“Mi nombre es Pavel Nikolaevich Gorelov y soy un soldado de la compañía de reconocimiento del Regimiento 99. Hoy hemos sido arrojados a un agujero excavado en la tierra cruda. Se trata de un sistema de castigo que ha creado el comandante de nuestro regimiento, el coronel Poyda Alexander Ivanovich. Van a mantenernos tres días en este pozo húmedo, a una profundidad de tres metros, y sin agua ni comida”, dice en una grabación de pésima calidad efectuada con su propio móvil un militar ruso de Saratov desplegado en el teatro de operaciones ucraniano.
A Pavel olvidaron quitarle su teléfono antes de confinarle, lo que explica que lograra realizar uno de los pocos vídeos existentes —probablemente, el único— del encierro de militares rusos en una de esas tenebrosas celdas alfombradas de tarquín y perforadas en el légamo. La autenticidad del vídeo —enviado hace un mes a un disidente en el exilio para denunciar la situación en el Ejército de Rusia— ha sido verificada por EL ESPAÑOL | Porfolio y confirmada, entre otros, por Aleksandr Yanklovitch, Héroe de Rusia y diputado de la Duma Regional de Saratov. A medida que el soldado recorre con la cámara de su terminal el pozo, la débil luz de la linterna ilumina en medio de la oscuridad los rostros magullados e hinchados de sus tres compañeros sobre un suelo fangoso y gris. Uno está sentado sobre una especie de andamiaje carcomido por la herrumbre; los otros descansan directamente sobre tres palmos de lodo. No hay luz ni retrete. En la esquina se amontonan varias garrafas de plástico llenas de un líquido túrbido del color del óxido. Son los orines de los presos que les precedieron.
“Me han metido en este pozo porque intercedí por un puñado de colegas que estaban siendo brutalmente golpeados por miembros de la policía militar”, prosigue hablando Pavel. Es el único de los encerrados en la celda que no tiene el rostro desfigurado por los golpes. “Está lloviendo ahí fuera y estamos completamente mojados. Hay gente con las narices rotas, las caras ensangrentadas... A uno le rompieron la mandíbula. ¡Eh, “Abuelo”!, muestra lo que te han hecho”. Pero “Abuelo” apenas puede farfullar cuatro palabras porque le han roto la cara en un sentido estrictamente literal. “Luchamos en el frente bajo los bombardeos, arriesgamos nuestras vidas a cada momento y así es como nuestros líderes se burlan de nosotros. ¿Cómo es posible que me encierren en el foso por defender a mis camaradas?”.
Que en ese pozo lúgubre se acumulen bidones con orines atestigua que son muchos los que han pasado por ahí y han permanecido varios días en condiciones inhumanas. Del coronel que arrojó a ese agujero a los soldados de Saratov se sabe más bien poco. Poyda Alexander Ivanovich reemplazó a Stushnov como comandante de su unidad. Mucho antes de eso, trabajó en misiones diplomáticas en Washington y El Cairo. Claro que torturar a tus propios soldados no es algo excepcional entre las tropas rusas sino lo habitual entre los mandos. Se diría que es también normativo que los oficiales de alto rango de Moscú posen en las fotos adoptando deliberadamente el aire de un matón que aspira a intimidarte. Es la marca de la casa.
“¿Cómo puede esperarse que traten a los prisioneros ucranianos conforme a las leyes de la guerra si se ensañan igualmente con sus hombres en el frente?”, dice a esta revista el abogado ruso Anatoli Fursov. “Las organizaciones de la oposición en la diáspora hemos recibido desde que comenzó la guerra cientos de denuncias de soldados rusos que acreditan que han sido torturados por su propio Ejército y que respaldan la idea de que la brutalidad es el principal método utilizado por los oficiales de Moscú para tratar de restaurar la disciplina en medio de una crisis de moral entre la tropa y para atajar la cascada de insubordinaciones y de tentativas de deserciones”.
Rociado con gasolina por la Wagner
A menudo, no precisan ni motivos para destruir a sus propios efectivos. Ese es el caso, por ejemplo, del soldado de 45 años Alexey Rajimovich Kamilov, oriundo de la ciudad de Oriol, situada junto al río Oká, aproximadamente a 360 km al suroeste de Moscú. Alexey no sólo no rehuía la guerra, sino que mudó su nombre para no ser rechazado por el Ejército de Rusia. Y con todo, terminó siendo torturado por una patrulla de la Wagner.
Su identidad original se hallaba vinculada a una serie de informes médicos que revelaban sus discapacidades y lo declaraban en la práctica inútil para el servicio. En agosto del pasado año, falsificó su nombre y lo reemplazó por el de Zaruyar Tetragrammaton Ar-Rajim. Conservó lo de Rajim en homenaje a su padre y tomó el extravagante “Tetragrammaton” de los hebreos. Ese es el modo en que se referían al nombre impronunciable de Dios (en español, suele ser transliterado como Yahweh).
Tetragrammaton había estado ya en tres guerras cuando el pasado 21 de enero firmó un nuevo contrato con el Ministerio de Defensa. Antes de partir al frente hizo una tabla alfanumerológica siguiendo las indicaciones de Pitágoras y los astros le confiaron que la agresión a Ucrania pondría fin a todos los conflictos de la Tierra. En febrero lo asignaron a la compañía médica de la Unidad 24314 del 10º Regimiento de Tanques y en abril fue transferido al batallón “Alga”, con base en Tatarstán, para servir como comandante de pelotón de reconocimiento. Había llevado consigo al campo de batalla una cruz de plata de ocho puntas, una por cada uno de los dioses del panteón eslavo. Cuando finalmente comprendió a dónde había sido enviado por el Kremlin le entraron ganas de llorar.
Las circunstancias conspiraron contra él el pasado 8 de abril, poco después de que recalara su unidad en una posición situada en el área de Lugansk, a unos 15 kilómetros de Bajmut, donde sus hombres debían reemplazar a los combatientes de la Wagner. Sus conocimientos de las artes esotéricas no le sirvieron al final para advertirle de lo que estaba a punto de ocurrirle. “Teníamos que ocuparnos de la inspección del terreno; la preparación de las infraestructuras para alojar al personal militar y del acondicionamiento de los locales para el almacenamiento de las armas”, cuenta a este medio Tetragrammaton. Al despejar el pueblo, hallaron municiones tiradas en las casas de la gente; una bolsa de granadas F-1, misiles guiados antitanque, granadas propulsadas y cajas enteras de cartuchos de 7,62 milímetros para fusil.
“En la noche del 8 de abril de 2023, partí solo a una misión de exploración para inspeccionar los alrededores y a las 21:00, mientras patrullaba por el bosque, vi armas y combatientes con el uniforme del Ejército ruso. Les pregunté quiénes eran y dijeron que miembros de la PMC Wagner. En ese mismo momento, me apuntaron con sus pistolas y me ordenaron que me arrojara al suelo. Me amarraron, me cachearon y me obligaron a desbloquear mi teléfono. Al cabo de un rato, llegó un vehículo de la Wagner con varios combatientes más; me pusieron una bolsa en la cabeza y me metieron en el coche al tiempo que me golpeaban”.
El comandante del pelotón Zaruyar Tetragrammaton Ar-Rajim llevaba consigo su identificación militar, su pasaporte y una foto de su unidad en el teléfono y aun así fue tratado como un espía. En el primero de los antros al que lo condujeron amenazaron con prenderle fuego. “Me rociaron con gasolina y encendieron un mechero. Dijeron que iban a quemarme vivo. Yo les decía a gritos que llamaran al Ministerio de Defensa y confirmaran que era de los suyos. Uno de aquellos tipos me llamó 'gallo caído'; me forzó a desnudarme y a cantar canciones patrióticas a cuatro patas sobre el suelo mientras amenazaba con violarme”.
Al cabo de algún tiempo, le cargaron de nuevo en un furgón y le llevaron a otro sótano. “Me cortaron los párpados con un cuchillo y los rociaron con una sustancia muy ardiente”, relata. “'Golpéenme cuanto quieran pero la tortura es un crimen de guerra que está prohibido en Rusia', les grité. Pasé toda la noche de cámara en cámara de tortura. '¿Qué sabes del Regimiento Kraken?, ¿dónde están tus armas?, ¿eres un desertor?', me repetían. Me abandonaron desnudo en aquel lugar frío y húmedo hasta que vino a interrogarme alguien que parecía un pez gordo de la Wagner. Era ya de mañana. El oficial no me golpeó. Incluso me cubrió con una manta y me envolvió los pies descalzos. '¿Tienes hijos?', preguntó. Se quejaba de que no había dormido por mi culpa y al final me entregó a la policía militar”.
“¿Cómo puede esperarse que traten a los prisioneros ucranianos conforme a las leyes de la guerra si se ensañan igualmente con sus hombres en el frente?”
Cuando por fin estuvieron dispuestos a admitir la confusión, el soldado Tetragrammaton fue enviado a un centro de traumatología y, más tarde, a un hospital de Bryanka. “Me hallaron lesiones en los órganos internos; moretones en los hombros y la cintura; quemaduras en ambos ojos; una contusión renal y varios dientes rotos. Fue entonces cuando decidieron evacuarme al hospital clínico militar Burdenko de Moscú. He denunciado lo ocurrido a la policía, pero no habido reacción. El comandante de las Fuerzas Armadas de Rusia, al tanto del incidente, me ha recomendado no contactar con Wagner. 'Date por afortunado porque al menos estás vivo', me ha dicho”.
A Tetragrammaton se le han quitado las ganas de combatir por Rusia. “Sé que los de la Wagner se ocupan de torturar tanto a los suyos como a la gente del Ministerio de Defensa. Ponen a su disposición a quienes cometen infracciones o se niegan a cumplir las órdenes del mando. Tienen sus propias prisiones y un sistema muy depurado de suplicio. Pueden cortarte un dedo o una oreja o quitarte un ojo por una falta mínima y mandarte después al infierno del frente, que es una trituradora de carne humana. Si creen que la violación es grave te obligan a cavar tu tumba y te pegan un tiro. No hace falta ningún juicio. La decisión la toma el líder del pelotón sobre el terreno. Hay algo que no olvidaré jamás. Quienes se ensañaron conmigo tenían los ojos muy brillantes y enrojecidos. Les administran medicamentos que incrementan sus instintos de agresión, suprimen el miedo, aumentan la resistencia e inhiben el deseo de dormir, lo que explica su crueldad y su irracionalidad”.
Los matones de Kadyrov
La violencia no sólo se ejerce contra los soldados. Son ya miles los hombres que se niegan a pelear y para reducirles, el Ejército coacciona a sus familias. “A mi padre le golpearon con los puños y le arrancaron uno a uno los pelos del bigote utilizando pinzas”, explica desde Austria a EL ESPAÑOL | Porfolio el checheno de 28 años Mansur Masaev. “No tengo fotos de cómo nos dejaron porque los gángsteres de Kadirov se llevaron todos nuestros móviles. Vinieron a nuestra casa y comenzaron a sacudirnos con porras de goma. Me atizaron en la parte posterior de la cabeza. Me dejaron aturdido, como si estuviera a punto de desplomarme. Luego se me llevaron junto a mi esposa Perdovz y a mi padre de 70 años a las dependencias de la policía y continuaron con la fiesta. A Perdovz amenazaron con violarla con una botella de vidrio”.
¿Qué es lo que hizo Mansur para que le dispensaran ese trato? Negarse a tomar parte en la agresión a sus vecinos. “Yo había estado sirviendo en las fuerzas armadas de la Federación Rusa desde 2017, pero en 2022 me negué a participar en lo que ellos llaman 'una operación especial en el territorio de Ucrania'”, dice a este semanal el veterano checheno del Ejército ruso. “El problema es que el gobierno de la República de Chechenia comenzó una movilización secreta y Ramzan Kadyrov nos ordenó a todos que lucháramos. La objeción de conciencia está prohibida en mi república. Antes de servir en la Crimea ilegalmente anexionada por Rusia pude evaluar todo el poder del 'segundo ejército del mundo' y créeme: todo ha sido literalmente saqueado y destruido”.
Durante varios años, Mansur logró evitar el frente sobornando a la administración. “Les pagaba 15.000 rublos mensuales de mi modesto salario para no ser enviado al matadero. Pero en mayo del pasado año, esto ya no era suficiente y escribí un informe de renuncia. Negarse a combatir era simplemente imposible. Para empezar, arruinaron mi expediente personal y le pusieron un sello donde podía leerse: 'Propenso a la traición, la mentira y el engaño. Se negó a participar en una operación militar especial en el territorio de la RPL, la RPD y Ucrania'. Luego, fui llevado por la fuerza junto a otros objetores de conciencia al Parlamento de la República de Chechenia, donde el secuaz de Kadyrov, Mahomet Daudov, nos amenazó como un perdonavidas”.
Fue a partir de ese momento cuando comenzó la persecución de su familia y la de otros disidentes.
“Los sicarios de Kadyrov irrumpieron en nuestras casas y golpearon y humillaron a nuestros familiares. Despidieron a nuestros padres y nuestros hermanos del trabajo. Y todo porque Kadyrov le había prometido personalmente a Putin que le proporcionaría el número necesario de 'soldados de infantería'. Imagínense lo que vino luego: intimidación, chantaje y violencia. ¡El terror! Al mismo tiempo, las pérdidas en Ucrania son terribles para los chechenos. Nadie respeta ya a Ramzan Kadyrov en la República. Todo su poder se basa en el miedo y el dinero que paga a sus gorilas. Y ese dinero proviene directamente del propio Kremlin. Chechenia está efectivamente ocupada por Rusia, junto con el fiel perro de Putin, Ramzan Kadyrov. ¡Ni quiero participar en esa guerra criminal, ni quiero matar al pueblo hermano de Ucrania! ¡Me niego a cumplir órdenes asesinas en interés de los criminales de guerra Kadyrov y Putin!”.
Mansur no podía desertar porque estaba permanentemente vigilado por una división secreta de policía especializada en monitorizar a quienes se niegan a luchar. Para entonces, Kadirov amenazaba con mandarle por la fuerza a lo que se conoce como el “batallón de los suicidas”, una unidad enviada a la primera línea de combate a cuya sombra sitúan un destacamento de custodios. O reciben una bala en la frente gentileza de los ucranianos o les incrustan una por la espalda sus propios compañeros rusos. Según el disidente Anatoli Fursov, el Ejército de Putin es un vivero de infamia e ignominia. “La degradación humana que hay entre sus mandos se halla a la altura de la de Putin o el asesino Yevgeni Prigodzhin”, afirma.
Aconsejado por el abogado, Mansur ideó una treta para zafarse del reclutamiento. Firmó un nuevo contrato en la oficina de alistamiento que alejó de su casa a los espías de Kadyrov. Le dieron una semana para irse a la guerra y aprovechó esos días para escapar de Rusia a Europa a través de Kazajistán. Ahora confía en que Viena le conceda el asilo junto a su esposa Perdovz.