
Joaquín Mateu, doctor en psicología clínica, en una imagen de archivo cedida por él.
Mateu, experto en ansiedad: "Los jóvenes viven hoy con una incertidumbre más grave que la que tuvieron sus padres"
"Ha habido un cambio radical en las dinámicas sociales"/ "Vivir sin ansiedad es imposible" / "[Los problemas de ansiedad] son una epidemia" / "Las generaciones anteriores siempre han culpado a los jóvenes".
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La salud mental es uno de los problemas más acuciantes que enfrenta la sociedad actual. Para corroborarlo, hay datos como que España es el país del mundo en el que se consumen más ansiolíticos. Algo que no es de extrañar si se tiene en cuenta que desde hace años los psicólogos y psiquiatras se quejan de la infrafinanciación y la falta de recursos del Sistema Nacional de Salud (SNS).
Si los pacientes no pueden ir a terapia y recibir esa atención personalizada, se les ofrecen fármacos, cuenta Joaquín Mateu (Valencia, 39 años), doctor en Psicología clínica y director del máster en Gerontología y atención centrada en la persona de la Universidad Internacional de Valencia (VIU). A corto plazo pueden ser una buena solución, pero a la larga hace que los problemas de salud mental "afecten profundamente a las personas y a sus deseos de vivir".
El experto charla con EL ESPAÑOL sobre por qué ahora parece que son más prevalentes los problemas de salud mental y por qué es más habitual hablar de ello.
¿Es peor la salud mental de los milenials en adelante que de generaciones anteriores?
Los problemas de salud mental forman parte del género humano desde el principio de los tiempos. Sí que es verdad que nos ha ido acompañando un contexto social diferente en cada generación. Hoy la gente está más abierta y es más capaz de manifestar que tiene un malestar emocional. Ya no hay tanto estigma. Por otro lado, estamos sometiéndonos a una serie de presiones importantes en los últimos años que han generado un efecto pernicioso en la salud mental.
La crisis de la COVID-19 que vivimos hace cinco años tuvo un gran impacto a nivel afectivo. Además, situaciones como la precariedad económica, la dificultad para encontrar un trabajo estable o, por ejemplo, la crisis internacional, con distintos conflictos bélicos y amenazas desde distintos frentes, también están contribuyendo. Estamos en un mundo mucho más incierto, más líquido que nunca, y eso es una incertidumbre que se suma a los riesgos para la salud mental.
¿Se ha creado a los jóvenes demasiadas expectativas durante la infancia que no han podido cumplir?
Es cierto que ha habido un cambio radical en las dinámicas sociales en ese sentido. Nuestros padres y nuestros abuelos nos transmitieron, bien intencionadamente siempre, que la formación académica nos iba a garantizar seguridad económica. Era una meta que debíamos perseguir.
Ahora, muchas de esas certezas han sido cuestionadas y sustituidas por otras diferentes. Los jóvenes se abren paso entre esa incertidumbre para encontrar sus propias motivaciones y razones por las que vivir.
También es cierto que en los últimos años, sobre todo a través de las redes sociales y las aplicaciones de mensajería instantánea, se está generando una presión muy fuerte sobre la salud mental. Están contribuyendo a la construcción de expectativas que no siempre tienen por qué corresponderse con la realidad.
¿Somos más infelices porque vivimos engañados por lo que vemos en las redes sociales?
Las redes sociales generan un espejismo de perfección en el cual se nos devuelve una imagen distorsionada de la realidad ante la cual podemos sentirnos desgraciados. Lo que se muestra está condicionado por la voluntad de quien lo publica. Lo que no es visible puede ser tan duro, complejo o tan difícil como lo nuestro.
En un artículo que publicó hace poco en The Conversation hablaba de una especie de bucle entre internet y la salud mental. ¿Qué ocurre?
Hay mucha literatura científica a este respecto que se ha ido generando a lo largo de los últimos años. Tendemos a utilizar más habitualmente las redes sociales como una forma de afrontamiento pasivo de los problemas. Además, parece que ese uso, cuando es abusivo, consume muchísimas horas al día y puede generar ansiedad y tristeza.
Es una suerte de ciclo que se retroalimenta y del que es difícil escapar. Tenemos que ser conscientes cuando nos adentramos en él para identificar cómo podemos obtener nuevos recursos que nos permitan recuperar la alegría que alguna vez tuvimos en otros momentos. Si no podemos hacerlo solos, debemos buscar la ayuda de un profesional.
¿Cómo se puede vivir sin ansiedad en un mundo que no para de exigirte mejoras constantes?
Vivir sin ansiedad es imposible. Es una experiencia del ser humano, nos acompaña de principio a fin de nuestras vidas. No obstante, es cierto que estamos en una especie de competición y todo el mundo pelea por ser el mejor en todos los campos.
Hay una serie de 'deberías' absolutistas que nos autoexigimos y que proceden de fuentes muy diversas como pueden ser la familia o, de nuevo, las redes sociales. Esto nos lleva a una carrera interminable y totalmente insatisfactoria. Tan pronto como conseguimos una cosa, inmediatamente, y sin haberla saboreado, seguimos con la siguiente.
Debemos ser conscientes y también autocompasivos con nosotros mismos. Como seres humanos somos susceptibles de fallar, de ser imperfectos. Tenemos que abrazarnos y aceptarnos tal y como somos. De lo contrario, lo que nos espera es esa absurda competición en la que los demás se convierten en rivales en lugar de compañeros.
Se habla de la generación de cristal, de inmadurez, de no saber priorizar. ¿Los jóvenes son unos exagerados cuando hablan del estado de su salud mental?
Esto ha ocurrido toda la vida. Las generaciones anteriores siempre han acusado a sus jóvenes. Hay textos de la época de Platón que ya hablan de ello. Sin embargo, no podemos obviar que los de las nuevas generaciones se enfrentan a una situación de incertidumbre mucho más acuciante y grave de la que afrontaron sus padres o sus abuelos.
Es una realidad y no podemos tratar de escurrir el bulto de las consecuencias e implicaciones emocionales que esto puede tener sobre ellos. Es injusto culparles de determinados aspectos que consideramos que podrían ser mejorables, porque todo el mundo ha contribuido a que la situación actual sea como es.
Se habla de brain rot, de FOMO, del espejismo de las redes sociales y como afecta todo esto a la salud mental. ¿Ha entrado la sociedad en un bucle del que no sabe salir?
Creo que sí, todos esos conceptos están generando una serie de dificultades muy importantes. Por primera vez en la historia, la tecnología ha dejado de ser una forma de satisfacer las necesidades del ser humano. Nos ha adelantado por la derecha y ahora somos nosotros quienes nos adaptamos y tenemos que hacer un esfuerzo deliberado. Esto tiene un impacto importante a nivel social, cognitivo y psicológico y debemos prestar atención en los próximos años.
¿Se pueden considerar los problemas de ansiedad que atraviesan a la sociedad como una epidemia?
Sí, son una epidemia. La ansiedad es algo natural en el ser humano, pero los trastornos son cada vez más frecuentes. Por ejemplo, cada vez hay más casos de trastorno de ansiedad generalizada y social y de trastorno de pánico. Todos son más prevalentes que nunca y debemos atajarlo antes de que evolucione a algo todavía más grave de lo que ya tenemos.
¿Hay alguna expectativa de mejora o alguna forma de salir de esta situación?
Hay estrategias que podemos desplegar. Los momentos de descanso y de esparcimiento son percibidos como pérdidas de tiempo cuando son absolutamente importantes. Debemos dedicarle tiempo a eso y al autocuidado, hacer cosas que disfrutemos.
Tenemos que buscar también esas relaciones significativas de toda la vida de cara a cara, fomentar el contacto humano. Aparte de todo esto, es fundamental acudir a un profesional si percibimos esa necesidad. Tenemos que reconocerlo como tal y no significa que seamos más débiles.