Han pasado algo más de cuatro meses desde que los rusos liberaron al prisionero inglés de guerra John Harding, voluntario de 59 años del Regimiento Azov, y todavía acude cada semana a la consulta de un psicólogo para recibir terapia por estrés postraumático. Es un hecho probado que las convenciones de Ginebra y las leyes de la guerra son papeles mojados para las tropas a las órdenes de Putin. Al igual que muchos otros, John salió deshecho de su cautiverio, con 20 kilos menos, severas lesiones neurológicas en una de sus manos, costillas fracturadas, heridas en el esternón y daños en el coxis sobre el que bailaron sus carceleros del Donetsk. El viejo veterano Harding acaparó en el mundo anglosajón decenas de titulares de periódico tras su liberación aunque, como suele suceder, fue inmediatamente relegado al olvido, tan pronto como pasó su efímero minuto de gloria y el interés por conocer las condiciones de su cautiverio.
John trajo consigo, sin embargo, algo más que las secuelas físicas de su paso por varios penales rusos situados en los territorios ucranianos ocupados. El hombre que volvió en septiembre a Luton ya no era la persona que viajó a Ucrania en 2018 para enrolarse en una unidad médica de combate. No podía ser de otra manera. Había muerto varias veces antes de regresar como Lázaro resucitado. “A veces me frustro cuando escucho a la gente quejarse de que la máquina de la cafetería no funciona y que no pudieron tomarse su café skinny con leche de arroz por la mañana”, dice a EL ESPAÑOL | Porfolio. “No es que me moleste, pero necesariamente te preguntas cómo se las arreglarían sin teléfono. ¿Sabes? Al final, tiendo a evitar a las personas que hablan sobre cuestiones acerca de las cuales no tienen una experiencia real. Por ejemplo, a quienes me dicen con absoluta confianza cómo es la vida en Ucrania o a aquellas cuya idea de aventura es volar en clase económica”.
La idea de aventura de Harding —conocido entre sus camaradas como Pops— es, por supuesto, algo más sofisticada. Muchos de los voluntarios internacionales que, al igual que él, se unieron a los ucranianos antes incluso de que los rusos cruzaran la frontera en febrero del pasado año habían combatido con los kurdos en el norte y el este de Siria. Rojava fue una especie de “nodo mundial” donde confluyeron milicianos de todos los países y todas las ideologías, y entre ellos, cientos de españoles. Les conectaba una especie de pulsión quijotesca contra la injusticia, un afecto no disimulado por la camaradería militar y una especie de congénita alergia a sus existencias rutinarias de civiles en Europa. No pocos procedían de situaciones complicadas. Otros, los menos, habían renunciado a existencias privilegiadas para arriesgar la vida luchando contra los yihadistas del Daesh. Algunos les llamaban malintencionadamente mercenarios, pese a que no vendieron nunca su arma.
John era, además, un veterano de la guerra de las Malvinas o, como dicen los ingleses, de las Falklands. Dice que prefiere no hablar de aquella parte de su pasado, pero sabemos que sirvió en el ejército británico durante nueve años tras alistarse a los 19. Mientras luchaba en Siria, les dijo a sus camaradas que había sido paracaidista. En su brazo tiene un tatuaje donde se lee: "Días felices". Se refería justamente a su vida en el ejército. Extrañaba los deberes de combate y la fraternidad entre compañeros de armas. Ya durante su paso por Rojava, en el tavor o compañía kurda de Hasake, se le glosaba en varios reportajes como un héroe. Pops era la clase de hombre que se había ofrecido como voluntario para sacar una mina de una zona liberada. La transportó bajo la barbilla para asegurarse de que moriría si explotaba. Eso era mejor, a su juicio, que quedarse mutilado de por vida.
De manera que ese fue el soldado que viajó a Ucrania en 2018, tras la estela de otros veteranos de Rojava a quienes conocía bien como Shawn Pinner o Aslin. Ambos serían atrapados por los rusos como él y liberados simultáneamente en el transcurso del mismo intercambio de prisioneros. Pops, electricista de profesión, estaba desempleado y divorciado cuando voló hacia Kiev. “Al principio me uní a la Legión Georgiana, pero no me parecieron muy profesionales. Con el tiempo, uno de nosotros que se había unido al regimiento Azov me invitó a pasar con ellos tres o cuatro días. Quince hicimos la prueba a la que nos sometieron los de Azov y solo tres pasamos”, recuerda John. “El 24 de febrero de 2022 yo estaba sirviendo con la unidad médica del regimiento y a las cuatro o las cinco de la madrugada, un tipo me despertó para decirme que teníamos que evacuar porque los rusos habían atravesado la frontera”.
Capturados en Mariúpol
De ese modo acabó Harding desplazado a Mariúpol con el resto de la unidad. Antes de entregarse a las tropas rusas, resistieron numantinamente durante semanas hasta que se quedaron sin municiones. La primera noticia que se tuvo de su cautiverio fue gracias a una foto donde se le veía junto a otros prisioneros, viajando a Olenivka en autobús. Pasaron tres días en el vehículo hasta que se les asignó una celda en un centro de detención. “Si hubiera sabido cómo nos tratarían antes de rendirnos, me habría quedado y establecido un nido de francotiradores para eliminar a algunos de ellos antes de que me mataran”, dijo tras su liberación. ¿Temió en algún momento por su vida? “No tenía la menor idea de qué iba a pasar conmigo pero llegado a cierto punto me daba completamente igual y lo único que deseaba es que terminara aquello”, afirma ahora.
“Inicialmente nos llevaron a un lugar situado en el Donetsk cuya ubicación ignoro. Era una celda de poco más de un metro de ancho por dos de largo. Tenían la luz encendida todo el día. Nos alimentaban con una rebanada de pan duro y nos daban agua sucia de beber, lo que naturalmente me provocó diarrea”, recuerda ahora. Una de las primeras cosas que aprendió fue a no permanecer estático. Sus carceleros le vigilaban gracias a una cámara y si no se movía acudían a golpearle. Era su manera de cerciorarse de que seguía vivo.
Los días en aquel antro fueron los peores con diferencia. John fue literalmente utilizado como saco de boxeo. Era golpeado a diario por sus carceleros durante sesiones que, en cierta ocasión, superaron los 30 minutos de paliza. Tenía la cabeza cubierta por una bolsa de plástico. En cierta ocasión, lo tiraron contra el suelo y un guarda comenzó a dar saltos sobre su cadera, lo que explica sus lesiones. Su compatriota Paul Urey tuvo menos suerte y murió estando bajo custodia de los prorrusos. Según los funcionarios de la autodenominada República Popular del Donetsk, falleció “por problemas de salud y por el estrés”.
En agosto, Harding y varios de sus compañeros fueron fotografiados durante su comparecencia ante el tribunal que los juzgaba. En cada uno de los viajes que hacía a la oficina del fiscal era nuevamente golpeado. Su rostro aparecía completamente demacrado y notablemente envejecido pese a que solo había pasado varias semanas en la “grata” compañía de los rusos.
John fue utilizado como saco de boxeo. Era golpeado a diario por sus carceleros durante sesiones que, en cierta ocasión, superaron los 30 minutos de paliza.
Un mes antes, los guardias le obligaron a grabar un vídeo de despedida para su hija mientras lo convencían de que estaba a punto de enfrentarse a un pelotón de fusilamiento. Pops fue dado por desaparecido en torno a mayo y el vídeo en que imploraba a Boris Johnson que terciara por él se divulgó en el mes de julio. Como si se hallara en la antesala de la muerte, Harding se lamentaba de no haber pasado más tiempo con su hija. “Cuando vi el vídeo a mi salida no reconocí a la persona que aparecía hablando. Yo estuve cuatro horas charlando con aquel tipo y ellos mostraron unos pocos minutos en los que aparecía rogando por mi vida. Fueron muy cuidadosos con la edición”, explica.
El retorno a Inglaterra
¿Qué pasó con su hija a su retorno a Inglaterra tras su liberación en el mes de septiembre? “Esa es una larga historia”, aclara John. “Cuando me divorcié, mi hija fue adoptada por el nuevo esposo de mi ex como parte del proceso. Tanto mi ex como yo tuvimos que renunciar a nuestros derechos como padres naturales de Catherine. Esto significa que no tengo permitido contactarla a menos que ella lo desee. Después de mi liberación, la oficina central me informó de que Catherine se había puesto en contacto con ellos porque deseaba comunicarse conmigo. Inmediatamente accedí y le proporcioné mis datos. Desafortunadamente, parece que Catherine ha decidido no ponerse en contacto conmigo. No he sido parte de su vida durante muchos años, así que no tengo idea de qué imagen de mí le habrán pintado. Sólo puedo esperar que algún día quiera usar la información que se le ha dado y dibujar su propia imagen”.
Los tratos brutales no cesaron hasta el mismo momento en que abordó un avión para volver a casa junto a sus compatriotas. “Es cierto que la situación mejoró un poco después de ser transferido a una prisión civil porque tampoco me querían muerto. Yo no creo que me trataran de ese modo porque fuera inglés sino porque formaba parte del Regimiento Azov y ellos lo sabían. Fueron terriblemente crueles. A sus ojos, yo era menos que humano”.
Ni siquiera de camino hacia el avión que los llevaría hasta Inglaterra se le informó de que había sido liberado junto a otros cuatro británicos. Fueron llevados de vuelta a su país tras hacer una escala de unas horas en Riyad por el oligarca ruso Roman Abramóvich, expropietario del club de fútbol Chelsea. Antes de poner un pie en la aeronave, fueron trasladados hasta Rusia desde Ucrania en la caja de un camión con la cabeza encapuchada. El viaje duró alrededor de 20 horas. Los prisioneros asumieron que se dirigían al lugar de ejecución. Allí iban junto a Pops los también británicos Aiden Aslin, Dylan Healy, Andrew Hill y Shaun Pinner. A 30.000 pies de altura se atrevió por fin a abrir la persiana de la ventanilla y comprendió lo que ocurría. Aquel no era un buen día para morir.
La situación se tornó surrealista cuando su amigo Shawn se acercó a uno de los pasajeros y le espetó: "Eres la viva imagen de Roman Abramóvich". A lo que el aludido respondió: “¡Eso es porque yo soy Roman!”. Inmediatamente, el propio Pops se incorporó con el resto de los compañeros para confesarle a Abramovich que Pinner es forofo del West Ham, el club rival de Londres.
Como parte del intercambio, Moscú acordó liberar a Harding y otros nueve voluntarios internacionales junto a 215 ucranianos, incluidos más de 100 miembros de Azov. A cambio, Ucrania liberó a Viktor Medvedchuk, amigo personal de Putin, y a 55 combatientes rusos y prorrusos. El desequilibrio en los números, así como la liberación de milicianos que el Kremlin había retratado durante mucho tiempo como "nazis" provocó un aluvión de críticas por parte de los nacionalistas rusos.
John no se ha recuperado aún y sigue todavía luchando por ponerse a salvo del trauma que acompaña a toda la experiencia. Hubo quien le ayudó mientras estuvo fuera, además de las decenas de miles de personas que no le conocían pero se solidarizaron con su causa. “Yo me divorcié hace mucho tiempo. Pero mi hermana se movió mucho cuando estuve prisión para que me liberaran. Sigo viviendo en Luton, al norte de Londres y sí, por supuesto que en algún momento regresaré de nuevo a Ucrania pero sólo a visitar a mis amigos. Los días de combate han terminado”.