En mitad del páramo y la niebla, mil tractores. Tiene algo de escena mitológica, como si en Bruselas y en la Moncloa hubiesen despertado un dragón.
Salgo de La Mudarra pronto y me encuentro que la nacional que va hasta Valladolid es una larga cola verde de tractores con mil ojos encendidos. Ocupan toda la calzada y van despacio en ambas direcciones a la vez, como un monstruo lento que se hubiese despertado y se mordiese la cola.
No tienen prisa porque los agricultores todavía recuerdan qué es la paciencia. Algunos coches se ponen nerviosos al ser conscientes de que no llegarán a trabajar. Yo debería ir a dar talleres a alumnos de segundo de Bachillerato, pero Valladolid cae hoy más lejos que Ítaca. Con mil tractores por banda…
Bajo a hablar con los agricultores porque la noticia está ahí y no en los institutos. No hay forma de avanzar ni de retroceder y acabo tomando café de un termo, porque tienen previsto que aquello vaya para largo.
Son educados, piden disculpas. Uno no dice que es periodista porque el periodismo últimamente en España tiene tanto prestigio (no hablemos de glamour) como ser inspector de Hacienda.
España no es Francia. Allí desde 1789 nacen con un gen distinto que les hace protestar como deporte nacional. Aquí tiene que estar muy mal la cosa para que los agricultores saquen los tractores a pasear, como en una concentración de vespas, al precio que está el gasóleo.
— ¡Haces muchas preguntas tú!
— Algo habrá que hacer hasta que se pueda circular…
En Valladolid, a diferencia de lo que creen algunos, no nos conocemos todos. O sí, porque uno más allá sabe que pregunto sin libreta para el periódico. "Yo no he salido a protestar en mi vida, pero esto es el pan de mis hijos. Y el de los tuyos y el de todos los hijos de España, pon eso".
Dicen que "el Gobierno prefiere importar productos, que es donde está la ganancia. A nosotros nos exigen cada día que vayamos a comprar el herbicida porque no se puede almacenar, como si fuésemos delincuentes climáticos. Nosotros somos los primeros interesados en cuidar el campo, que vivimos de él", recuerda Javier, como si hiciera falta dejarlo claro.
"A muchos que no han visto una patata en su vida más allá del supermercado parece que se les olvida. Y te lo digo yo que soy de izquierdas, aunque ahora me quitarán el carnet por salir a manifestarme por algo que no sea la amnistía".
Así pasa la mañana y allí no se mueve nada. Van y vienen vehículos de la Guardia Civil. Uno de ellos pregunta hasta qué hora tienen pensado mantener los cortes. "Hasta que nos hagan caso, agente", se oye al fondo.
Así evitan en control de la GC Los agricultores. A la justicia no la para nadie.#tractorada pic.twitter.com/kCH9xCfSKf
— Ramón Rouco ®️ (@Ramon_Rouco_) February 6, 2024
Han dejado huecos entre los carriles para que pase la policía y las ambulancias. "Si ustedes lo piden nos vamos a casa, pero no estamos cometiendo ningún delito". Tal vez lo que le molesta a la izquierda sea esto, una protesta cívica, ordenada y en fila india, para variar.
Y es que cuando la izquierda se le revuelve la calle (o peor, el campo) es sinónimo de que el ciclo se termina. A Zapatero, héroe nacional de las cejas altas, se le acabó la legislatura el día que la gente empezó a protestar, cuando ya no había gestión, ni empleo, ni nada que vender.
Nunca había visto una estampa así. Parecía que en España nos habíamos acostumbrado a que en las manifestaciones (sobre todo en Cataluña, esas que ahora quieren amnistiar) lloviesen piedras, ardieran contenedores, rompiesen escaparates y mandasen policías al hospital.
No es que haya diferencia. Es que en Cataluña sacaron los tractores como otros levantaron el muro de Berlín: para tapar la vergüenza. Y ayer los agricultores sacaron los tractores a la calle en España porque "no sólo de pan vive el hombre". O sí.