Moscú y Pyongyang insisten en que en su encuentro de esta semana no han acordado ningún tipo de cooperación militar. Pero resulta evidente que ese ha sido el principal, y quizás único, tema de la agenda.
De hecho, que el lugar elegido para el encuentro ante las cámaras de Vladímir Putin y Kim Jong-un haya sido el cosmódromo de Vostochny sugiere que, efectivamente, Rusia y Corea del Norte planean reforzar su cooperación estratégica y militar.
A estas alturas nadie, salvo los intoxicados por el "rusoplanismo", auténtico fentanilo geopolítico, puede sorprenderse de que el Kremlin mienta abiertamente y sin ningún pudor. Putin ha hecho de la posverdad, el cinismo y las mentiras uno de los pilares de su régimen. Y así, los diplomáticos y funcionarios rusos mienten con la misma naturalidad con la que respiran.
En este caso, además del permanente deseo de generar confusión, Moscú trata de mantener su denegación plausible en el ámbito de las Naciones Unidas. Por su programa nuclear y constantes bravuconadas contra sus vecinos, Corea del Norte está sujeta por el Consejo de Seguridad a sanciones severas. Y que sea un miembro permanente (que las ha respaldado y firmado) el que las viole, parece difícil de argumentar incluso para la diplomacia rusa.
Sin embargo, algunas cartas están bocarriba sobre la mesa. Así, resulta evidente que el interés mostrado por Kim Jong-un durante su visita al cosmódromo ruso está motivado por el fracaso de los dos últimos intentos norcoreanos de poner en órbita un satélite de reconocimiento (o espía, si se prefiere).
La agenda ha incluido también una demostración con cazas de combate rusos en la base de Knevichi, en el aeropuerto de Vladivostok, información sobre los sistemas de misiles Kinzhal y Kalibr y la visita a la fragata Mariscal Shaposhnikov. Rusia trata de seducir a Kim con aquello que puede ayudarle a dar un salto estratégico.
Mientras que Moscú, por su parte, necesita de forma imperiosa municiones de artillería y, quizás, mano de obra barata. Y, sobre todo, abundante, dado el impacto de la guerra en la reducción de la fuerza laboral en Rusia. En el cálculo del Kremlin está resistir a cualquier precio estos próximos meses.
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Pese a las dificultades que afrontan en varias líneas del frente ucraniano, la percepción en Moscú es que el calendario juega a su favor. EEUU entrará en breve en modo electoral y Ucrania se ha convertido en materia de debate, lo que no ayudará en absoluto a su causa. Y lo mismo cabe apuntar sobre la UE con el horizonte de las elecciones europeas en junio de 2024.
Así, con vistas a una guerra de desgaste, el Kremlin lleva varios meses adaptando su producción industrial al esfuerzo bélico. Y ha aumentado en un 30 por ciento su presupuesto de Defensa. Las estimaciones actuales apuntan a que la Federación Rusa doblará su producción anual de proyectiles de artillería de uno a dos millones. Sin embargo, es tal la intensidad del combate en el campo de batalla ucraniano que Rusia ha consumido ya más de once millones de proyectiles a un ritmo cercano de veinte mil al día. Los abundantes arsenales norcoreanos pueden suponer, pues, un importante alivio para Rusia.
Aquí, probablemente, es necesario un pequeño inciso para indicar que ningún ejército europeo está preparado para afrontar más allá de unas cuantas semanas una guerra de alta intensidad como la de Ucrania. Ni por reservas ni por capacidad industrial. Lo apunto por la complacencia con la que se sigue esta guerra desde algunas capitales europeas. Y también por la tendencia a menospreciar las capacidades rusas y a tomarse con cierta guasa los asuntos relacionados con Corea del Norte. Ninguna parece la mejor de las ideas que se pueden tener en este momento.
Recién llegado de una calurosa, casi tropical, Varsovia no puedo más que mencionar el fortísimo contraste entre esa complacencia y el ambiente de urgencia que se palpa entre polacos, bálticos y escandinavos. Todos ellos están llevando a cabo un enorme esfuerzo para adaptar sus fuerzas armadas e industrias de defensa a la cruda realidad del nuevo entorno estratégico continental.
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Mientras tanto, otros europeos, singularmente del sur y el oeste, siguen felizmente en el mundo de ayer y pensando en términos de misiones de mantenimiento de la paz en teatros lejanos. Confiados ingenuamente en que la superioridad tecnológica, económica e incluso moral es suficiente para prevalecer en una guerra como la de Ucrania.
En el campo de batalla ucraniano se está dirimiendo, esencialmente, la existencia o no de Ucrania. Y con ella la supervivencia nacional e incluso física del pueblo ucraniano. Eso es lo que está disputando Rusia. Ni más ni menos. Pero en el tablero ucraniano se dirimen y proyectan muchas otras derivadas geopolíticas. Y la reunión de Putin con Kim es un buen reflejo de ello.
Así, Japón y Corea del Sur han seguido desde el primer momento con la máxima atención y preocupación la invasión rusa de Ucrania y la amistad "sin límites" entre Moscú y Pekín. Desde la óptica de Seúl y Tokio la guerra tendrá un impacto significativo en la estabilidad y equilibrio de fuerzas en el nordeste asiático (alrededor de la península coreana y los mares de Japón y de China oriental) y en el estrecho de Taiwán. Resultó, por ejemplo, muy simbólico que mientras Xi Jinping realizaba su última visita a Moscú el pasado mes de marzo, el primer ministro japonés, Fumio Kishida, hacía lo propio en Kiev.
De igual forma, este pasado mes de julio, el presidente surcoreano, Yoon Suk-Yeol, visitó a su homólogo ucraniano, Volodímir Zelenski. Por el momento, Seúl (al igual que Tokio) no suministra armamento a Ucrania, únicamente cascos, chalecos o material de primeros auxilios. A esta visita replicó Moscú con la de su ministro de defensa, el "camarada Shoigú", según figuraba en grandes caracteres en los carteles rojos de estética soviética que adornaban las calles de la capital norcoreana. En ese momento, la visita se interpretó como una respuesta y un aviso a Seúl ante una posible ayuda militar a Ucrania.
A tenor de lo visto esta semana, es más que probable que Shoigú estuviera preparando el terreno para la excelente sintonía mostrada durante el encuentro entre los "camaradas Putin y Kim". Así, durante su visita, Kim Jong-un ha mostrado su total respaldo a Moscú y se ha referido a la invasión rusa de Ucrania como una "lucha sagrada contra las fuerzas hegemónicas, para proteger su soberanía e intereses de seguridad. Nosotros siempre estaremos junto a Rusia en su lucha contra el imperialismo".
Conviene, pues, seguir el desarrollo de la relación entre Moscú y Pyongyang con tanta atención como Seúl y Tokio. Porque, además, Corea del Norte tiene una política exterior propia, pero una fuerte dependencia estratégica de China. Así que resulta poco probable que Pyongyang se embarque en una colaboración muy audaz si no cuenta con la aquiescencia de Pekín. Y eso es algo que Europa no puede permitirse observar con complacencia.