Pedro Sánchez ha sabido construir un personaje legendario que ha calado entre sus partidarios, sí. Pero sobre todo lo ha hecho entre sus rivales políticos. "Es capaz de cualquier cosa", te dicen en el PP para explicar la rotundidad con la que su líder afirma que lo que veremos en Cataluña será la investidura de Carles Puigdemont.
Prometemos comernos nuestras palabras si llegamos a contemplar materializado ese escenario. (Qué conveniente resulta que EL ESPAÑOL no tenga edición impresa).
La teoría carece de la menor consistencia. Sí, claro, todo giro de los acontecimientos podría darse con el actual presidente del Gobierno. Pero hasta en su carrera construida a base de plot twist aparecen unos patrones repetidos que aquí brillan únicamente por su ausencia.
Los partidos políticos suelen ser usados por sus dirigentes como vehículos para sus ambiciones personales. Esto es especialmente palpable en la relación que Sánchez ha mantenido con el PSOE. Pero todas sus maniobras se han traducido en mayores cuotas de poder para su formación. No puedes mantenerla de tu lado de otra manera.
De la moción de censura de 2018 al adelanto electoral del último verano, pasando por los acuerdos con Pablo Iglesias. Las jugadas del secretario general han multiplicado el número de militantes socialistas cobrando sueldos altos de la Administración pública. El maquiavelismo sanchista convierte las derrotas en victorias y no al revés.
¿Qué incentivo tendría el PSC para regalarle la Generalitat a Puigdemont? ¿Por qué iban a considerar más importante la tranquilidad de Sánchez en Moncloa que el acceso de Salvador Illa al Palau de la Plaza de Sant Jaume?
Es cierto que el jefe del Gobierno actual lo es gracias a los siete votos Junts. Pero de nada valdrían éstos sin la suma previa de los 19 diputados que los socialistas catalanes obtuvieron en julio repartidos entre las cuatro provincias. El PSC tuvo grupo parlamentario propio al principio de la Transición y ha amagado con volverlo a formar en sus momentos de mayor desencuentro con Ferraz. Nada justificaría más su resurrección que una orden –difícilmente obedecible- para dejar en agua de borrajas la victoria del doce de mayo.
En este caso, "hacer de la necesidad virtud" pasa por elegir ponerte en contra de siete o de 19. Con este panorama, pueden pasar muchas cosas con Junts en general y con Puigdemont en particular. Pero imaginemos que todo siguiera como ahora. Incluso así, Sánchez se las ingeniaría para tirar como pudiera. De momento, los antiguos gurús ya andan escribiendo que los presupuestos son prorrogables indefinidamente.
El PP no se caracteriza por la agudeza de sus análisis postelectorales. Es humanamente comprensible que se hayan dejado llevar un tanto de más por las cifras de Alejandro Fernández. Pero hay un mensaje de las urnas catalanas que no deberían orillar: el resultado es un calco del que hubo en esa región en las generales de hace diez meses. Lo que deparen los votos europeos de junio deberá leerse también en esa clave: ¿se ha producido un cambio significativo durante este año?
Se nos escapa qué rédito político se puede extraer de hacer un pronóstico de cumplimiento tan dudoso. Así que, de momento, no vamos a desenchufar la impresora.