¿Quién soy yo para juzgar el voto de un argentino que sufre una inflación de tres dígitos, el 142% interanual, cuando a mí me cuesta sobrellevar una que no llega al 10%? Si la opción para tantos ciudadanos argentinos durante lustros ha sido el exilio, que siempre es una medida desesperada, no me resulta descabellado que ahora opten por alguien que promete hacer algo diferente. Lo que sea.
Y como además de tener un profundo respeto por un pueblo que sufre lo indecible, ignoro la realidad de un país tan complejo, no tengo ninguna intención de hablar de ello.
Lo que me resulta interesante es ver cómo Javier Milei hace de espejo ante el que se miran los socialistas y los liberales españoles. No debería ser así, porque es un personaje histriónico salido de la tragicomedia argentina y que difícilmente se entiende fuera de su escenario. Pero el hecho es que es un espejo que refleja el esperpento de algunas ideologías españolas.
No digo que él sea un esperpento. Digo que resulta enriquecedor ver los esperpentos que refleja.
Por un lado, refleja a una izquierda "muro" que no entiende nada que no sea ella misma. Todo es extrema derecha al otro lado del río. Si las ideas no coinciden con la realidad, la culpa es de la realidad. Es como un pie grande metido a la fuerza en un zapato de menos talla. Si salen ampollas, la culpa es del pie. Pero el zapato es de ellos, y eso no se cambia.
La china en el zapato es el Estado, y esto es quizás lo más preocupante de la izquierda patria. Esa confianza ciega en el providencialismo estatal. Todos los problemas se arreglan con la misma receta: más Estado.
Por esta razón se explica la reacción del esperpento liberal. Una deformación simplista de una imagen que en su origen histórico era mucho más compleja. El liberalismo patrio que aplaude a Milei sin matices refleja un hartazgo por el estatalismo que me resulta muy comprensible. Pero el cabreo no puede justificar otro tipo de malformaciones.
El rostro liberal aparece deformado, preocupantemente amorfo, por dos rasgos reflejados en el espejo de Milei.
Uno, el mito del orden espontáneo.
El otro, el dogma del Estado mínimo.
Son modos ideológicos de pensar que no responden a la prudencia exigible a un político.
El orden no es como el césped, que crece cuando se levanta la bota. El orden político nunca es espontáneo, como tampoco lo son las acciones individuales. Lo uno y lo otro siempre son deudores de un contexto ordenado. Ni Mozart ni Goethe hubieran hecho lo que hicieron sin el contexto de la Ilustración.
Y, lo que es más importante. Ni hay orden sin autoridad, ni nunca ha existido un orden previo a la organización política. No hay economía sin política, ni política sin economía. Es preocupante el anarquismo que refleja el espejo de Milei.
El dogma del Estado mínimo es otro de los rasgos de un liberalismo esperpéntico. El tamaño del Estado se ajusta a las urgencias y necesidades de un momento. Por ejemplo, en tiempos de guerra, la presión fiscal puede llegar al 80%, y no es necesariamente perjudicial. El Estado puede necesitar un tamaño desmesurado en unos momentos, y en otros exactamente lo contrario, y seguirá siendo igualmente liberal si sirve para conservar y fomentar las libertades.
Tocqueville, al que solo se cita para anunciar sus casandras, también dijo que era necesario un Estado fuerte y un gobierno moderado. Maura no dudó en hablar de una revolución desde arriba que necesitaba toda la fuerza del Estado para desarbolar el caciquismo. Milei necesitará una fuerza leviatánica para hacer lo que pretende.
Paradoja del anarquismo: se necesita un poder más fuerte que el que se quiere combatir para conseguir reducir el Estado.
Realidad del anarquismo: rara vez el que consigue un gran poder se desprende de él.
Lo que temo es que Argentina se tome como experimento intelectualista para ver quién gana, si el socialismo o el liberalismo. Si Milei, que es un caso que sólo se explica en Argentina, sirve como piedra de toque del liberalismo internacional, no me cabe duda de que los liberales, convertidos en esperpentos, saldremos muy mal parados.