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Emilio Calatayud es juez en el Tribunal de menores de Granada. Cuarenta y un años en la magistratura, su brillante oratoria y la contundencia de sus palabras conforman su marca de honestidad.
Su impecable trayectoria profesional le ha erigido como uno de los grandes de la jurisprudencia en nuestro país y todos en Granada han celebrado su reincorporación en noviembre del año pasado a los juzgados, tras su dura lucha contra el cáncer de próstata.
Su vuelta ha sido toda una fiesta: "Ahí estamos peleándolo. Justo esta semana estoy de pruebas médicas de seguimiento de la enfermedad. Unos días mejores. Otros peores. Esta calima tampoco ayuda. Pero la mejor cura es mi trabajo, eso no lo suelto. Me moriré siendo juez".
El togado, que ha cumplido 66 años, es todo un luchador de fondo. Sin duda, una de las inyecciones de energía diarias que recibe es la de su recién estrenada esposa, Magdalena Peinado, profesora de Filosofía, con la que se casó en septiembre del año pasado en una ceremonia íntima con sus más allegados. Se conocieron a través del hermano de ella, vecino de Calatayud en el tradicional barrio del Albaicín de Granada, donde ambos residen.
Su primera esposa, Azucena Ortega, falleció de un cáncer en 2011. Dos años después de enviudar, el juez empezó una nueva relación con esta docente que le "da la vida". El enlace, que él mismo relata a EL ESPAÑOL | Porfolio, fue de lo más entrañable. La ceremonia tuvo lugar en el Colegio Ave María Casa Madre, entre los barrios granadinos del Albaicín y el Sacromonte. La madrina fue la hija de él y el padrino, el padre de ella.
"Me siento casado como Dios manda, por la Iglesia, con todas las bendiciones, no está bien vivir en pecado. Nos casamos con la presencia de nuestros hijos y mi nieta. Una boda muy bonita". Recordando estos días de mieles, a Emilio Calatayud se le cae de la boca la palabra "bajón" y sonriendo nos dice: "Hasta el cura puso la chispa y nos dijo en el sermón: 'de la procreación ni hablamos, ¿no?'' y nosotros: 'Pues no, de eso no".
El togado ya tiene dos hijos, Alba y Emilio, que están siendo su mejor sustento, y le han dado una nieta de "la generación Covid", que poco a poco va aprendiendo que tiene un abuelo de lo más mediático. No hay programa de televisión que no hable de él. Y su "señoría" es consciente de ello. En una entrevista concedida a esta revista habla de su familia, de su profesión y de aquellos maravillosos años en los que Bertín Osborne y él acabaron en Campillos (Málaga), el reformatorio, como él dice, de "los pijos de entonces".
De Campillos a Deusto
Emilio Calatayud se define a sí mismo como un manchego del Albaicín. "Porque le debo mucho a Granada. Hasta mi malafollá", dice coloquialmente. Y es que, aunque nació en Ciudad Real, llego a Andalucía con 28 años y desde entonces, se ha quedado prendido a esa tierra. "Mi primer destino fue Tenerife. Con 24 años me fui a Güimar. Allí pasé mis primeros cuatro años de juez. Y en ese lugar aprendí mucho. Cuando durante el secuestro y asesinato de las niñas de Tenerife vi ese puerto tantas veces en la televisión, me acordé mucho de aquellos tiempos. "Don Emilio", como todos le llaman, no intenta sentar cátedra. Lleva 41 años de togado y no se quiere jubilar ni por asomo. Ya no hace actos presenciales, "solo alguno que otro en algún colegio y al aire libre". "De momento, me he librado del Covid", añade. Afirma que tiene cuerda hasta los 70, y está superando con mucha entereza la recaída de su cáncer de próstata.
"Yo soy de los me jubilaré con las botas puestas. Y quiero que sepas que no soy juez por vocación, eso queda para los frailes. Yo me hice juez porque quería un sueldo fijo y me saqué las oposiciones por eso".
Según nos cuenta, sus padres lo supieron hacer muy bien con él. Cuando estudiaba en el colegio de los Marianistas en Ciudad Real, suspendía casi todo y lo llevaron al famoso internado malagueño de Campillos en verano. "Fíjate, el hombre llegaba ese verano a la luna y yo a Campillos. No se me olvidara nunca. Allí me plantaron en ese reformatorio para pijos. Y sí, sí, claro que sí, también estuvo Bertín Osborne. A ese internado íbamos solo los buenos [ríe]. Y justo aquí es donde me enderecé. Si yo no llego a tener unos padres como los que tengo, nunca hubiera sido juez. De verdad que no hubieran hecho carrera de mí. No era un torito, pero era tímido para los estudios ".
Otro verano por suspender ocho asignaturas sus progenitores le metieron en un taller a cambiar ruedas, lavar coches y descargar camiones: "Los padres representan la autoridad. Pero los de hoy en día están muy despistados: somos responsables de la educación de los hijos y no se enteran. Yo no soy colega de mis hijos, porque si no les dejaría huérfanos de padre. Los hijos deben respetar a sus padres mientras están bajo su potestad y eso está en el código civil".
Su hijo "perroflauta" y "la pija de la muerte"
Emilio Calatayud tiene dos hijos Alba, la "pija de la muerte" y Emilio, "el perroflauta", como él los define. La hija vive en Madrid y se dedica al marketing -se casó en 2019 con un francés y su fastuosa boda salió en las páginas del Hola! - y Emilio es el boticario de Aldeire, un pequeño pueblo de Granada, donde consiguió en plena pandemia 200.000 firmas para bajar el IVA de las mascarillas.
Los dos hijos los tuvo con su esposa Azucena Ortega, que falleció hace once años de cáncer. Él mismo recuerda con estas palabras cuando se fue: "Después de una valiente lucha contra el cáncer, falleció sin sufrir en nuestra casa del Albaicín. No te olvidamos, Azucena. Nadie que te conociera puede olvidarte. Sabemos que estás ahí y que cuidas de nosotros".
Ahora con su nueva esposa, Magdalena, ha encontrado la calma y la paz. Pero sin duda alguna, la máxima alegría del magistrado es Olivia, la pequeña que su hijo el perroflauta le ha dado como su primera nieta." Me tiene loco ese bichito de 3 años. La nena es de la generación de la Covid y necesita socializarse. Se le nota que es de esta nueva era de la pandemia que apenas interactúa y está muy sobreprotegida. Tiene mucha mamitis y papitis. Ahora empieza a besar. Pero ojo, no besos en el carrillo, sino que los lanza con la mano. Eso es lo que han aprendido de la pandemia. Ella me enseña muchas cosas. Ahora ya está en preescolar en el colegio y parece que empieza a sociabilizarse".
Emilio Calatayud es un defensor acérrimo de los maestros y la educación, y matiza: "Los niños ahora ya tienen bastante con el deber de luchar contra el coronavirus y la sociedad que les han impuesto. "A algunos los están teniendo que tratar terapéuticamente. Me han llegado casos de chicos que han pegado palizas a la madre por no poder conectarse a la wifi. Uno de estos atravesó la mano a su madre con un cuchillo. Chavales de 14 años me han reconocido que en esta pandemia han estado enganchados hasta 18 horas a internet. A todos ellos hay que darles el mismo tratamiento terapéutico que a un drogadicto".
¿Quién no ha conducido mamao?
El togado opina que los niños de ahora son tan blandos por culpa de los padres: "Por culpa de la sociedad también que les hace muy blandengues, pero ahora da miedo de hablar de principio de autoridad o del respeto a los maestros y vamos poco a poco perdiendo muchos valores".
Tras su dilatada experiencia como juez ha tenido entre sus casos judiciales los de asesinos o jóvenes que han maltratado a sus padres y la redención ha funcionado de tal manera que ahora son "tíos estupendos y ejemplares".
"He visto de todo en el juzgado. Pero estos menores no son delincuentes. Solo han cometido errores en la vida que se les han corregido. He conocido de todo. ¿Quién no ha cometido un delito en su vida? ¿Quién no ha defraudado a Hacienda? ¿Quién no ha conducido mamao alguna vez? Porque yo si lo he hecho. ¿Quién no ha cogido algo de El Corte Inglés, pero no le han pillado? Hay que dar oportunidades en la vida. Pero tienes razón, es verdad que ahora los menores están empoderados y saben más de leyes que los propios jueces".
El togado más campechano de la judicatura se jacta de tener amigos a los que condenó hace ya mucho tiempo. "Y ahora me siguen dando las gracias y con alguno que otro ¿por qué no? hasta nos tomamos una cerveza cuando nos vemos por la calle", relata a esta revista.
Su manera de llevar una vista es tan singular que puede acabar invitando al imputado que se sienta en el banquillo a que le cante un rap. Así ocurrió hace unas semanas, en la sala del Juzgado de Menores 1 de Granada. El togado lo convirtió en el escenario de un singular recital durante unos segundos.
Antes del "visto para sentencia", Emilio Calatayud, le preguntó al joven acusado que a qué se dedicaba; él le respondió que le gustaría ser rapero, que se le daba bien rimar y que creía que podría tener futuro en esa modalidad. Y "Don Emilio", sin pensárselo dos veces, le invitó entonces a que mostrara su arte en vivo y directo. El chaval aceptó el reto y se puso a rapear en el banquillo de los acusados. "Ya sabes que creo a pies juntillas en mi argumento de la posibilidad de la redención". Toda una sentencia ejemplar.