La irrepetible vida de Eric Frattini, de barrer una fábrica a hacerse "de oro" entre espías
Hay pocas cosas que el periodista y escritor español de padre italiano no haya hecho a sus 60 años: después de recorrer el mundo, este experto en servicios de inteligencia lidera ahora expediciones por buenas causas.
25 septiembre, 2023 01:39“Hay quien nace con una estrella, y hay quien nace estrellado”, dice Eric Frattini (Lima, 1963). Es una frase que el escritor repite casi como un mantra a lo largo de una extensa conversación con EL ESPAÑOL en un céntrico restaurante de Madrid. En su caso, nació con estrella, porque la suya ha sido una vida en la que el descaro ha sabido aprovecharse de las casualidades y la fortuna, y que le ha llevado de barrer una fábrica en El Molar (Madrid) con 15 años a ser considerado uno de los mayores expertos mundiales en servicios de inteligencia.
En medio, hizo dos veces el rally Camel Trophy con Miguel de la Quadra-Salcedo, cruzó el Pacífico en una balsa de juncos junto a Kitín Muñoz, se enroló como marinero en la flota civil francesa de la Polinesia, cubrió como periodista las guerras de Oriente Medio desde finales de los 80 a mediados de los 90, trabajó en las Naciones Unidas en Nueva York y con la OTAN en Irak y Afganistán; se casó cuatro veces, se divorció tres, vendió cientos de miles de libros, se convirtió en empresario y expedicionario… Sobre todo –dice–, se lo ha “pasado muy bien”.
Por poner sólo un ejemplo de este cúmulo de factores: en 1995, Frattini se encuentra en Nueva York. Un día, le llama la atención un ‘breve’ publicado en la última página de la sección Internacional del periódico. El párrafo, firmado por una agencia, habla de un constructor saudí al que investiga Estados Unidos por financiar el terrorismo yihadista internacional.
El 11 de septiembre de 2001, dos aviones se estrellan contra las Torres Gemelas de Nueva York, un tercero contra el Pentágono y un cuarto es derribado sobre el estado de Pensilvania. Al cabo de las horas, aparece en televisión la imagen del hombre que ha obsesionado a Frattini durante los últimos seis años: Osama Bin Laden.
Apenas nueve meses antes, en enero de 2001, Ymelda Navajo se ha puesto al frente de una nueva editorial en Madrid: La Esfera de los Libros. Quiere abrirse paso como sea en un mercado altamente competitivo. Eric llama a Ymelda:
—Lo sé todo de Osama bin Laden, el tipo que ha derribado las Torres Gemelas.
—Te doy un mes para tener el libro, ¿puedes?
En octubre, sólo un mes y medio después de los atentados, Frattini publica Osama bin Laden. La espada de Alá. Es el primer libro en castellano del terrorista saudí del que todo el mundo habla, basado en más de 250 documentos a los que pudo acceder antes de que fueran nuevamente clasificados. Las ventas son un éxito y, en abril de 2002, la editorial Planeta lo ficha en exclusiva. Le ofrece el contrato soñado: que escriba un libro al año, sobre lo que quiera.
Con la carta blanca y el respaldo financiero del mayor grupo editorial en habla hispana, Frattini se pasa los siguientes 14 años recorriendo el mundo para indagar sobre la mafia italiana en Estados Unidos, la CIA, el MI6, el Mossad, el KGB, el Vaticano, las Naciones Unidas, Hitler… En total, escribe 30 ensayos y cuatro novelas.
La última obra, publicada en 2022, es el Libro negro de Vladimir Putin, de los renombrados autores franceses Stéphane Courtois y Galia Ackerman, donde Frattini participa como único autor español en un capítulo dedicado al servicio secreto ruso y su red de sicariato internacional.
Vendedor de libros
Que Frattini naciera en Lima también fue una casualidad. Su padre, Norberto Frattini, un oftalmólogo italiano que desarrolló su carrera en Argentina, trabajaba entonces como delegado en Perú de Bausch & Lomb, una de las principales multinacionales fabricantes de lentes de contacto. En 1964, una llamada del renombrado oftalmólogo Ramón Castroviejo le convenció para instalarse en España, donde las lentillas eran aún una realidad desconocida.
La familia primero llegó a Barcelona, y luego, viendo el potencial de las lentes de contacto en el mercado español, se establecería en Madrid. Frattini pasó por siete colegios. El último fue el internado San José de Campillos, en Málaga. Con 14 años, dejó los estudios.
“Me aburría enormemente la escuela. Mi padre me dijo que si no quería estudiar, tenía que ponerme a trabajar. Decidí que no era negocio robar coches y me fui a una fábrica en El Molar como barrendero. Al cabo de un año levantándome a las 5 de la mañana para ir a barrer, me harté, y decidí ponerme a vender libros de Planeta puerta a puerta”, relata.
Las ventas se le dieron bien. Pasó a hacer el mismo trabajo para la editorial jurídica La Ley. “Era el que más vendía”, insiste. Estas habilidades que desarrolló con 16 años le abrirían luego puertas que jamás hubiera imaginado. Sumado a que en su casa había más de 6.000 libros y los domingos no se podía hacer otra cosa más que leer, se dio la tormenta perfecta para que terminase dedicándose al periodismo.
“No estudié, pero los domingos en mi casa no se podía hacer ruido. Mis padres leían con ópera de fondo, y yo devoraba Tintin, Blueberry, Astérix y Obélix… Con 17 años me puse a llamar a más puertas, pero esta vez de publicaciones, y comencé a escribir. Colaboré con Mundo Obrero, con el diario Liberación, y con un semanario que se llamaba Ahora, propiedad del Partido Comunista y que dirigía Santiago Carrillo”, asegura.
Su padre era quien le revisaba la vista a Franco, pero aquello no fue un impedimento para que Frattini se abriera paso en el periodismo de la mano de Carrillo. Realmente, publicaba en cualquier sitio que le diera dinero. “Estaba todo el día en la calle”, recuerda. Con el tiempo, para aumentar sus ingresos, se compró una cámara Konica y aprendió a hacer fotos. En aquel momento vivía con su madre –sus padres se divorciaron– y apenas salía de fiesta. “Nunca he bebido”, confiesa.
Camel Trophy
En 1984, un amigo le habló de la Camel Trophy, una carrera anual de todoterrenos que se celebraba en los lugares más remotos del planeta, en condiciones extremas. La organizaba la multinacional tabacalera R. J. Reynolds, propietaria de la marca de cigarrillos Camel. Frattini, ya con experiencia en la fotografía, se puso nuevamente a hacer lo que mejor sabía: vender.
“Les di el coñazo hasta que por fin me hicieron caso. Antonio Olmos, entonces máximo responsable de la marca, me pidió que hiciera las fotos de las pruebas de selección del equipo español para la edición de aquel año [1984] en Brasil. Estuve en Galicia y en Birmingham, donde está el campo de pruebas de Land Rover, y vendí las fotos y los reportajes a unas 15 revistas”, señala.
La difusión de la Camel Trophy fue un éxito, y el jefe del equipo español le llamó para que se uniera a ellos en la siguiente edición en la selva de Borneo. Frattini, con 22 años, vio así cumplido un sueño de pequeño: ir a una expedición con Miguel de la Quadra Salcedo. “De niño, no teníamos maquinitas –dice, refiriéndose a los móviles– y vi mucha tele. Me fascinaba la vida de los grandes corresponsales y aventureros españoles como Miguel, Fernando de Giles, Manuel Alcalá, Manu Leguineche…”, dice.
Tras un mes en Borneo, con todos los contactos que había hecho en los años previos como ‘freelance’, publicó nuevamente sus reportajes en decenas de revistas. Como parte del acuerdo con Camel, también cedió las fotos a la tabaquera, la cual las explotó como imagen de marca. El éxito de su trabajo le valió una nueva invitación para la expedición de 1986 en Australia; y en 1987 para ser el fotógrafo oficial del Camel Team en el París-Dakar, cuando el famoso rally aún hacía su recorrido original desde Francia a Senegal.
Al año siguiente, el aventurero Kitín Muñoz llamó a Frattini para unirse a la expedición Uru: quería navegar en una balsa de totora desde Perú a la Polinesia para demostrar que los habitantes precolombinos de América cruzaron el Océano Pacífico con métodos de navegación rudimentarios, antes de que lo hicieran los españoles en el siglo XV.
“Muñoz conocía mi trabajo con la Camel y me ofreció que fuera el fotógrafo de la expedición. Mi madre me dijo que aquello era algo único, y que si no lo hacía me arrepentiría toda la vida. Así que me fui. Al principio éramos nueve, pero cuatro se rajaron cuando vieron la balsa. Nos quedamos cinco, de los cuales, sólo uno sabía navegar”, cuenta Frattini.
Con una mezcla de inconsciencia y de valentía –tenía 24 años entonces–, la Uru y su tripulación arribaron a la isla de Nuku Hiva, en el archipiélago de las Marquesas, tras 72 días de navegación. “No vimos tierra en tres meses; teníamos una radiobaliza en un bote de salvamento que nos dejó la Marina peruana que se soltó de la balsa el primer día. Por no tener, ¡no teníamos ni ancla! Pero milagrosamente, llegamos”, dice. Aquella aventura llamó la atención del presidente François Mitterrand, que concedió la Medalla de Honor de la Republica Francesa a los cinco navegantes.
Al llegar a Polinesia, Frattini se enamoró de la funcionaria de la administración local que atendía las relaciones con la expedición, se casó con ella y se quedó en Papeete (Tahití) casi un año, donde se dejó coleta y vivía descalzo. Gracias a la fama que tenía en las islas por ser miembro de la Uru, encontró trabajo en la marina civil francesa y viajó a Fiji, islas Cook y Nueva Caledonia.
Con 24 años, sin embargo, el cuerpo no le pedía un retiro en el paraíso que cautivó al pintor Paul Gauguin al final de su vida, y decidió volver a Madrid, antes de acordar el divorcio con su primera mujer. De vuelta a España, una amiga con la que se reencontró le preguntó si conocía a alguien que supiera de periodismo económico. Él no sabía –reconoce–, pero se ofreció para el misterioso trabajo que le ofrecía su amiga.
“Siempre quise saber cómo era una guerra, me olvidé del Mercedes y me planté en Beirut, en medio de la Guerra Civil libanesa"
Frattini terminó así siendo el jefe de prensa de la Torre Picasso y de Eurofinanzas, la división bursátil del Grupo Construcciones y Contratas, un proyecto de Alberto Cortina y su primo Alberto Alcocer. “Mi trabajo era evitar que la prensa hablase mal de ellos. Yo no tenía ni idea de economía, pero sí muchos contactos en los medios. Fue un año muy divertido y excitante”, recuerda.
El divorcio entre Alicia Koplowitz y Alberto Cortina salpicó al negociado, y la carrera de Frattini en el mundo empresarial terminó de forma abrupta. “Eso sí, me llevé una buena indemnización”, admite. Con ese dinero, Frattini se iba a comprar un Mercedes-Benz descapotable. Sin embargo, fue su madre quien de nuevo le empujó a cumplir otro de sus sueños. “Siempre quise saber cómo era una guerra, me olvidé del Mercedes y, con aquel dinero, me planté en Beirut, en medio de la Guerra Civil libanesa”.
Corresponsal de guerra
Frattini aterrizó en la capital del Líbano en 1989 en medio de los bombardeos. Por recomendación del taxista que le recogió en el aeropuerto, acabó en casa del mítico corresponsal de La Vanguardia en Oriente Medio, Tomás Alcoverro. “Por el catre del pasillo de su casa hemos pasado todos los corresponsales españoles en nuestros comienzos”, dice. A los pocos días, Alcoverro le consiguió un trabajo como productor de la NBC estadounidense.
“Mi trabajo consistía en calentar el café y poner gasolina en los coches. Pero los americanos tenían unos recursos que les permitían llegar donde no llegaba nadie. Llamé a José Manuel Calvo, entonces director de Internacional de la SER, y les comencé a mandar crónicas”, dice Frattini.
La fortuna volvió a sonreír a Frattini cuando, estando en Beirut, le llamó el entonces consejero delegado de la Cadena SER, Augusto Delkáder. “Me pagó un vuelo a Madrid y me dijo si quería ser el corresponsal del Grupo Prisa –es decir, de la SER, Cinco Días y Canal +– en Oriente Medio, con la condición de que me trasladara a Jerusalén”.
Frattini vivió los siguientes cuatro años en el lujoso hotel American Colony de la ciudad hebrea, y trabajó codo con codo con otro mítico corresponsal que entonces era el delegado de El País en Oriente Medio, Juan Carlos Gumucio, a quien también llama su “maestro”. Frattini se casó por segunda vez, y cubrió la Guerra del Golfo, la de Yemen, Kurdistán, el conflicto de las embajadas occidentales en Libia por el atentado del Pan Am 103, la Intifada palestina…
Lo que recuerda con más viveza de aquella época fue la crónica de casi 14 horas en directo y de emisión ininterrumpida para la SER desde su coche, en la noche del 17 de enero de 1991: “Saddam Hussein decidió bombardear Israel con misiles Scud y escuché la alarma antiaérea. Comencé a emitir para Hora 25 en directo, entonces dirigido por Manuel Campo Vidal y, cuando vi que no podía entrar en el refugio antiaéreo porque habían cerrado por dentro, cogí mi coche y me fui hasta Tel Aviv, sin parar la emisión. ‘Si me tengo que morir, que sea con honor y con orgullo’, me dije”.
Por aquel trabajo, Frattini fue nominado a premios como los Ondas o el Cirilo Rodríguez de periodismo internacional. Cubrió posteriormente la Guerra de Bosnia pero, al regresar a Madrid, no sólo no le dieron los premios, sino que la SER le pidió que se bajara el sueldo.
“Decían que cobraba mucho y me negué. Me enfadé tanto, que decidí abandonar Prisa ese mismo día. Me fui sin un duro, pero creía que me contratarían en cualquier lado porque era famoso. Me equivoqué, Nadie es imprescindible y todos somos prescindibles”, afirma.
Con lo que tenía ahorrado se fue a probar suerte a Nueva York. “Mi inglés era bastante malo, y terminé trabajando para una emisora local puertorriqueña. Uno de mis compañeros me invitó a una fiesta donde estaba parte del equipo del entonces Secretario General de la ONU, el peruano Javier Pérez de Cuéllar, y les pedí trabajo”, relata.
Fue así como Frattini terminó trabajando en la unidad de televisión de las Naciones Unidas, y luego como enlace de prensa de la organización con los medios de habla hispana. Era 1992. Su nuevo puesto le permitió entrevistar a personajes como Margaret Thatcher, Helmut Kohl, Václav Havel, Lech Walesa, Teresa de Calcuta… También cubrió de nuevo conflictos armados en Sierra Leona, Ruanda, Somalia, Burundi, el Congo, o Chechenia.
Sin embargo, su falta de estudios fue un escollo para crecer dentro de una organización tan burocrática. En 1997, Frattini aceptó que era momento de regresar a España, donde se casó por tercera vez –con la madre de su único hijo– y volvió al periodismo ‘freelance’, especializándose en grandes entrevistas.
“Siempre digo que mi agenda de contactos vale más que todo lo que tengo”, bromea. Hizo entrevistas a Jacques Cousteau, Salman Rushdie, Madonna, George Lucas, Robert de Niro… “Me pagaban unas 90.000 pesetas, lo que serían unos 1.500 euros por pieza al cambio actual. ¡Era una locura!”, dice.
Antes de volver a España ya había publicado su primer libro junto a la catedrática de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona Montse Quesada. Era una obra académica en la que la profesora exponía la teoría de la entrevista acompañada de ejemplos firmados por Frattini en su etapa en Nueva York.
Después vino otro encargo, de Juan Luis Cebrián, a través del cual arregló su relación con el Grupo Prisa. Se trataba de una biografía ‘autorizada’ del fundador, Jesús de Polanco, que terminó siendo un libro sobre los grandes magnates de la prensa del momento. Frattini recorrió de nuevo el mundo para entrevistar a Katharine Graham (The Washington Post), Rupert Murdoch (News Corporation), Reinhard Mohn (Bertelsmann), Emilio Azcárraga (Televisa), Tony O’Reilly (The Independent) o Arthur Ochs Sulzberger (The New York Times).
El éxito editorial, sin embargo, no le llegó hasta que publicó la biografía de Bin Laden. “Me hice de oro”, recuerda. Luego, firmó el contrato con Planeta que le dio carta blanca para escribir sobre lo que quisiera, en cualquier lugar del mundo. La agente literaria Anna Soler-Pont se convirtió en su representante y le condujo al éxito internacional: “No soy un gran ‘best-seller’ en España, pero mis libros se han vendido en 42 países y han sido traducidos a 16 idiomas”, apunta.
En 1997, me pagaban unas 90.000 pesetas, lo que serían unos 1.500 euros por pieza al cambio actual. ¡Era una locura!
Su profundización en los servicios de inteligencia y el terrorismo árabe provocó que le llamaran desde los cuerpos y fuerzas de seguridad de varios países para impartir formaciones en calidad de experto. Sus contactos en Estados Unidos le ofrecieron, además, participar como oficial de enlace en la Guerra de Irak en 2009, donde pasó un año, y posteriormente en Afganistán, al año siguiente, donde estuvo ocho meses y pasó 14 días embarcado en el portaaviones USS Nimitz.
Expedicionario
En 2015, estando en la Feria del Libro de São Paulo (Brasil), su amigo Luis Miguel Rocha, autor portugués de thrillers religiosos de gran éxito, murió tras un cáncer de estómago. Aquella misma noche, Frattini se quedó enganchado a una entrevista en Televisión Española Internacional sobre una mujer, también paciente de cáncer, cuyo médico le había recomendado caminar para quitarse los efectos de la quimioterapia y que terminó corriendo la maratón de Nueva York.
“Se me ocurrió entonces por qué no llevaba a mujeres víctimas de cáncer, no a caminar ni a correr, sino a subir montañas. Yo no tenía ni idea de alpinismo, pero me atraía la idea. Llamé al día siguiente a Isabel Oriol, que era la presidenta de la Asociación Española contra el Cáncer [AECC] para ver si me apoyaban. Me dijo que sí y volví a llamar a puertas para buscar financiación y patrocinadores”, relata Frattini.
Frattini compaginaba su faceta de escritor con la de tertuliano televisivo en varios canales. Aprovechando que su rostro era conocido, volvió a llamar a puertas, hasta que Pelayo Seguros decidió apoyar aquella expedición, que concluyó con éxito en la cima del Kilimanjaro. El 'Reto Pelayo Vida' se ha celebrado ininterrumpidamente desde entonces, con ocho ediciones en las que Frattini ha llevado a mujeres supervivientes de cáncer a navegar por el Atlántico, al Polo Norte, al Annapurna, a los Andes, al Ártico, al océano Ártico, a Jordania o a la Patagonia.
Casi tres mil mujeres de 16 países han presentado su candidatura para participar en una de las nueve ediciones. Los premios a este reto también se amontonan: la NASA, la Armada Española, la Asociación de Periodistas de Madrid, la revista Actualidad Económica...
El escritor terminó, de forma accidental, montando la empresa Trex Exploring, junto a su socia Araceli Aranda, una empresaria de éxito que llegaba desde el mundo de la tecnología, y que se encarga de la organización de grandes expediciones con carácter social para grandes empresas, como el propio 'Reto Pelayo Vida' para Pelayo Seguros, 'Aventura Proinfancia' para la Fundación La Caixa, o el 'Desafío Ola Salud' para Quirónprevención y Quironsalud, entre otras.
Trex también produce grandes documentales sobre todos sus proyectos que se han emitido en canales como National Geographic o Discovery. "Fue el diario El Economista quien bautizó a Trex como 'la fábrica de sueños', y creo que es el mejor adjetivo de lo que se ha convertido nuestra empresa" afirma el escritor.
“Lo que más ilusión me ha hecho de todo esto es que me dijeran una vez que me había convertido en el nuevo Miguel de la Quadra Salcedo”, dice. Todo empezó con él en el Camel Trophy y, ahora, se cierra el círculo. “A mi hijo siempre le digo que, si algún día la palmo, ponga en mi epitafio: ‘Se lo pasó de puta madre”, concluye.