.
La pintura de los Países Bajos, y más aún en el Barroco, fue un canto de amor a la abundancia, a la opulencia, con sus formas hinchadas y sus colores vivos: las aves exóticas de Jan Van Kessel I, los trofeos de caza de Jan Fyt, los perros y perdices de Paul de Vos, los bodegones de frutas de Frans Snyders y David de Coninck, frutas abiertas exhibiendo su jugosa pulpa. Junto a estos maestros conocidos, hasta los nombres más oscuros nos reservan sorpresas, como esa Clara Peters cuya obra empieza a ser ahora mejor conocida y valorada, de quien hay en el Museo del Prado una mesa con dulces, y que aquí nos ofrece un plato muy distinto, de relucientes pescados y mariscos.