Así se transformó el hombre que metió la cabeza en un acelerador de partículas
Anatoli Bugorski debía haber muerto el 13 de julio de 1978. Es el único superviviente de un accidente de este tipo, que le dejó extrañas secuelas.
12 diciembre, 2017 04:02Noticias relacionadas
Basta el sentido común para advertir sobre el potencial riesgo de exponer cualquier parte de la anatomía humana a un potente acelerador de partículas y dejarse golpear por billones de protones. Sin embargo, los accidentes ocurren, como pudo comprobar Anatoli Bugorski el 13 de julio de 1978. La parte de su cuerpo afectada, además, fue especialmente delicada: la cabeza. El golpe de suerte dentro del infortunio fue que ha podido contarlo, recoge el portal Discover Magazine, pero arrastra secuelas tan sorprendentes como que la mitad de su cara no envejece.
Este accidente se produjo cuando Bugorski se encontraba realizando su tesis en el Instituto de Física de Alta Energía de Protvino (Rusia). Le tocaba realizar reparaciones en el sincrotrón U-70, el acelerador de partículas más potente del país en la época. Sin embargo, los mecanismos de seguridad fallaron y el aparato entró en funcionamiento antes de que Bugorski pudiera apartarse.
Un rayo concentrado de protones le atravesó literalmente la cabeza, penetrando por su coronilla y saliendo por su nariz. En aquél momento no le produjo dolor: describió la experiencia como un destello luminoso "más brillante que mil soles".
Una radiación mortal de necesidad
En total, la cantidad de radiación que entró en la cabeza del científico equivalía a 2.000 greys. Se trata de la unidad que mide la dosis absorbida de radiaciones ionizantes por parte de un determinado material. Un grey equivale a la absorción de un julio de energía por un kilogramo de masa de material irradiado. Sin embargo, debido a las colisiones que se produjeron entre las partículas, el total de radiación que llegó a afectarle fue de 3.000 greys. Y bastaría una dosis de 5 greys para matar a un ser humano.
Sin embargo, Bugorski sobrevivió, y fue llevado al hospital donde se mantuvo en observación. El pronóstico era pesimista: se comunicó a su familia que su muerte sería inminente. Pero no fue así, y por ello este hombre se convirtió en una oportunidad para la ciencia para poder estudiar más a fondo los efectos de la radiación sobre el ser humano.
Los protones que atravesaron la cabeza de Bugorski viajan a la velocidad de la luz, y tienden a romper las estructuras biológicas si se cruzan con ella. En este caso, los efectos no fueron letales, pero el lado izquierdo de la cara acabó pelado, hinchado y lleno de ampollas. Perdió audición en el oído izquierdo, quedando reemplazada por pitidos crónicos o tinnitus.
Las heridas en su cara terminaron sanando, pero los nervios habían quedado dañados sin remedio. Su rostro acabó quedando paralizado de forma progresiva tras el accidente, pero el efecto más llamativo se ha comprobado décadas después. En una fotografía reciente se pudo comprobar que la mitad izquierda de su rostro no ha envejecido como la derecha, careciendo de las arrugas fruto de la edad, algo que se nota especialmente en la frente.
Otras secuelas para Bugorski fueron la de sufrir convulsiones, por las que solicitó recibir medicación antiepiléptica, que le fue negada. Sufre asimismo episodios de fatiga mental, pero su capacidad intelectual no se ha visto mermada. Logró acabar su doctorado y continuó trabajando en el mismo lugar donde sufrió el accidente. Actualmente sigue residiendo en Protvino junto a su mujer e hijo.
¿Pero cómo pudo sobrevivir?
Teóricamente, la radiación es capaz de dañar el organismo humano rompiendo múltiples enlaces químicos, los mismos enlaces que mantienen unido el ADN y otras zonas de las células. Con una dosis suficiente, las células pierden su capacidad para dividirse y empiezan a morir sin dar lugar a una reposición. En consecuencia, los órganos acaban muriendo por falta de nuevas células.
Como síntomas iniciales tras una intoxicación por radiación destacan las náuseas y vómitos, mareos y dolores de cabeza. Además, la radiación es capaz de alterar las células sanguíneas, la serie blanca y serie roja, dando lugar a que sus niveles caigan exponencialmente. Por su parte, la piel puede enrojecerse e incluso dar lugar a ampollas, como le sucedió a Bugorski.
La razón por la que Bugorski no sufrió más síntomas y sobrevivió aún se desconoce hoy en día. Algunas hipótesis afirman que el hecho de que el haz de protones fuese estrecho y muy centrado no daño grandes áreas del cerebro, que por otra parte es un órgano con una gran capacidad regenerativa. Teniendo en cuenta de que dicho nivel de radiación le atravesó el cerebro, es complicado saber cómo es posible que a pesar de todo no muriera.
Otra de las hipótesis manejadas se centra en el tipo de radiación. Los protones se usan hoy en día con fines terapéuticos, contra el cáncer por ejemplo. Se trata de partículas más pesadas que pueden dirigirse de forma específica contra los tumores sin dañar, o con un mínimo daño, a las células sanas de alrededor. Sin embargo, las dosis usadas en medicina son hasta 300 veces más pequeñas que la dosis que recibió, y sus efectos secundarios incluso a dicha dosis pueden ser muy graves. Lo único en lo que todos concuerdan es que Bugorski tuvo suerte.