Un amor, el exitoso (y brillante, y escueto) libro de Sara Mesa, ha resultado una obra crucial en la literatura española de los últimos años. Todo desde su espacio breve, todo desde su verbo acuchillante, sin floritura ninguna. Como una torta seca en la cara. Como despejarse de golpe y ponerse alerta.
¿Por qué esta novela se leyó así, con tanta fruición, por qué cayó tan de pie, por qué ha sido tan comentada, por qué Isabel Coixet, otra genia de lo suyo, corrió a adaptarla a la gran pantalla? Sobre todo, porque en ella encontramos un cuento pequeño, cruento y sombrío que habló soberanamente de la sexualidad de las mujeres, con una elocuencia y una secreta exactitud que dejó turbadas a miles de lectoras. Porque a nadie deja indemne que le coloquen un espejo delante en su momento más vulnerable, ¿no creen?
Por introducirles: la obra arranca cuando Nat (aquí una virtuosa Laia Costa), una joven traductora, se muda casi con lo puesto a una casa casi en ruinas en un pueblo lúgubre, enigmático y hostil. Ella es su casa llena de goteras, ella es la casa que se derrumba día a día, una casa difícil de amar, una casa para siempre mutilada antes de convertirse en "hogar". Y también es ella su perro, en una metáfora constante y asfixiante, superpuesta como muñeca rusa: ella se parece al perro que le regala su violento casero para que le haga compañía, un perro triste y huraño con el hocico lleno de heridas, un perro que no molesta a nadie pero que exige no ser molestado, un perro incomprendido al que los demás tienen por peligroso, ¡tan injustamente...!
Los vecinos, aparentemente amables, están llenos de subtextos. Nada de lo que se dice allí parece inocente. El ambiente está enrarecido. Nat analiza silenciosa y concienzudamente cada frase, cada daga (es su oficio, al cabo, descubrir qué alma late detrás de las palabras). Todo gira cuando uno de sus vecinos, más conocido como "el alemán" (Hovik Keuchkerian) le hace una incómoda ¿y transgresora? propuesta sexual que la mueve para siempre de su baldosa.
La mirada de Coixet es perfecta: está llena de símbolos, de detalles, de entramados tácitos. Tan inteligente y sutil, tan despiadada si es necesario. Tan sensible, tan hipnótica. Esta es la historia de una mujer perdida que quiere recuperar su cuerpo. Dice Isabel que más que una entrevista, esto parece una terapia. Ustedes dirán.
P.- Hay dos momentos en la película donde la protagonista disocia. Me llamaron la atención. ¿Por qué una se mira desde fuera cuando está teniendo sexo? ¿Qué parte de nosotras es esa que nos observa, qué piensa, qué quiere entender?
R.- Pues es curioso, porque lo comenté con mi hija, que tiene 25 años, y me dijo: “En ese momento fue cuando yo entendí la película”. En ese desdoblamiento. Yo pienso que el sexo es uno de los momentos en los que se supone que una tiene que estar más presente, pero no estamos: qué pasa en nuestra cabeza, en la cabeza de las mujeres, para que no estemos allí, ¿por qué elegimos irnos a otro lugar?
Por eso usé este recurso. Cuando vivimos algo que no nos gusta, nos vamos a otro sitio, intentamos verlo desde fuera. El otro día, cuando vi el tráiler de ‘Cat Person’, el cuento del New Yorker, pensé que en 20 páginas resumía el estado de las cosas cuando hablamos de consentimiento. En ese cuento también ella se ve desde fuera.
Eso pasa cuando te ves atrapada en una situación en la que, aunque te hayas metido tú sola, no sabes cómo salir, y tampoco sabes cómo continuar. Es común. Yo me he encontrado en esa situación muchas veces, y muchas mujeres que conozco también.
P.- Yo estoy de acuerdo con lo que te he oído decir en otra entrevista: para ti Nat es una heroína, no una mujer desagradable. En fin, es desagradable en la medida en la que lo somos todas: cuando no entendemos nada, cuando la ternura es imposible, cuando no podemos más.
R.- Sí, es fuerte porque muchas mujeres juzgan a Nat. Ya me dijo Sara Mesa: “Ya verás, ya verás, Nat es el personaje más odiado de la literatura española contemporánea”. Y yo me reía. Pero me he dejado de reír (ríe).
Porque es verdad, para mí era tan claro que ella era una tipa humana… que sí, que había metido la pata, ¡pero ese es el estado natural de las personas! Está perdida. Comete errores. En fin, yo iba concibiendo las escenas de sexo como varias puertas que ella va abriendo hacia un autodescubrimiento. En cada una de las escenas hay algo que ella reclama, que ella pide y que a veces recibe… y todo eso la lleva también a avanzar, a salir de la situación.
P.- En el primer encuentro sexual con él, a ella se le cae una lágrima. ¡Qué familiar!
R.- Sí. He vivido esa manera de comportarse, me he observado a mí y a los demás, y me interesa lo que esos gestos dicen, y también lo que ocultan. Esa lágrima en concreto le cayó sola a Laia. La lágrima la hizo ella porque lo sintió así. Y le cayó en esa luz tan baja que había… la vi por la cámara.
"Cuando las mujeres somos amas y señoras de nuestro deseo sexual, lo pagamos caro: la gente nos pierde el respeto"
P.- Dice Laia que siente que el deseo femenino está castrado desde la infancia, ¿y tú? ¿Cómo tomar las riendas de nuestro propio deseo?
R.- ¡Tomándolas! No queda otra. Admitiendo, básicamente, que somos personas muy imperfectas y que el problema del deseo no es el deseo ni su manera de cultivarlo, sino las consecuencias de ese deseo. Mucha gente dice que no pasa nada, que las mujeres podemos reclamar cosas… pero en mi experiencia, el precio que las mujeres pagamos por reclamar el deseo es altísimo. Para cualquier cosa, en general, pagamos el triple.
Lo que hace vulnerable a Nat no es que sea una mujer sola en un sitio nuevo, porque tú puedes estar ahí muy tranquila lejos del bullicio: el problema es que ella quiere pertenecer. Ella querría caerle bien a todos y que la quisieran, por eso está atrapada en esa situación. A mí me pasa, que socialmente me cuesta, me cuesta más de lo que querría admitir, y a los que nos pasa eso nos convertimos un poco en huraños, pero en el fondo de nuestro ser querríamos caer bien.
"Más peligroso que el hombre misógino frontal es el falso aliado narcisista: este te va minando por dentro"
P.- Difícil que ella se relaje, con toda la violencia atmosférica que hay en ese pueblo. ¿Cómo nos hemos acostumbrado tanto a esas dagas tan sutiles?
R.- Es una violencia muy incrustada en mucha gente, eso de leerte la cartilla: “Ah, pero, ¿no tienes miedo? ¿Viajas sola? ¿Estás sola? ¿No has tenido miedo esta noche?”… hay un recordatorio constante a ese personaje de que es frágil y vulnerable, y claro, eso aumenta tu propia vulnerabilidad. Luego está el que te dice “te lo dije”…
P.- Eso también se ve mucho aquí. ¿Hay un regodeo por parte de los demás cuando nos va mal, cuando fracasamos o estamos sufriendo?
R.- Sí, ¡es el infierno! Lo escucho frecuentemente. Lo he visto ahora en el AVE. Uno hablaba de una persona que se había muerto, “poooobre, pero ya estaba mayor, y además, no había dejado de fumar”. ¡Esa superioridad moral constante!
P.- Como diciendo “si no había dejado de fumar, pues que se muera y se joda”.
R.- Exacto. Y lo vemos ahora con la situación internacional. Todo el mundo muy dispuesto a firmar manifiestos por las cosas que pasan lejos de nosotros y que vemos en fotos, pero es mucho más difícil dejar de ser un capullo con la gente que tienes a tu alrededor. Tanto manifiesto, joder… ya nos vale. Los que tenemos una sensibilidad especial para esto no paramos de verlo: nos dan constantemente lecciones sobre cómo deberías llevar tu vida, tu carrera, tus relaciones amorosas, ¡y hasta tu pelo! ¡Uy! ¡Ya tienes raíces!
P.- ¿Quién suele tener más razón: cabeza, corazón o coño? ¿Por qué se confunde todo el rato el tercero con el segundo?
R.- Nadie está preparado para responder a eso, sino tendríamos un método para ir por la vida que no poseemos. Yo creo que hay momentos en los que cabeza, corazón y coño se alinean y están en armonía, ¡pasa pocas veces en la vida, pero pasa!, y ahí es cuando una puede tener una relación más o menos sana. A mí me ha ocurrido. Ahora bien, ¿por qué pasa poco? Porque una hace de tripas corazón o porque transforma la cosa pasional en un cariño cómodo… los tres canales están en disonancia, pero a veces renuncias a uno de ellos y tampoco pasa nada, ¿eh?
P.- ¿De cuál eres partidaria tú?
R.- Yo soy muy partidaria de la cabeza por encima del corazón y del coño. Desde la cabeza controlo al resto. Los teledirijo (ríe).
"Yo soy muy partidaria de la cabeza, por encima del corazón y del coño: todo se teledirige desde ahí"
P.- Creo que el libro de Sara tuvo tanto éxito porque muchas mujeres se identificaron con esa relación sexual que la protagonista tiene con su vecino. ¿Por qué nos obsesiona tanto la frialdad del otro, por qué nos supone un reto?
R.- Ya… es que esa entrega en la cama del alemán también esconde una falta de entrega emocional. Ella desea algo que nunca va a estar ahí, que él nunca le va a dar. Es muy difícil de entender, para ella y para muchas mujeres, que si en la cama nos va tan divinamente… ¿cómo es que él no se entrega nada en lo emocional? No sé, podría tener un detalle alguna vez, ¿no? No sólo preparar un arroz a la cubana, sino un pollo, un día… pero para él no es así. Es un “si te quieres venir, bien, pero si no, me da igual”, ¿qué mujer en el mundo es capaz de entender esto? Al otro no le costaría nada ponerle un poco de ilusión a las cosas, un poco de aliño…
P.- Un día le dice que está guapa. Ahí pensé “ya está, ya nos vamos al carajo, ahora Nat se va a agarrar a ese detalle hasta el final de los tiempos. Se va a montar el peliculón definitivo”.
R.- (Ríe). Sí. Totalmente. Pero es que encima ese “estás guapa hoy” es justo antes de verle con otra… y la mezcla de esas dos cosas desencadena su obsesión, es la ecuación perfecta.
P.- Ella se hace un retrato equivocado de él. Le ve como embrutecido, poco más que una piedra del campo sin futuro ni pasado, pero el tipo es geógrafo y tiene una historia trágica de inmigración por parte de su madre, y estuvo casado… cuando va descubriendo sus detalles, se turba. ¿Uno ama más cuanto más conoce o cuanto menos conoce? Cuanto más conocemos, desmontamos más prejuicios, sí, pero también más fantasías…
R.- Yo creo que no debemos saber tampoco todo de la otra persona. Tenemos que tener secretos. Hay parcelas que nadie tiene que invadir y que nosotros tampoco debemos invadir del otro. Admiro profundamente a esas parejas que viven juntas y hacen todo juntas, pero yo me asfixiaría, me moriría… no sé, son naturalezas distintas.
A veces hablamos de las mujeres como si fuéramos todas iguales, y no es así, hay muchas Nats, y también hay muchas vecinas perfectas con niñas vestidas iguales, todas a conjunto beige… y hay otras mujeres… que son mimadas y cuidadas por los hombres… y hay mujeres a las que no les importan los hombres en absoluto.
P.- ¿Cuántas veces nos hemos encandilado de un tipo porque parecía misterioso cuando, en el fondo, sólo era alguien que no decía nada porque no tenía nada que decir, porque estaba hueco?
R.- Es lo peor… ¡Me ha pasado! (ríe). Lo peor es llenar todo el vacío de suposiciones, que son suposiciones tuyas que no existen, claro… y cuando te das cuenta de que no había nada detrás es una hostia monumental… “¿cómo? ¿He perdido años de mi vida con esto?”. Yo no tengo un sentido trágico de la vida, pero tampoco creo en esto de “vive y aprende”, porque a veces vives y no aprendes. Dicho esto, si yo hubiera tenido una vida súper feliz quizás tampoco habría hecho películas.
P.- ¿Cuántas veces has sido tú Nat? ¿En qué violencias, de las que ella sufre, te reconoces?
R.- Me reconozco sobre todo en sus microviolencias. Esto de que vas a un párking que está vacío completamente y pones el coche en un sitio y te viene el tipo del párking que sale de su caseta y deja ahí lo que está haciendo, su Mundo Deportivo, su As… y te grita “señora, ¡no me deje el coche aquí!”. “Pero si no hay nadie”, le digo yo. Y el tipo insiste porque te quiere dar la chapa, ¡porque sí!, y no tiene ningún motivo.
"Me reconozco en las microviolencias que recibe la protagonista"
P.- Les gusta regañarnos.
R.- Te cuento otra: un director con dos Palmas de Oro en Cannes. Estamos hablando de una película y yo le digo que la veo floja, que le veo agujeros en el guion, que veo cosas, vamos, pero resulta que a él la película le gusta… y me dijo que yo no la había entendido, ¡y me la empezó a explicar! ¡Bueno! Salió el dragón que llevo dentro, que no suele salir… “quizás el que no la has entendido has sido tú”. Y más cositas. Es que es insoportable esto. Tío, he visto más películas que tú en diez vidas. Ya no soporto a más paternalistas. Ojalá me hubiese hecho dueña de mí mucho antes y me hubiese callado mucho menos.
P.- Yo siento, en la película, que todo el mundo juzga la sexualidad de la protagonista constantemente. ¿Cuántas maneras de llamar ‘puta’ a una mujer hay, no? El vecino hippie, aquí Hugo Silva, hace algo tremendo. Le pregunta: “¿Pasas la noche conmigo?”. Y añade: “¿Qué más te da, no?”. Como diciendo: “Total, ¡si eres medio puta! Pasar la noche conmigo o no pasarla…”.
R.- Esa secuencia para mí es de las más crueles de la película. Recuerdo bien cuando la rodamos; yo tenía preparados un montón de planos… y se quedó sólo en dos o tres, porque Hugo entendió muy bien a ese personaje, lo clavó… clavó ese tono tan indiferente que hiere tanto. ¿Cuántas maneras hay de llamar “puta” a una mujer? Pues muchas, tú vas al diccionario y las ves, pero aún hay más maneras de insinuarlo. Las mujeres no podemos ser propietarias, amas y señoras de nuestro deseo, por esas consecuencias que pagamos.
P.- ¿Cómo lo pagamos?
R.- Pagamos con falta de respeto. Hay una cosa muy sencilla que he visto en la vida cotidiana: si a una mujer la deja un hombre, se tiene compasión por ella, pero si a un amigo tuyo le deja su novia… de alguna manera, él sigue adelante y nadie lo compadece demasiado. Hay un periodo de duelo y ya está, pero la mirada hacia la mujer es más profunda. Los duelos de mis amigos y de mis amigas no tienen punto de comparación. Es mucho más frecuente que se diga de un hombre al que deja una mujer “han roto”… y de una mujer que lo deje con un hombre “él la ha dejado”. Llevo años observando esto.
"El duelo después de una ruptura amorosa de los hombres y las mujeres no tiene comparación"
P.- Entiendo que es porque se presupone que una mujer nunca quiere estar soltera, sino que su “naturaleza” es estar emparejada, ¡sin embargo, ah, el hombre… es tan autosuficiente! ¡En todo caso, se lo rifarán…! Soltero de oro vs. solterona.
R.- ¡Eso! No creen que una mujer pueda estar mejor soltera, como si eso fuese contranatura.
P.- ¿Cuál es el hombre más peligroso que rodea a Nat de los que salen en la película? Hay distintos arquetipos interesantes…
R.- A mí me asustan más los falsos aliados narcisistas… el típico que te dice que sólo quiere “que tú estés bien”, que quiere cuidarte, el que te regala un cactus pero siempre te está atacando en el subtexto… ese como el vecino de ella de al lado. Al casero, al hombre misógino que va de frente, le ves desde el minuto uno y ya estás alerta. Desde ahí le puedes enfrentar, pero al otro no, porque te va minando por dentro.