El candidato presidencial republicano y expresidente estadounidense Donald Trump pronuncia un discurso en Allentown, Pensilvania.

El candidato presidencial republicano y expresidente estadounidense Donald Trump pronuncia un discurso en Allentown, Pensilvania. Reuters

Ciencia

De los "malos genes" de Trump a los tests de inteligencia: cómo la mala ciencia justifica el supremacismo blanco en EEUU

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En un mitin que dio a principios de octubre, Donald Trump dijo que Estados Unidos tenían "un montón de genes malos". El candidato republicano a la presidencia del país quería relacionar, con una pirueta biológica, la inmigración con el crimen.

El problema es que no hay un gen para ser bueno o malo, como no hay un gen para ser simpático o inteligente.

Trump siempre ha intentado justificar su visión anti-inmigrantes con una presunta superioridad innata del hombre blanco de origen nórdico frente al resto de individuos del planeta y señalando que la llegada de inmigrantes degradaría la sociedad americana.

No está solo. Este mismo mes, el periódico británico The Guardian revelaba que un grupo de activistas que pretende reintroducir en el debate público ideas desacreditadas sobre la raza había sido financiado por un millonario emprendedor norteamericano que hizo fortuna con webs de citas.

Muchos de los académicos involucrados en reflotar conceptos racistas y eugenésicos tienen su punto de apoyo en Mankind Quarterly, una revista científica fundada en los años 60 y que está financiada, entre otras, por asociaciones de simpatizantes nazis.

Estos académicos raramente tienen una base sólida en ciencias de la vida y mucho menos en genética. Alguien que sí la tiene es Gemma Marfany, catedrática de Genética en la Universidad de Barcelona.

"El concepto de raza no es válido ni validado genéticamente", afirma contundente. "Los humanos 'inventamos' el concepto de raza fijándonos en características externas, como el color de la pie y del cabello, la forma de la nariz y los labios... que dependen de un pequeño conjunto de genes".

Lo que sí está validado es que "los humanos presentamos diversidad genética, pero no son conjuntos discretos y separables, sino un conjunto de genotipos". Y aclara: es cierto que "algunas variantes genéticas son más frecuentes en poblaciones de ciertos orígenes geográficos, pero no exclusivas ni definitorias".

Esto es algo que se sabe desde, al menos, tres décadas. En los años 90, mientras se desarrollaba el Proyecto Genoma Humano, uno de los mayores expertos que ha habido en genética de poblaciones, Luigi Luca Cavalli-Sforza, lideraba el Proyecto Diversidad del Genoma Humano.

Las investigaciones de Cavalli-Sforza permitieron establecer un árbol genealógico de la humanidad, con origen en África. La expansión humana por el mundo ha sido, en términos biológicos, tan reciente que no hay diferencias genéticas relevantes entre distintos grupos de población.

Dicho de otro modo: el 90% de la diversidad humana se da dentro de esos mismos grupos de población, mientras que solo un 10% se explica como diferencias entre distintos grupos.

Cómo no medir la inteligencia

Pese a que la genética ha desmontado todo tipo de justificación racista, las ideas perviven. "Las personas que tienen ideas preconcebidas siempre buscan respaldarse con conceptos científicos que parecen 'avalar' sus teorías, pero a la vez rechazan las explicaciones científicas que no dan soporte a sus ideas", apunta Marfany.

"Esto es lo que sucede con las personas con ideas racistas, se basan en una parte muy pequeña de la genética humana que habla de diversidad para defender sus ideas, sin importarles que sea cierto o no, o que haya que dar un contexto muy distinto".

Actualmente, "la secuenciación  de genomas de muchos humanos nos da una visión de la complejidad genética de las poblaciones humanas, pero en lugar de comprender lo que implica, solo se fijan en que somos diversos (cosas que es cierta) y, por tanto, según ellos, podemos definir razas (lo que no es cierto) dando soporte a sus ideas racistas preconcebidas".

Las idas racistas y eugenésicas se remontan a Francis Galton, literalmente inventor de la palabra 'eugenesia'. Su valiosa aportación a la estadística en la segunda mitad del siglo XIX no ocultó sus esfuerzos por aplicar la entonces reciente teoría de la evolución por selección natural a los grupos humanos.

De hecho, en las primeras décadas del siglo XX existían sociedades eugenésicas que eran participadas por prominentes científicos y que buscaban el progreso humano 'mejorando' sus características a base de, entre otras cosas, esterilizar individuos que consideraban no aptos.

Aunque la II Guerra Mundial y los horrores del nazismo desprestigiaron estas ideas, lo cierto es que algunas personas continuaron con esta labor, como Richard Lynn, profesor de Psicología en la Universidad del Ulster y editor del Mankind Quarterly.

En los años 90, Lynn desarrolló una base de datos con el cociente intelectual de las naciones. Concluyó que la población de origen europeo tenía un cociente de 100, la asiática, de 105, y la africana, de 70.

Su trabajo ha sido citado miles de veces por acólitos de las ideas racistas. Lynn (que murió el año pasado) incluso fue más allá y trató de ligar la inteligencia al acervo genético, aunque jamás secuenció ningún ADN.

El problema es que los tests de inteligencia no se pueden desligar del entorno cultural. Y lo que es peor aún, a veces obviaban cosas tan básicas como el idioma en que estaban escritos: en 1935, la Cámara de Comercio de Nueva York encargó tests para niños puertorriqueños y concluyeron que su cociente estaba por debajo de la normalidad.

No tuvieron en cuenta que la mayoría de ellos vivían en el Spanish Harlem, un barrio de mayoría hispana donde se hablaba (y se sigue hablando) español por defecto. Esos niños se manejaban perfectamente en español, pero el test se realizaba en inglés, un idioma que no controlaban tan bien.

Desacreditado por una matanza

La estrategia de Richard Lynn era igual de sofisticada. Un grupo de investigadores publicó este verano una carta en el medio especializado en salud Stat reclamando que se retractaran los trabajos del psicólogo. Al menos, los trabajos publicados en revistas científicas más o menos serias (al Mankind Quarterly nadie le hace caso fuera de los círculos supremacistas).

Señalaban que los trabajos sobre cociente intelectual de Lynn tenían graves problemas metodológicos. El principal de todos es que nunca estableció un criterio de selección claro para recopilar y analizar los estudios sobre inteligencia en distintos países, base de su trabajo.

En resumidas cuentas: incluía los estudios que le interesaban y dejaba fuera los que no.

Lynn no es el único caso de científico desacreditado cuyas ideas han proliferado. Michael Woodley se doctoró en ecología de plantas pero, por la razón que fuera, acabó escribiendo sobre genética humana en la Universidad Libre de Bruselas.

En 2022, un chico de 18 años mató a 10 personas negras en Buffalo, en el estado de Nueva York, retransmitiendo la masacre en directo. Payton S. Gendron, el autor, había escrito un manifiesto de 180 páginas donde citaba las ideas de Woodley sobre el declive de los pueblos europeos por la entrada de inmigración de origen africano.

Tras el atentado y saber la relación de Woodley con los círculos supremacistas, la Universidad Libre de Bruselas suspendió cualquier lazó con este investigador.

Pese al descrédito de estos presuntos investigadores, las ideas racistas continúan buscando una justificación científica o, al menos, citando términos presuntamente científicos (como genes o genética) para hacer creer que existe una base.

Como explica Gemma Marfany, los racistas "no buscan a genetistas que sepan de evolución humana, sino a gente que apoye sus ideas, utilizando la ciencia para generar argumentos de medias verdades para justificar sus medias mentiras".