Marc Chagall, el último artista que pintó la Biblia
Espiritual, onírico, único, la Fundación Mapfre dedica una exposición a uno de los grandes nombres del arte del siglo XX.
3 febrero, 2024 01:37Además de los aniversarios, de uno o más artistas cada año, museos y fundaciones se retroalimentan de retrospectivas que a partir de una década se considera pertinente dedicar a los próceres del arte, sea clásico o contemporáneo, en beneficio de las jóvenes generaciones. Ya que, para el resto, para la mayoría, a pesar de las variaciones, con tal reiteración le sea difícil volver a sentir una vez más la intensidad del impacto de antaño y la curiosidad ante los archipiélagos ignotos que achicamos con el estudio motivado por tal o cual artista. A eso le llamo "el rodillo" en la programación, tan acaparada por estas respetables revisitaciones que apenas dejan espacio a otras incorporaciones al canon.
Cada cierto tiempo, las orientaciones metodológicas de la historia del arte cambian, empero, generalmente sin afectar al canon establecido. Por lo que "el rodillo" vuelve a imponerse, pero ahora con una suerte de nuevo impulso y aire de renovación. Por ejemplo, la última vez que escribí aquí sobre Marc Chagall (1887-1985) fue en 2012, con ocasión de la más amplia y completa retrospectiva que ocupó dos sedes, el Museo Thyssen y la Casa de las Alhajas.
Y como no podía ser menos, expresaba mi admiración por la obra del "judío errante que mantuvo su simpatía inquebrantable por el lado bueno de la humanidad y el poder renovador del humor, de la libertad y del amor". Siguiendo la orientación netamente formalista de aquel proyecto curatorial, se trataba entonces de indagar en su originalidad junto a las confluencias y contrastes en la intersección de los ismos vanguardistas.
Nocturnas y luminosas, sus imágenes siguen pareciendo traslaciones directas de la cámara obscura de la fantasía
La orientación más reciente de acercar al público actual a los "genios" de la primera mitad del siglo XX a través de asuntos que están en el debate social actual, gracias a la que se nos ha ofrecido por ejemplo un Picasso cercano a la homosexualidad (Picasso 1906, en el Museo Reina Sofía), parece justificar la actual exposición Chagall. Un grito de libertad, centrada en su condición de judío y de exiliado: de la Rusia imperial y después bolchevique, luego del París ocupado por el nazismo.
A su vuelta de Nueva York en 1948 le es restituida su nacionalidad francesa y se instala en el sur, desde donde viaja y realiza grandes vidrieras para la catedral de Metz en 1959, en 1962 para la sinagoga del hospital Hadassah en Jerusalén y en 1964 para la ONU. Pioneras de los encargos monumentales en la última década de su vida son las vidrieras para la catedral de Reims, la capilla de Sarreburgo y la iglesia de San Esteban de Maguncia, en Francia y Alemania respectivamente.
Esta impronta religiosa de toda su etapa de madurez quedó explícita en 1973 con la inauguración en Niza del Musée National Message Biblique Marc Chagall (actualmente solo Musée National Marc Chagall), con el que se ha coproducido esta exposición de la Fundación Mapfre junto a La Piscine - Musée d’Art et d’Industrie André Diligent en Roubaix. Quizás fue el último gran artista de la modernidad especializado en la Biblia.
En concreto, gracias a la traducción del Archivo Marc e Ida Chagall de París por su directora Ambre Gauthier, comisaria de la muestra junto a Meret Meyer, todo el recorrido está volcado en el peso de su identidad judía, desde el folclore, la música o la literatura que absorbió en su juventud. Pasando por su madurez, cuando cada vez da más importancia a las metáforas bíblicas y tras el holocausto, identifica al cristo en la cruz como personificación de los seis millones de judíos masacrados por el nazismo. Hasta su última época, cuando aceptó el encargo monumental de decoración de la Knéset, el Parlamento israelí de Jerusalén, inaugurada en 1969. Nunca se declaró sionista. Por lo que no creo que la polémica desatada por el genocidio en la actual guerra en Gaza roce la apreciación de su figura ni de su obra.
[La abstracción lírica de Kandinsky]
Ahora sabemos que Marc Chagall, pintor, poeta y músico, desde muy joven se identificó con los profetas del Antiguo Testamento, libro sobre el que volvería una y otra vez a lo largo de su trayectoria. Y es realmente inquietante respecto al poder del discurso formalista de la historia del arte, que tanto la influencia de la cultura popular rusa, así como la importancia de las palabras y mensajes yidis que comienza a introducir en sus telas desde 1914, hayan sido entendidos hasta hace bien poco como meras estrategias estilísticas.
De hecho, a comienzos de los años cuarenta, cuando Chagall llega exiliado a Estados Unidos y todavía la interpretación modernista de Alfred Barr desde el MoMA no domina completamente el canon, las primeras exposiciones de Chagall son recibidas por la prensa con cierta frialdad, reconociendo la dificultad de su comprensión ante tal despliegue de bagaje de cultura judía, ajena para la mayoría de los estadounidenses.
Una anécdota significativa que alerta de la mistificación universalista de la que se ha valido el formalismo para laminar las motivaciones concretas de cada artista (“genio”) y en general, cualquier relación dialéctica, histórica y material, del arte con la vida.
Así que, otra vez, en esta exposición encontramos "todo Chagall", incluidos dibujos, maravillosos grabados, ilustraciones de libros, cerámicas y esculturas en piedra, a modo de estelas funerarias, la única figuración admitida en una cultura iconoclasta como la hebraica.
En esta exposición encontramos “todo Chagall”, dibujos, maravillosos grabados, ilustraciones, cerámicas y esculturas
Quizás los visitantes hallen en sus pinturas más rabinos, tablas de la ley y lámparas que en otras ocasiones. Tal vez un Chagall más dramático y sombrío, con una obra más apegada a los trágicos sucesos de una época a la que consiguió sobrevivir, a fuerza de una ética personal por la paz frente a la gravedad extrema de los hechos sociopolíticos.
Con todo, se impone su particular universo inefable y etéreo. Nocturnas y luminosas, sus imágenes me siguen pareciendo traslaciones directas de la cámara obscura de la fantasía. Recordaba los intensos azules, rojos y blancos como el cromatismo que definía la pintura saturada de este gran colorista. En esta ocasión, me han sorprendido los verdes. A menudo los usa para expresar la violencia y el miedo.