El 20º Congreso Nacional del Partido Comunista Chino (PCC) finalizó ayer sábado confirmando y reforzando el liderazgo de Xi Jinping tanto en el Comité Central del PCC como en el seno del Gobierno. Como repiten todos los artículos de la prensa oficialista china, "las ideas de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para la nueva era han puesto a una China rejuvenecida en un rumbo histórico irreversible".
Xi Jinping fue nombrado secretario general del PCC en noviembre de 2012 para acabar, precisamente, con la división del partido en multitud de camarillas que amenazaban con generar a medio y largo plazo la división entre los propios ciudadanos chinos. Una línea roja absoluta en un país geográficamente inabarcable, poblado por docenas de etnias culturalmente ajenas entre sí y que a nada teme más, precisamente, que al caos.
Es muy probable que esa sea la explicación de la extraña 'purga' de Hu Jintao, el predecesor del actual presidente, que fue obligado a abandonar su asiento a la vista del resto del partido. Un incómodo "borrado" en tiempo real que escenifica la nula influencia que tendrá ahora el "viejo" PCC en el rumbo de la "nueva" China de Xi Jinping.
Una 'purga', es más, de la que el PCC no ha dado la más mínima explicación. Algo que demuestra la naturaleza de un régimen que no se siente siquiera obligado a hacer aquello que sería de cajón en una democracia: ofrecer el porqué del extraño apartamiento de un expresidente del Congreso de su partido.
Pero, más allá de la propaganda para consumo interno, es obvio que el 20º Congreso del PCC ha barrido del escenario toda posible oposición a Xi Jinping y a los pilares en los que ha basado su obra de gobierno: el incremento del poderío militar chino y una cada vez mayor intromisión del Gobierno en la economía nacional.
Y es precisamente el énfasis que el 20º Congreso ha puesto en el primero de esos pilares lo que más debería preocupar en Occidente. Porque el PCC se ha comprometido a "reforzar la lealtad del Ejército, incrementar su poderío con reformas y avances científicos y tecnológicos, elevar su nivel hasta estándares internacionales, implementar de forma resuelta la política de 'Un país, dos sistemas', y oponerse y detener a los separatistas que buscan la independencia de Taiwán".
Xi Jinping se ha rodeado de un equipo de leales para su tercera etapa de gobierno y ha borrado del horizonte cualquier posible "sucesor". Ha reforzado o mantenido a aquellos de sus dirigentes que han aprobado su línea dura en el terreno de la seguridad y las relaciones exteriores, y ha laminado a los partidarios de una línea más aperturista.
El progreso económico, militar y tecnológico de China a lo largo de estos últimos diez años es evidente. Pero también lo es que China no ha avanzado ni un solo paso hacia una democracia remotamente asimilable a los Estados de derecho occidentales.
Algo que confirma el duro discurso inaugural de Xi Jinping en el que este llamó a prepararse para riesgos geopolíticos, entre los cuales hay tanto riesgos reales como imaginarios. Riesgos que requerirán, siempre según el presidente, de un creciente intervencionismo del partido en lo militar, lo económico y lo tecnológico.
El reforzamiento de la posición de Xi Jinping obedece también, finalmente, a la evidencia de que estos últimos años han visto crecer el malestar entre la población por las estrictas reglas de control de la Covid y por la ralentización de la economía china. Algo que en un país que depende de un poder fuertemente centralizado, pero que sufre para llegar a todos los rincones de la nación, suele desembocar en la germinación de facciones opositoras y de deslealtades entre los cuadros del partido.
Si hay un vencedor del 20º Congreso Nacional del PCC ese ha sido, en definitiva, un Xi Jinping que ha reforzado su poder y sus políticas de línea dura erradicando del escenario a moderados, tibios, tecnócratas y posibles sucesores. En la cosmovisión del presidente chino, una época de inestabilidad y riesgos nacionales e internacionales de todo tipo requiere de una presidencia firme, poderosa y sin contestación o deslealtades internas.
Y eso es, precisamente, lo que ha salido de este Congreso. Una China que aspira al liderazgo mundial y que sigue reforzándose para ese futuro enfrentamiento, si no militar, sí desde luego económico, cultural y tecnológico, con los EEUU. Bajo el férreo control de Xi Jinping.