La espantada de Lesmes, el pie de la Reina, la familia Ortega Cano y un tal Onieva
Carlos Lesmes, la reina Letizia, José Ortega Cano e Íñigo Onieva; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
José Ortega Cano
Ana Rosa Quintana estrenó su vuelta a la tele entrevistando a José Ortega Cano, uno de los personajes más sondeados del último quinquenio, por no decir del último medio siglo. Siempre le profesé simpatía, como antes a Rocío Jurado, llamada con todo merecimiento “la más grande”. Cuando ella faltó, al maestro lo convirtieron poco menos que en responsable de su ausencia, como si hubiera sido él quien la había borrado de la faz de la tierra. La verdad es que se pasaba los días deambulando como un zombi, aferrado a sus propios hermanos y a sus impropios pero amadísimos hijos.
Nunca olvidaré las Navidades en las que Rocío y José viajaron a Colombia y regresaron con dos niños en los brazos. Eran el mejor regalo de Reyes que podían soñar, sobre todo José, aunque la familia no los recibió con el mismo entusiasmo. Todavía hoy algunos miembros del clan miran a los niños con cierto resquemor. Es el caso de los amantes de Teruel, Rociíto y Fidel, que incluso tuvieron la mala baba de adjudicarles un mote.
Ortega Cano vivió momentos amargos recogido y ausente en Yerbabuena, donde llegaban autobuses de turistas andaluces deseosos de conocer la finca en la que la cantante y el torero habían sido felices. Allí estaba precisamente cuando se enamoró de Ana María Aldón, y ya puesta, Ana María perdió el oremus. Ay, pena, penita, pena. Ella, que hasta su casamiento regentaba una tienda de frutas y verduras en Sanlúcar de Barrameda, no cabía en sí de gozo, y Ortega no digamos. El amor había llamado a sus puertas, aunque pasado el tiempo ninguno de los dos lo tuvo tan claro como al principio. La única certeza fue el hijo que trajeron al mundo, un niño que era el vivo retrato de su padre.
Mientras Ana María criaba al niño y Ortega cumplía en Zaragoza el tiempo que le quedaba de cárcel (homicidio imprudente y conducción temeraria), el matrimonio se juraba amor eterno. Quien lo iba a decir. En cuanto a Gloria Camila y José Fernando, vivían como podían, añorando los juegos de la primera infancia junto a sus padres españoles. Gloria Camila soñaba con ser actriz y José 'Fer' buscaba al padre para resguardarse bajo su ala y que no le pillara una china de droga en el bolsillo. El chico acabó en un centro de psiquiatría, aquejado de “trastorno límite de personalidad”. Y Gloria Camila, de paseo por los realities. Mientras, Ana María Aldón, capitalizaba en la tele sus amagos de ruptura con el exmatador de toros.
Todo eso revivió Ortega Cano en la entrevista que le hizo Ana Rosa Quintana para Tele 5. La periodista le ofreció sabios consejos (gratis total) sobre el feminismo y el amor. Agradecido, Ortega le obsequió con unas pinceladas sobre su virilidad (la de él) y concluyó, orgulloso: "Ahora, ¡vamos a por la niña!".
Carlos Lesmes
El recién dimitido presidente del CGPJ y del Tribunal Supremo ha vivido esta semana un protagonismo que calma su impaciencia de cuatro años, los que llevaba de propina en el sillón del “Joder Judicial” (eso no lo digo yo, lo dice gente de leyes). Desde que dimitió a principios de la semana pasada, se le ha visto tristón y cabizbajo, como si no encontrara el momento de largarse a casa con una excedencia en el bolsillo. Solo es un ejemplo, aunque no faltan colegas que ven el futuro de Lesmes junto a su amigo Alberto Ruiz Gallardón. El exministro de Aznar podría darle cobertura en su despacho.
Mientras llega y no llega ese momento, el expresidente del CGPJ explota un estrellato residual que le viene de perlas. El miércoles, 12 de octubre, el BOE lo borró de la España oficial y fue el gran ausente en la tribuna del desfile militar y la posterior recepción en el Palacio de Oriente. No es que el magistrado lo haya echado de menos después de ser un fijo durante los últimos ocho años (cuatro de mandato ordinario y cuatro de mandato caducado), pues no tiene aires de grandeza, aunque sí de mando. Sus maneras presidencialistas, incluso autoritarias, se disimulan en su aparente timidez y su palabra escueta. Estos días de atrás, mientras esperaba el relevo (provisional, se entiende, que ha recaído en el “progresista” Rafael Mozo, el vocal de mayor edad) el expresidente aprovechaba para reconciliarse con su pasado.
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La vida de este hombre comedido y santurrón es también deportiva y familiar. Tiene cinco hijos y un barco. Veranea en Huelva y se despacha jugando mucho a pádel. Es alto, de pelo abundante y mostacho pinturero. Parece un caballero antiguo. Fiscal de carrera y luego juez, con incursiones políticas como director general del Ministerio de Justicia en gobiernos del PP.
Esa es otra. Al magistrado lo acusan de no haber evitado la politización de la justicia (el “estropicio”, según sus propias palabras), pero es un reproche injusto. Bastante hizo él con templar gaitas a pesar de su perfil conservador. Pero no logró que ocho vocales de su mismo perfil desatascaran la renovación del Tribunal Constitucional, tal y como quería el Gobierno de Sánchez. Pero eso nos llevaría a las cansinas historias para no dormir que aburren a las ovejas.
Íñigo Onieva
El patronímico de Onieva adquirió notoriedad por su relación con el de Tamara Falcó, la hija de Isabel Preysler y el marqués de Griñón, una niña de ojos achinados a la que todas las madres del barrio de Salamanca le copiaban el nombre. En Madrid, la que no se llama Tamara se llama Martina, un nombre típicamente bonaerense, aunque la moda va muy rápida y hoy las niñas se llaman directamente Buenos Aires, París o Roma.
Si yo tuviera una niña le pondría Moldavia, que suena a película o a río que inspiró a Smetana y pasa por Praga. Tamara llevaba el sello de Arga 1, que es otro río, pero más pequeño.
Cuando nació, Íñigo ya había cumplido siete años. Ahora Tamara tiene la edad de Cristo, que tampoco está mal. Poco a poco ha ido ganando belleza y perdiendo achinamiento. Empezó a salir en las revistas muy pronto. Un día la sacaron vestida con el uniforme del cole y entrando en su casa de Arga. Como era pequeña, se ponía de puntillas para llamar. El titular del reportaje decía: “Tamara ya llega al timbre de su casa”. Ni el New York Times hace tanto periodismo de altura.
El día que abandonó Arga para mudarse a Puerta de Hierro, todo cambió. Miguel Boyer encabezaba la tropa. El exministro socialista no hablaba mucho, pero cuando lo hacía, era para proponer algo interesante. Un viaje exótico, por ejemplo. Fueron bastantes los viajes a Egipto que se hicieron en la época Boyer (posterior a Griñón, anterior a Vargas Llosa).
Cuando Miguel (Mike, que decía Isabel), proponía aquellos viajes culturales, Íñigo no existía para Tamara, pero tampoco lo hubiéramos imaginado visitando el Valle de los Reyes sin disimular un aparatoso bostezo. Habrían de pasar años hasta que Íñigo y Tamara iniciaran un noviazgo ligth y modosito. En la hora de las decisiones, ella dudaba entre la religión y los chicos. De ahí la mala pasada que le ha jugado la realidad. Íñigo era alto, simpático y guapetón. Trabajaba en una discoteca y se arrimaba con suficiencia a las chicas.
La ruptura fue drástica, contundente, sin concesiones a una infidelidad de dominio público. Aunque los amigos de Íñigo sospechaban que podía haber marcha atrás, a Tamara las amigas la incitaron a lo contrario. No hubo perdón para el picaflor, a pesar de su sentida rueda de prensa en plena calle, rodeado de reporteros y familiares. El perdón fue pues ostentosamente público, ante el rótulo de un restaurante (¿propiedad de la familia quizás?). Pidió varias veces perdón a Tamara, balbució, recitó frases aprendidas, como “no somos héroes ni vasallos”, y con una contundencia feroz, rogó a los periodistas que dejaran en paz a su familia.
Qué bonito es el amor.
Reina Letizia
La Reina padece una dolencia producida por el uso frecuente de zapatos de tacón, pero no uno cualquiera, sino un tacón de aguja (no menos de 12 ó 14 cm) capaz de salir disparado a la estratosfera, como si fuera un uno de esos misiles hawk que mandamos a Ucrania.
El “neuroma de Morton” bate récords de búsquedas en internet. El nicho preferido de esta dolencia es una zona entre el tercero y cuarto dedo del pie. El izquierdo, en el caso de la Reina. Los médicos desaconsejan a doña Letizia una cirugía que suele dar complicaciones. Pero debe afrontar una reducción drástica en el uso de los tacones de 12 centímetros si no quiere seguir sufriendo de los dolores agudos que le provocan el dichoso neuroma y la “metatarsalgia” (lesión en los huesos metatarsianos) que padece desde hace años.
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Yo vi la escena (el paso lento de la Reina, encaramada en los tacones del día) mientras el Rey le ofrecía delicadamente el brazo para ayudarla a bajar la escaleras. La escena era muy tierna, y parecía que de un momento a otro a la Reina se le iba a quebrar el tobillo y una carroza tendría que llevarla a casa para someterse a baños de sal.
No solo las reinas vuelven a casa en carroza y toman baños de sal para calmar la hinchazón. También las que no somos nada volvemos a casa en carroza, como cenicienta, porque vivimos en un cuento permanente a la espera del príncipe de ojos claros que nos diga: “Dadme la mano princesa y saltaréis con presteza”.
Casi todas las mujeres usan tacones, pero solo algunas abusan de los puntiagudos y tacón alto, como hacen las modelos y las reinas. Por suerte la mayoría no somos modelos ni reinas. Ni falta que nos hace. Así no tendríamos que estar ahora tratando de elegir entre el quirófano o la renuncia de por vida al zapato de aguja.
Anotación al margen: sin dejar de expresar mis mejores deseos de recuperación o alivio del mal que padece la reina, aplaudo el ejemplo de transparencia de la Casa del Rey al filtrar con naturalidad el padecimiento de doña Letizia. La mejor forma de frenar en seco las habladurías.